El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Țîbuleac

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Țîbuleac

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Țîbuleac

La muerte, la enfermedad y la maternidad son el centro de atención de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, primera novela de la periodista moldava Tatiana Țîbuleac, publicada en su traducción al español por la editorial Impedimenta.

Aleksy, un adolescente con problemas psiquiátricos, acompaña a regañadientes a su madre a pasar las vacaciones de verano en un pueblo francés. Así comienza la crónica del complicado vínculo filial entre ambos personajes y que se resume en las palabras con las que el joven protagonista abre la narración:

“Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba junto a la puerta de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento” (7).

A medida que avanza la trama, sin embargo, vamos descubriendo el origen de los sentimientos ambivalentes que caracterizan la relación de amor odio entre madre e hijo: un pasado trágico que ha tenido como consecuencia el bloqueo del amor maternal. De ese modo, a la violencia propia de la enfermedad y la muerte, temas también retratados en El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, se añade, de manera descarnada, la difícil convivencia entre Aleksy y su madre, cuyos aspectos más difíciles de digerir son quizás los del rechazo materno y la respuesta agresiva del primogénito.

Una de las cosas que resaltan en la obra de Țîbuleac es que se trae abajo el ideal socialmente aceptado de la madre abnegada, pues trasgrede la imagen de la maternidad como un estado sagrado, puro e intachable recurriendo a un personaje que es incapaz de conectarse -o reconectarse- afectivamente con su hijo. Este, por su parte, responde a dicho rechazo manifestando un odio profundo y perturbador hacia el ser que le ha dado la vida, reacción que no es más que la proyección velada del dolor que afecta a ambos protagonistas una vez que se conoce el trasfondo de la historia. Todos estos sentimientos dan un vuelco inesperado ante el anuncio de la enfermedad terminal que posibilitará, irónicamente, la reconciliación, no sin antes dejar secuelas profundas en el muchacho: la auto-destrucción física y emocional –“porque cualquier otra cosa sería mejor que lo que yo era: el producto asqueroso de una piel blanca” (13)–, una cadena de sucesos negativos como la pérdida y muerte de seres queridos, y la propia incapacidad para expresar sanamente sus afectos.

Una vez lejos del domicilio inglés, la madre confiesa la verdadera razón de las vacaciones y ello produce un cambio gradual en la relación al punto de lograr el acercamiento entre los personajes y, en el caso de Aleksy, el descubrimiento de la fragilidad de la enferma, para la que entonces se convierte en cuidador. Mientras tanto, otras historias familiares se van develando: la muerte de la hermana, la depresión materna, la ausencia del padre, la mediación de la abuela ciega, la única por la que Aleksy expresa verdadero cariño, y la relación romántica del joven.

Tatiana Țîbuleac es una narradora perspicaz que va dejando caer la información necesaria en el momento indicado y que se asegura de que sus lectores se aproximen a ambas perspectivas de la historia sin apresuramientos pero con precisión. Alternando pasajes del pasado con el presente y a lo largo de más de setenta capítulos, el joven narra en primera persona los hechos acontecidos durante el último verano que pasa con la madre, así como los que ocurren años después y los que vive en el momento actual. En un estilo narrativo fluido, que equilibra el duro tema del relato, vamos descubriendo piezas de la historia que tienen como punto de partida y de llegada el vínculo problemático entre el joven pintor y su madre, sin dejar de lado el rol que la enfermedad y la muerte tienen en todo ello.

En cuanto a su estructura, son de particular interés los brevísimos capítulos que, a manera de epígrafes o versos, se intercalan a lo largo de la obra y que se enfocan particularmente en los ojos de la progenitora, la única parte de ella con la que el hijo logra conectar emocionalmente y, así, demostrar su profundo desconsuelo. Estas secciones, a su vez, están construidas como formas poéticas que funcionan a manera de espacios de distención en la lectura. En líneas generales, buscan retratar el amor filial a través de los ojos de la madre, los cuales son descritos a veces como “un despropósito (17)”, otras como “las ventanas de un submarino de esmeralda (161)” y, en general, como reflejo del dolor y depositarios del llanto interior que el hijo solo puede comprender mientras acompaña a la madre en sus últimos días.

En suma, la primera novela de la periodista moldava logra sacudir el tema del amor filial idealizado, construyendo un relato realista acerca de dos seres humanos para quienes el amor y el sufrimiento van de la mano y cuya tragedia familiar determina una cadena posterior de acciones desafortunadas que terminan por destruirlos, a pesar del perdón y la reconciliación.

Țîbuleac, Tatiana. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta, 2019.


Tatiana Țîbuleac (Chisinau, 1978) es periodista y escritora. Hasta 2007 trabajó como periodista y reportera de televisión en un canal moldavo para luego dedicarse a la escritura de ficción. Entre sus obras se encuentran el libro de cuentos Fábulas modernas (2014) y las novelas El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (2017), que obtuvo múltiples premios literarios y ha sido traducida al francés y al español, y Jardín de vidrio (2018) por la que le concedieron el Premio de la Unión Europea de Literatura.

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