Cinco esquinas, de Mario Vargas Llosa

Cinco esquinas, de Mario Vargas Llosa

Cinco esquinas de Mario Vargas Llosa y el deseo lésbico sin potencia

Después de tres años de silencio novelístico, Mario Vargas Llosa, complejo y talentoso escritor peruano-español regresó al escenario literario con una novela que ha sido tildada como contenedora de escenas pornográficas. Entre las escenas así denominadas por distintos críticos culturales, destaca aquella que abre la novela en la que vemos a dos amigas (heterosexualmente) casadas haciendo el amor pasionalmente, “lamiéndose y mordisqueándose con fruición ciegas de felicidad y deseo” (Vargas Llosa 8), como anota la novela.

Cinco esquinas, publicada por el Sello Alfaguara en el año 2016, narra, no una, ni dos, ni tres, sino cinco escenas de este tipo en las cuales observamos a Marisa y Chabela entregarse a lo que Verdecia ha caracterizado como un “romance lesbiano casi visual” (4) que termina siendo interrumpido e invadido por un tercer sujeto, el esposo de una de ellas. Esta invasión que leo como un gesto de la novela y del mismo Vargas Llosa para señalar la imposibilidad de la continuidad y evolución de este tipo de vínculos afectivos y eróticos en la clase alta y aristocrática limeña, me sirve para pensar e investigar a profundidad la experiencia sexual disidente de mujeres heterosexuales y casadas pertenecientes a dichas clases y su representación en la literatura peruana. Para ello abordaré, en paralelo a mi estudio de Cinco esquinas, la novela Duque (1934) de José Diez-Canseco, considerada una de las primeras novelas peruanas con temática LGBT en aproximarse al Perú hiperconservador de las clases altas y aristocráticas limeñas. El estudio de Duque me permitirá, así, situarme en una base literaria importante sobre las primeras representaciones modernas de temática LGBT practicada en las clases altas y aristocráticas limeñas para entrar a discutir lo propuesto por Vargas Llosa en su texto, con respecto, específicamente, a los vínculos afectivos y eróticos entre mujeres pertenecientes a dichas clases en tiempos de guerra y neoliberalismo.

El título de la novela, Cinco esquinas, hace referencia a un espacio de la ciudad capital en el que se comercia y trafica droga y donde abunda la prostitución. Con este espacio como centro, Vargas Llosa extiende el ambiente putrefacto de cinco esquinas a toda la ciudad y suciedad, Limeñas. Como sostiene Max Long en su reseña a la novela, “Mario Vargas Llosa’s decision to name his eighteenth novel after the neighborhood reflects his abiding concern to portray a broad cross-section of Peruvian life” (30). Veamos a qué me refiero.

Por una parte, Cinco esquinas narra la relación entre Marisa y Chabela, dos amigas que viven en lujosos y exclusivos barrios limeños, los cuales son profundamente distintos a este barrio empobrecido y ruinoso que es cinco esquinas y que cohabitan dentro de una misma Lima. Chabela y Marisa están casadas con Luciano Casasbellas, prestigioso abogado y Enrique ‘Quique’ Cárdenas ingeniero minero, respectivamente. Este último es víctima de un chantaje realizado por Rolando Garro, director del semanario Destapes, quien publica fotografías de Cárdenas participando en una orgía con prostitutas y consumiendo cocaína o la rica pichicata como se le conoce en los barrios de cinco esquinas. La publicación de estas fotos le cuesta al dueño de Destapes, su brutal asesinato, dirigido y ordenado por el famoso “Doctor,” Vladimiro Montecinos quien fuera en vida, y es en la novela, la mano derecha del expresidente y dictador Alberto Fujimori.

El “romance lesbiano casi visual” de Chabela y Marcela se sitúa durante los últimos años de la dictadura de Alberto Fujimori (1990-2000). En esta época reinaba la violencia, la extorsión y el asesinato social de cualquier crítico al gobiernocomandado por la mafia fuji-montesinista a través de la prensa amarilla. Así lo afirma el mismo Vargas Llosa en una entrevista con Javier Rodríguez Marcos cuando sostiene que, “esta vez tenía una idea: la revelación de que Alberto Fujimori y el hombre fuerte de su dictadura, Vladimiro Montesinos, utilizaban la prensa para intimidar a sus opositores” (1).

Con la instauración e implementación de formas de gobierno biopolíticas durante los gobiernos de Fujimori, se perpetraron una serie de atrocidades en contra de personas que fueran sospechosas de terrorismo u opositoras al régimen. Incluso, a través de un autogolpe de Estado (1992), con el cual disolvió el Congreso de la República y reorganizó completamente el poder judicial, el Tribunal de Garantías Constitucionales, la Contraloría General de la República y el Jurado Nacional de Elecciones, Fujimori se hizo con un poder que utilizó–junto a su asesor Vladimiro Montesinos–para acelerar una serie de reformas neoliberales a través del control de aquellos opositores de las medidas del gobierno o simplemente a través de su corrupción.

Esta es quizá la muestra más palpable de cómo los gobiernos de Fujimori fueron autoritarios y transgresores del Estado de derecho, puesto que se practicaron fraudes, irregularidades y abusos que incluyen la ampliación de la jurisdicción militar a los civiles acusados de terrorismo, el establecimiento de leyes de amnistía para militares involucrados en matanzas extrajudiciales, la represión y amenaza a los periodistas críticos de su gobierno y activistas de derechos humanos, así como el encarcelamiento indefinido a sospechosos sin acusaciones ni sentencias. De igual manera, durante los gobiernos de Fujimori se instauraron procedimientos de eliminación selectiva y otras formas de violación a los derechos humanos (Comisión de la Verdad y Reconciliación 313).

Además de aproximarse a estas realidades del gobierno de Fujimori, Cinco esquinas narra el ambiente de terror y paranoia, que se respiraba en la ciudad de Lima, durante la guerra entre el Estado peruano y el Partido Comunista Sendero Luminoso. Entre 1980 y el año 2000, ambos mantuvieron un conflicto armado interno cuya extrema violencia dejó aproximadamente 69, 280 mil víctimas en el país. El Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación señala que el 75 % de muertos y desaparecidos durante el conflicto armado interno tenía como idioma materno el quechua o alguna otra lengua nativa. Por esta razón, observamos que “existió una evidente relación entre exclusión social e intensidad de la violencia” (Hatun Willakuy 22) cuando se trataba de estas poblaciones identificadas por el Estado (blanco o mestizo, costeño e hispanohablante) como otredad, y que este “en vez de proteger a la población . . . del senderismo que la sojuzgaba, actuó como si pretendiera proteger al Perú de esa población” (Hatun Willakuy 44).

Es en uno de los toques de queda impuestos por el gobierno bajo este contexto de guerra, que Marisa y Chabela se permiten expresar y fluir el deseo no dicho que ambas sentían hacia la otra. Esto ocurre en el primer capítulo de la novela, titulado, “El sueño de Marisa” en el que se narra “una sensación insólita que le erizaba [a Marisa] todo el cuerpo,” “aquella sensación tan grata que, desde su empeine, se expandía por el resto de su cuerpo y la tenía tensa y concentrada” (Vargas Llosa 1) al despertar junto al cuerpo desnudo de su mejor amiga. La sensación insólita de Marisa, esa que experimenta “A pesar de sí misma” (Vargas Llosa 5), como apunta la novela, es interrumpida por el cuestionamiento y la duda que comienzan a invadirla: “¿Te has vuelto loca?”, se dijo. “¿Excitarte con una mujer? ¿De cuándo acá, Marisita?” Se había excitado a solas muchas veces, por supuesto, y se había masturbado también alguna vez frotándose una almohada entre las piernas, pero siempre pensando en hombres. Que ella recordara, con una mujer, ¡jamás de los jamases!” (Vargas Llosa 4).

Este mismo cuestionamiento, lo vemos expresado en otros personajes de la literatura peruana que pertenecen a las clases altas y aristocráticas limeñas. Por ejemplo, en la novela Duque de José Diez-Canseco, la cual, como se mencionó anteriormente, retrata la vida y costumbres de la clase alta y aristocrática limeña, sus lujos, clubes, sirvientes, fiestas, alcohol y opio, se narra las andanzas de Eduardo “Teddy” Crownchield, quien retorna a Lima con su madre después de haber vivido por más de diez años en Europa, en donde practicó la sodomía, consumió cocaína y fue asiduo visitante de los burdeles. Todo marcha bien en la vida de Crownchield, hasta que se convierte en el amante de un hombre mayor, Carlos Astorga Rey, gerente de una compañía petrolera, a la par que entabla una relación con su hija Bati. Por medio del personaje de Crownchield, la novela nos muestra la doble vida del limeño homosexual de clase alta y aristocrática, en donde se perdona el pecado, pero no el escándalo o la amenaza al matrimonio o noviazgo como, veremos, sucede en el caso de Cinco esquinas. Como se lee en las primeras páginas de Duque, Crownchield, durante su estancia en Oxford, había practicado la sodomía, sin embargo, en distintos diálogos con amigos, este niega su práctica de una sexualidad disidente como vemos en el siguiente diálogo con su amigo Carlos, donde conversan en torno a Carlos Astorga, su amante:

Sí, ¿Pero su padre?

¡Bah! Astorga es un buen hombre que solo tiene un vicio: los muchachos…

¿Y le parece poco?

No, pero le gusta y se acabó.

Y, ¿usted?

No, no me gusta. Eso es todo. Si me agradara, lo haría. Estas cosas de moral son cuestiones de costumbres, de climas, de conveniencias. (86)

Llama la atención este último comentario de Crownchield, en tanto alude a la diferencia de climas, costumbres y conveniencias existentes entre Oxford y Lima. Esto en la medida en que el personaje, en Lima, niega algo que con aparente libertad practicaba fuera de la ciudad capital. No sólo esto, sino que cuando asiste a una fiesta en la que dos invitadas, Piedad Narváez y la de Dávila, se besan en la boca, Crownchield expresa al verlas: ¡¿Qué es eso?! … ¡Son más cínicas! Ya, ni disimulan” (Diez Canseco 103). Existe en Lima, entonces, una necesidad de disimular y hasta negar la práctica de una sexualidad disidente como lo hacen Marisa y Chabela al inicio de sus encuentros.

Esto podría estar relacionado a lo que la socióloga Liuba Kogan propone en su estudio sobre mujeres y hombres de la clase alta limeña, en el cual, a partir de una serie de entrevistas a mujeres y hombres perteneciente a dicha clase, señala, entre otros aspectos, que a la mujer de clase alta limeña se le atribuye “una naturaleza no sexual” (Kogan 57). En realidad, nos explica la autora, esto tiene que ver con un proceso de adoctrinamiento a través del cual se controla la sexualidad femenina. El colegio al que asisten estas mujeres cuando jóvenes, son los principales centros de adoctrinamiento. En ellos, pues, se exalta la importancia de la virginidad prematrimonial en la mujer, supureza y el ideal maternal (Kogan 46). Así, poco a poco, se les convence a las jóvenes de esta clase sobre la ausencia de curiosidad o de un deseo de placer innato en ellas que se aleja, sobre todo, de una potencial sexualidad disidente. La joven de clase alta limeña, entonces, es desde pequeña, despojada de su sexualidad, como señala Kogan, “a la feminidad se le atribuye una naturaleza “no sexual” sobre la cual se valora … la poca curiosidad sexual: “la pureza” en suma” (121).

Este no parecería ser el caso de Marisa quien, volviendo a la escena antes mencionada en Cinco esquinas, acalla sus cuestionamientos y dudas, y no detiene ni reprime o apaga la excitación que siente frente a la cercanía del cuerpo desnudo de su amiga, el cual comienza, tímidamente, a acariciar. Chabela, para su sorpresa, responde a sus caricias y provocaciones, “con suavidad, se diría cariño, Chabela, entreverando sus dedos con los suyos, arrastraba ahora la mano con una leve presión, siempre pegada a su piel, hacia su entrepierna” (Vargas Llosa 7).Lo que tenemos aquí, entonces, es una escena sumamente transgresora de los preceptos explorados por Kogan en su estudio, en tanto estas mujeres, casadas, no sólo le están siendo infieles a sus maridos, si no que están cometiendo dicha infidelidad con una persona de su mismo género. Es decir, se trata de una doble transgresión, que como veremos, tendrá que ser deformada y reprimida al no poder ser sostenida en esta clase social.

Quiero detenerme ahora en ese “con suavidad, se diría cariño” (Vargas Llosa 7) con el que se describe las acciones de Chabela hacia Marisa, en tanto noto un cierto despliegue de afecto, que me lleva a percibir, esta primera escena y las que siguen como actos de amor y no sólo sexo, no sólo morbo, como han sido descritas por distintos críticos. Esto se deba quizás al detalle con que Vargas Llosa describe los encuentros entre Marisa y Chabela, detalles que no han aparecido de manera tan desarrollada en obras que abordan la sexualidad disidente anteriores a esta novela, sobre todo si tomamos en cuenta que son dos mujeres de la clase alta limeña los personajes que se narran así:

Marisa no creía lo que estaba ocurriendo. Sentía en los dedos de la mano atrapada por Chabela los vellos de un pubis ligeramente levantado y la oquedad empapada, palpitante, contra la que aquélla la aplastaba. Temblando de pies a cabeza, Marisa se ladeó, juntó los pechos, el vientre, las piernas contra la espalda, las nalgas y las piernas de su amiga, a la vez que con sus cinco dedos le frotaba el sexo, tratando de localizar su pequeño clítoris, escarbando, separando aquellos labios mojados de su sexo abultado por la ansiedad, siempre guiada por la mano de Chabela, a la que sentía también temblando, acoplándose a su cuerpo, ayudándola a enredarse y fundirse con ella. (Vargas Llosa 8)

Estas y otras escenas han sido catalogadas como pornográficas, lujuriosas, e incluso promiscuas. Dice, por ejemplo, el crítico Jaime Perales Contreras, “a pesar de ser mujeres extremadamente ricas y bellas, la promiscuidad a la que se entregan, por tedio y escapismo de la realidad del Perú, nos causa cierto desagrado” (180). Perales Contreras hace alusión aquí al ambiente de opresión política y decadencia moral que se vivía en el Perú de esos años. Como mencioné al inicio, durante la dictadura fujimorista se practicó una corrupción desconocida hasta ese entonces en el país, la cual se extendió hacia la invasión de la vida privada de aquellas personas opositoras y críticas del régimen. A través de la coacción y compra de los medios de comunicación peruanos, el gobierno de Fujimori practicó la muerte social de aquellos que buscaban destruir su hegemonía a través de escándalos y acusaciones, mayoritariamente sexuales, presentadas en seminarios como Destapes de Rolando Garro, en el que se publicaron las fotos del esposo de Marisa en una orgía con prostitutas “gordas y pintarrajeadas(109) como las describe la novela. En estos años, se cumple en el Perú lo anticipado por Michel Foucault en Historia de la Sexualidad, en la medida en que ésta, la sexualidad, llegó a un grado insoportable de saturación, con la extensión del dispositivo de sexualidad a los más íntimos poros del cuerpo social.

Cabe mencionar que en el comentario de Perales Contreras, “a pesar de ser mujeres extremadamente ricas y bellas, la promiscuidad a la que se entregan, por tedio y escapismo de la realidad del Perú, nos causa cierto desagrado” (180), se expresa el malestar que le genera al crítico el atender a las distintas escenas en las que se practica una sexualidad disidente entre estos dos personajes femeninos y que se describen, además, con tanto detalle. Es más, las denomina como promiscuas, lo que parece derivar del hecho de que se trata de “mujeres extremadamente ricas y bellas.” Es decir, el que se les adjudique estos atributos, ricas y bellas, a Marisa y Chabela, no debería corresponderse a una práctica de una sexualidad disidente, donde estas mujeres se comporten así y hagan un despliegue tal de su sexualidad que es, valga recordar, disidente. De esta manera, el crítico estaría afirmando las creencias recogidas por Kogan en su estudio en tanto en su comentario asume que esta conducta no corresponde a mujeres pertenecientes a dicha clase social y menos aún con ese nivel de belleza. A las mujeres de esta clase, pues, Perales Contreras, también les adjudica una moral sexual, o mejor dicho una naturaleza no sexual que en el caso de Cinco esquinas, se desborda para transgredir también el mandato heterosexual.

Los encuentros entre Marisa y Chabela posteriores a esta primera escena ocurren bajo este telón de fondo en donde va en paralelo la intensificación del erotismo entre las dos amigas y la violencia perpetrada por el Estado y sus medidas biopolíticas. Ellas fisuran esta cotidianidad violenta y asfixiante que, aunque no las toca directamente, sí les genera miedo y paranoia, “trajinando el sexo de la otra … en un tiempo sin tiempo, tan infinito y tan intenso (Vargas Llosa 9). Estos encuentros se viven así, en un tiempo sin tiempo,” en el cual reina el abandono y la felicidad como se expresa en el siguiente pasaje:

Mientras se desnudaban la una a la otra en silencio, se acariciaban y besaban. Aturdida por la excitación y el placer, a Marisa le pareció, durante aquel tiempo congelado e intenso, que una delicada melodía llegaba hasta ellas desde alguna parte, como expresamente elegida para servir de fondo a la atmósfera de abandono y felicidad en que estaba sumida. (Vargas Llosa 44).

Vemos aquí una cierta potencia que nos remite a una idea del sociólogo, ensayista y poeta argentino Néstor Perlongher que reza: “La sexualidad vale por su potencia intensiva, por su capacidad de producir estremecimientos y vibraciones que se sienten en el plano de las intensidades (3), como considero se describe en el pasaje arriba citado. Estas intensidades evolucionan y se acompañan de emociones como la felicidad y el amor. Dice Marisa, “Creo que nunca en toda mi vida me he sentido tan feliz, te lo juro.” Era cierto, así se sentía.” Y continúa:

“¿Te puedo decir que te amo? ¿No te importa?” Y además: “Gracias por la noche más feliz de mi vida, Chabela” (Vargas Llosa 48). Notemos que estas pulsiones amatorias y eróticas las leemos en la novela desde la consciencia de Marisa a través de la cual accedemos como testigos privilegiados a la intensificación de su deseo y enamoramiento para con Chabela. Por eso llama tanto la atención cuando a mediados de la novela algo cambia en ella, en Marisa, específicamente a partir de esta escena en la que su marido le reclama el estar distraída durante el coito:Cómo estaría de distraída que, una de esas noches, Enrique le hizo el amor y de pronto advirtió que su marido se desentusiasmaba y le decía: No sé qué te pasa, gringuita, creo que en diez años de matrimonio nunca te he visto tan aguada. ¿Será por el terrorismo? Mejor durmamos (Vargas Llosa 15).

A partir de esta escena, la novela comienza a narrar otros aspectos de la vida de Marisa relacionados a su vida marital-heterosexual. Por ejemplo, el hecho de que para poder viajar con Chabela a Miami esta tenga que pedirle permiso a su esposo,por supuesto que te acompaño, yo feliz … le parecía que el corazón se le saldría en cualquier momento por la boca. Ahorita mismo se lo voy a decir a Enrique y si me pone cualquier pero, me divorcio” (Vargas Llosa 18). Así de radical es su urgencia por ver y estar con Chabela pero para ello, sin embargo, necesita el permiso de su marido del cual está dispuesta a divorciarse si no le permite viajar con su amiga-amante. Incluso se lo dice a él, a Enrique: “Chabela me ha invitado a Miami por tres días y le he dicho que si no me das permiso para acompañarla, me divorcio de ti” (Vargas Llosa 19). Con esto caemos en cuenta, que el romance entre Marisa y Chabela, continúa siempre y cuando esté avalado, sin saberlo, por sus esposos.

Una vez ya en Miami, después de otro pasional encuentro, ambas amigas pasan a discutir la realidad de su vínculo. Es decir, la pasión y el amor confesado en las escenas anteriormente descritas, en donde no entraba a tallar, en absoluto, el tema de los maridos, las pertenencias y los permisos, se ve interrumpida:

Después, las dos se confesaron que ambas habían tenido mucha suerte con sus maridos, que los querían mucho, que eran felices con ellos. Esto que les estaba pasando tenía que mantenerse en el mayor secreto para que fuera a dañar en nada sus matrimonios; serviría, más bien, para aderezarlos y mantenerlos siempre activos (Vargas Llosa 53).

Bajo el paraguas de una máxima de la clase social alta y aristocrática limeña que reza discreción y cautela, Vargas Llosa decide un destino diferente para el amor y pasión compartida por estas dos mujeres, en tanto ellas mismas hacen de su amor y pasión algo utilitario y al servicio de sus matrimonios, para “aderezarlos y mantenerlos activos,” como dice el pasaje anteriormente referido. Hallamos un parangón aquí con Duque, en donde vimos se requería del disimulo en el caso de la pareja lésbica, Piedad Narváez y la de Dávila, anteriormente estudiada. Este disimulo pasa por denominar dicho afecto, la pasión que existe, por ejemplo, entre Astorga y Teddy, como “una amistad cierta, real, sin prejuicios… esa misma amistad de los griegos” (Diez Canseco 141) que también es definida por Teddy como “sucio vicio” (Diez Canseco 146) que admitía, sin embargo “no debía ser tan punible pero que había que guardar las apariencias” en tanto, “lo malo es el escándalo” (Diez Canseco 147). Es por eso que durante su encuentro en una corrida de toros, cuando Astorga “pasa el brazo por la cintura de Teddy” (Diez Canseco 163), éste le recrimina “¡No seas bárbaro! (Diez Canseco 163). A solas, sin embargo, todo es diferente. En uno de sus últimos encuentros sexuales, “cambiáronse retratos y recuerdos, una pulsera, un reloj de mesa, libros, bastones, un prendedor” (Diez Canseco 180). Cuando Teddy recuerda ya en el silencio de su habitación este último encuentro con Astorga, cataloga al mismo como “inmundo,” algo que le hace sentir “¡ira y asco!” (Diez Canseco 182) en una imposibilidad de retornar a la complicidad y el goce experimentados durante dicho encuentro.

Cabe recalcar que el pasaje antes referido en Cinco esquinas no está expresado con o desde la voz de Marisa y Chabela a modo de diálogo como anteriormente se había consignado en la novela. Es decir, no atendemos directamente a sus voces diciéndose esto, sino que es el narrador quien lo expresa. A partir de este momento, el lenguaje entre Chabela y Marisa cambia. No se vuelven a leer en la novela esas frases de amor y desenfreno susurradas al oído entre ellas. Desde este punto en adelante, pues, todo se vuelve más mecánico y, ahora sí, quizás pornográfico, como recordándonos que, después de todo, la homosexualidad es una criatura médica, y todo lo que se asocia a su práctica es perverso, sucio, siniestro, “inmundo,” como diría Teddy Crownchield en Duque. Lo cual, cabe mencionar, se balancea y justifica en la novela a través de la inclusión de Enrique, esposo de Marisa en la relación.

Dejemos esto para después y preguntémonos, ¿qué ha pasado aquí? ¿Por qué se ha dado este cambio en la manera de relacionarse entre Marisa y Chabela? ¿Por qué su historia de amor y deseo comienza a ser subsumida dentro de la misma narración tanto o más como históricamente lo ha sido la historia del lesbianismo en el Perú? Lo mismo podríamos preguntarnos con respecto a Teddy Crownchield, quien después de haber sido amante de Astorga por treinta y ocho días, se avergüenza y arrepiente de su cuasi relación con el padre de su novia. Se pregunta, “¿por qué caí?” (Diez Canseco 206), a lo que él mismo se responde, “No fue sino la labia del otro que me rindió, que me ensució en esta abyección. ¡Demonio, demonio!” (Diez Canseco 207).

El libro, Her neighbor’s wife. A History of Lesbian Desire Within Marriage (2020) de Lauren Gutterman puede darnos algunas luces para entender esto. El libro presenta y analiza las historias de cientos de mujeres y madres heterosexuales casadas quienes tuvieron amoríos o affaires con otras mujeres igualmente casadas y madres, en Estados Unidos durante los años siguientes al fin de la segunda guerra mundial. A través del análisis de entrevistas, diarios, memorias y cartas, Gutterman sostiene que estas mujeres mantenían este tipo de amoríos siempre y cuando no amenazaran sus responsabilidades sexuales y de cuidado como esposas y madres (17). Además, explica que aquellas mujeres que elegían dejar a sus esposos y mantener una relación exclusiva con otra mujer, eran castigadas por la sociedad a la que pertenecían. ¿No es quizás algo similar lo que les ocurre a Marisa y Chabela, pero especialmente a Marisa? E incluso, también, a Teddy Crownchield en Duque quien, tras su decisión de interrumpir el romance con Astorga, reflexiona acerca de “la lengua de Lima” la cual describe como tremenda” (Diez Canseco 228), haciendo referencia al escándalo que podría originarse si las personas propias de la sociedad a la que pertenece se enteraran; lo cual, cabe mencionar, efectivamente sucede, razón por la cual Crownchield decide abandonar el país y regresar a Europa.

Desde el comienzo de Cinco esquinas se presenta a Marisa como aquella que da el primer paso en la exploración del deseo y el placer con Chabela. Es desde su conciencia y perspectiva que conocemos los detalles de la pasión y el desenfreno, pero también el amor que surge entre ambas, siendo Marisa quien confiesa su amor a Chabela. Marisa, pues, aparece en la novela siempre como la persona activa y agente. Chabela, por el contrario, como aquella que reacciona y responde a sus acciones y palabras. Esta actitud cambia tras el pasaje de la novela en el que Enrique le increpa su distracción al momento de tener sexo con él. Recordemos:  

Cómo estaría de distraída que, una de esas noches, Enrique le hizo el amor y de pronto advirtió que su marido se desentusiasmaba y le decía: “No sé qué te pasa, gringuita, creo que en diez años de matrimonio nunca te he visto tan aguada. ¿Será por el terrorismo? Mejor durmamos. (Vargas Llosa 15)

Así, parece que el romance con Chabela ha llevado a Marisa a descuidar a su marido y sus responsabilidades sexuales para con él. Marisa ha incumplido su deber de esposa que, de acuerdo a Kogan, está centrado en la atención al cónyuge, “atenderlo a veces como un pachá … estar allí presente, quererlo y ayudarlo incondicionalmente” (78). De ahí que, según lo presentado en la narrativa de Cinco esquinas, este romance, el amor que Marisa le ha confesado a su amiga, se haya convertido en una amenaza a su matrimonio y por lo tanto haya que interrumpirlo, abrirlo, a través de la inclusión de su esposo en el vínculo para mantener la felicidad conyugal, la cual implica, vale decir, la comodidad económica. Esto quizás se traduzca en una medida de normalizar lo suyo con Chabela, en tanto, al compartir su relación con él, Marisa, estaría incluyendo a Enrique en su goce y asegurándose que este permita el mismo, aunque ya no sólo exclusivamente con Chabela. Como si ya no se tratara de una gran transgresión. Atendamos a este pasaje que se produce en un segundo viaje que hacen Chabela y Marisa a Miami, pero esta vez incluyendo a Enrique entre ellas:

– Ahora que estamos medio borrachos, te voy a hacer una pregunta, Quique … ¿A ti te gusta Chabela? Pregunta Marisa.
– Contéstame si te gusta y si te gustaría besarla -insistió… claro que es bella y, además, tiene la boca más rica del mundo, Quique… Anda, Maridito, date gusto, bésala. Te doy permiso… (Vargas Llosa 421).

Notamos que en esta situación se han torcido un poco los papeles y es Marisa quien dota de permiso a su esposo para que bese y posteriormente tenga sexo con Chabela. La agencia que antes veíamos desplegar a Marisa en su entrega a Chabela, ha sido reemplazada por otro tipo de agencia que recae en su esposo y ya no en ella misma. Es como si ahora Marisa viviera su vínculo con Chabela a través de Enrique su esposo, siendo él quien la toca, le produce y recibe gozo de ella.

– Quique pensó que no volvería a excitarse pero, pasado un momento es esta postura -él echado de espaldas, Marisa acuclillada sobre su cara, ofreciéndole un sexo rojizo que él lamía concienzudamente, y Chabela arrodillada entre sus piernas y con su pene en la boca- sintió de pronto que su sexo comenzaba a endurecerse otra vez y ese delicioso cosquilleo en los testículos, síntoma seguro de la excitación.(Vargas Llosa 437)

En Duque se presenta una circunstancia muy parecida. Teddy Crownchield ha dedicado mucho de su tiempo a su romance con Astorga, tanto que su enamorada, Beatriz, le increpa: Un día se te ocurre verme y vienes. Otro día no estás de humor, y ni una tarjeta disculpándote. Ahora, más de veinte días sin verte, ¿qué te crees? Ya estoy harta de todas estas cosas y no me da la gana. ¿Entiendes?, no me da la gana de soportarte más” (Diez Canseco 206). Ante esto, Crownchield opta por pedirle matrimonio a Beatriz. Tras la aceptación de ella, sellan el compromiso con un “beso dulce, suave, breve, tierno, sin la agresividad de esa lujuria que Teddy tan bien conocía” (Diez Canseco 133). Esta anotación de la novela nos deja ver que las acciones de Crownchield estás intencionadas como forma de alejarse de la “agresividad de esa lujuria” que páginas previas lo había hecho sentirse dichoso. De igual manera, el pedido de matrimonio sucede como modo de afirmar su heterosexualidad y proteger su relación con Beatriz, la cual, debido a su romance con el padre de la misma, se ha visto amenazada puesto que, como la misma Beatriz le recrimina, había hecho que Crownchield pasara “más de veinte días” sin verla. De esta manera, encontramos un paralelo a la situación de Marisa y la reprimenda de su esposo al hallarse esta distraída durante un encuentro sexual, en tanto, su romance con Chabela la había alejado afectiva y sexualmente de Enrique y, por tanto, amenazado su matrimonio.

En la entrevista con Rodríguez Marcos mencionada en las primeras páginas de este artículo, Mario Vargas Llosa expresa con respecto a la relación entre Marisa y Chabela: “La primera escena busca precisamente recrear el ambiente de la dictadura. Si no hubiera habido toque de queda, probablemente esas dos señoras no hubieran tenido que pasar la noche juntas. Y sin ese clima de claustrofobia, el sexo no hubiera aparecido en su vida como escape para las tensiones” (10). Es decir que la manera en que el propio autor y creador de estos personajes concibe el vínculo entre Marisa y Chabela es como un escape a las tensiones producidas por la coyuntura socio-política. Al igual que el crítico Perales Contreras, Vargas Llosa inscribe a estos personajes asumiendo su naturaleza no sexual y cae en el mismo estereotipo de la clase alta que se forja para estas mujeres. Dice Kogan, “sobre las razones de la infidelidad femenina las respuestas ponían el énfasis en aspectos relacionados con el afecto: la soledad, la mala relación de la pareja o la falta de amor hacia el esposo. De esta forma podemos notar que no solo se critica duramente la infidelidad femenina, sino que se la despoja de sexualidad (62). Vargas Llosa pues, atribuye la sexualidad disidente de Marisa y Chabela como un escape a las tenciones, un simple divertimento que ni siquiera considera la curiosidad y menos la exploración o el deseo de un placer alternativo, a través de otro cuerpo femenino. De más está decir, que durante toda la novela la relación entre Marisa y Chabela no es expresada en términos de lesbianismo o bisexualidad lo que afirma, quizás, la imposibilidad o negación del propio autor de considerar posible este tipo de experiencia en mujeres de las clases alta y aristocrática limeña.

Nos preguntamos así, ¿cuál es la postura de Cinco esquinas con respecto a las relaciones contemporáneas entre mujeres heterosexuales y casadas de la clase alta y aristocrática limeña? Si tomamos en cuenta que quien escribe la novela y los mismos críticos culturales que la comentan—heterosexuales en su mayoría—, no conciben como posible un vínculo afectivo y erótico continuo y exclusivo entre ellas, en tanto perciben sus acciones como modo de salir del tedio o mera producción de pornografía, caemos en cuenta de la falta de potencia del amor lésbico entre mujeres pertenecientes a estas clases sociales y su representación en la literatura peruana contemporánea.

Esto se aleja de otras realidades del deseo lésbico abordadas en textos como La sangre de la aurora de Claudia Salazar publicada en el 2013, la antología Voces para Lilith. Literatura contemporánea de temática lésbica en Sudamérica coordinada por Salazar y Melissa Gherssi en el 2011, o Compórtense como señoritas de Karen Luy de Aliaga del 2019, Pleamar de Agnes Granda del 2020, Ximena de dos caminos de Laura Riesco o Las dos caras del deseo de Carmen Ollé publicados en los 90s, entre otros tantos, donde la potencia del amor lésbico es narrada desde otro lugar, en tanto proponen otras formas de amar y gozar que se traducen en expansión y transformación de la subjetividad.

Novelas como Cinco esquinas, entonces, parecerían tener la intención de no desorganizar ciertas pautas de clase o transgredir los patrones tradicionales de conducta asignados a estas mujeres en la literatura peruana. No hay pues en la novela una crítica al modelo y a las expectativas sociales impuestas sobre las mujeres peruanas del siglo XX y XXI, ni una interrupción a los estereotipos ni realidades con respecto al deseo disidente, si no que, por el contrario, se mantiene y afirma un sistema heteropatriarcal en que las mujeres de las clase alta y aristocrática limeña son perpetuadas como seres sin agencia, que lo tienen todo, menos a sí mismas.

Bibliografía

Diez-Canseco, José. Duque. Lima: Editorial Gafas Moradas, 2020. Libro electrónico.

Gutterman, Lauren. Her Neighbor’s Wife. Pennsylvania: University of Pennsylvania Press, 2020.

Kogan, Liuba. Regias y conservadoras: Mujeres y hombres de la clase alta en la Lima de los noventa. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2009.

Long, Max. “Mario Vargas Llosa, Cinco Esquinas.” TLS, 4, 2016.

Perales, Jaime. “Mario Vargas Llosa, Cinco Esquinas.” Estudios 123, vol. XV, 2017.

Vargas Llosa, Mario. Cinco esquinas. Lima: Alfaguara, 2016.

—.“La pornografía es erotismo mal escrito.” Babelia, 2016.


Mario Vargas Llosa, escritor peruano y Premio Nobel de literatura, es el máximo representante vivo de una tradición literaria peruana diversa, rica y creativa.

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