Los errantes, de Olga Tokarczuk

Los errantes, de Olga Tokarczuk

Los errantes, de Olga Tokarczuk

Taxidermia de una polaca

He viajado toda mi vida sin detenerme a pensar en quién confié mi destino

Sólo vi el desierto de Paiján y molinos. Me creía inmortal.

                                                          James Quiroz (el libro de los fuegos infinitos)

A la tercera va la vencida, pienso. Si al menos no logro esquivar el fantasma que aparece cuando se trata de construir un texto crítico-literario a la altura de Wedrowiec o Los errantes, libro de la autora polaca Olga Tokarczuk, al menos lograré explicar el extraño sentimiento social y estético que aparece al sumergirse en este “constructo sui generis”: libro avasallador y onírico, surreal.

No quiero comentar el premio Nobel, ni si la autora polaca nacida en Sulechów en 1962 se lo merece, si el resto de su obra es tan embriagadora como Los errantes, “Viagens” en portugués, o si en este libro, Olga lee el espacio y nos transmite desde esa lectura una preocupación por un lenguaje nuevo que se ubique entre los actuales paradigmas semánticos construidos desde el inglés y otras reflexiones socio-económicas elucubradas en otras latitudes. En este compendio se juntaron grandes músicos, arquitectos, cartógrafos, viajeros, taxidermistas, museólogos, dioses, mitos , compatriotas polacos de la escritora, para avivar genio y compromiso con el que ella se lanza a la aventura de crear una narración entre lírica, histórica, periodística y vital, de la formación de una patria visual globalizada y de un novedoso “ser nacional”. Experimentando peripecias a través del viaje, se suman supersticiones, costumbres, sueños, las conductas domésticas y extraordinarias, y todo ello describe un ritmo con el que late el corazón de su país, desde su  fundación  a la que se identifica con la adopción del cristianismo por su monarca Miecislao I en el año 966. 

Muchos de sus detractores dicen que a través de esta “ficción poética” ella se da el lujo de falsear la historia de su país.

Yo diría que ella trata de revalorizar el pasado y exponer su complejidad de una forma salvífica en tiempos turbulentos y apocalípticos. Con una honestidad inusual despelleja el turismo actual y lo condena a nivel de maldad.

Polonia, más que sus varios premios Nobel en literatura, tuvo la enorme generosidad de compartir con el mundo a Federico Chopin, nacido en 1810, quien manejaba un refinamiento estilístico en la composición que no ha tenido par. Cuando hablamos de igualdad entre naciones, no puedo evitar pensar que hay raíces estéticas que no pueden ser cortadas, a pesar de que el árbol de la globalización exige frutos igualitarios.

 

Europa, aunque está dividida en naciones con mayor o menor poder económico, respeta y promueve la conservación del patrimonio lírico de sus rizomas. Entiéndase por patrimonio lírico las diversas expresiones dentro de una mirada-filtro que combina intelecto y emoción, que contribuyeron con la fundación temprana de sus saberes, culturas y dialéctica entre monarquías, súbditos, revoluciones, batallas religiosas, romances  principescos  o vulgares y  la evolución del cristianismo. Pero sobre estos devenires, en este libro se condensan las ciencias museológicas y la taxidermia, dos disciplinas, pedagógicas strictu sensu, enmarcadas en un sustrato mayor y envolvente: la música. Aparece, entonces, un compositor como Chopin y su corazón envuelto en las faldas de su hermana. Todas las viñetas, fragmentos inacabados, gráficos, reflexiones y narraciones de Los errantes están envueltos en una música arrebatadora; muchas veces ella hace posible olvidarse del plot de cada fragmento, y una termina por dejar de cuestionarse si hay una historia lineal o con intencionalidad cronológica, pues parece que la autora está haciendo un conjuro o un hechizo para que el lector se enamore irremediablemente de un “yo viajante polaco que todo lo colecciona, incluso  lo efímero del tiempo: quien todo lo ve”.

El vagabundeo o movimiento es solo una excusa. Me parece una estrategia que implica subir a un vehículo que permite al lector dejarse guiar por Tokarczuk, porque confía en su erudición, su pericia, pero sobre todo porque sabe que detrás de todos estos “cuentitos” o narraciones reflexivas hay una enorme verdad. La autora presenta de forma crítica y penetrante un panorama desolador de la destrucción de la humanidad, lo hace con ironía y humor bastante oscuros, pero se devela como una forma de aceptar el fin de muchas de las relaciones vitales para entrar en la modernidad maquiavélica y desoladora de un mundo tecnificado en inglés moderno, repleto de  aviones, aeropuertos, elementos primordiales de una industria turística que aparece como la primera sombra hacia la destrucción de la capacidad de discernimiento ante la urgencia de la supervivencia. Cuando Olga escribió este libro, supongo que no se imaginaba la pandemia del Covid 19, pero se imaginaba alguna catástrofe ecológica.

No pude evitar revisar otras críticas en medios periodísticos prudentes sobre este libro, con la intención de ubicar mi propia lectura y por la conmoción que me había causado. No estaba segura de si Los errantes me había estimulado en el fuero íntimo porque estuve una vez en Varsovia cuando aún existía la “cortina de hierro”, (era en Varsovia donde se cambiaban las ruedas del Tren que unía Eurasia, Europa Occidental con la frontera rusa) o porque Varsovia era la capital de otro mundo ilegible, o el pasmo era una reacción frecuente en otros lectores. La conclusión fue que hacer crítica literaria de una obra de esta magnitud, con elementos que están fuera del texto y que sólo pueden servir de paredes anecdóticas al lector, se podía convertir en algo tramposo. Sin embargo, sentí que era necesario insertar esta obra dentro de alguna tradición que yo desconocía, pues en este libro se daba una transición de quehaceres  patrimoniales, cambios historiográficos en el viejo continente. Debía, pues, buscar una aproximación a la intencionalidad de esta extraña fragmentación entre lo moderno, lo antiguo, lo muy antiguo y la reflexión filosófica a través de un lenguaje peculiar, transformándose en una propuesta más universal.

Este libro me remite a la antigua discusión entre filosofía y poesía, razón y sentimiento, en una tensión que ha ocasionado se escriban varios tomos de elucubraciones con sus diferentes variantes, sobre lo apolíneo y lo dionisiaco, sobre Platón y su aversión por la poesía o lo inexacto en la república perfecta y sin embargo la necesidad del estímulo emotivo y ficticio dentro de la posibilidad humana para imaginar. 

Tokarczuk, en Los errantes, no sólo resuelve este conflicto, sino también resuelve la ecuación de la historia contada por los vencedores, a la que ella le suma una fresca formalidad cronométrica y una reflexión religiosa con chispazos de ironía, tan necesaria en una Europa que construyó un “Dios a la medida de la belleza que querían alcanzar”. Los europeos lograron saltar las hermosas cúpulas italianas para saber llevar ése brocha a través de todo el continente buscando  formas, colores y alburas irrepetibles, y los convirtieron, cada quien, en otro movimiento multiforme, dándose además otras muchas licencias de cantón a cantón.

Los errantes nos permiten ser equívocos, ubicuos, herejes, testimoniales en cada comarca donde ese Dios “Miralotodo” se hizo presente e inspiró a sus elegidos para que supieran ser testigos de su gloria.

Tokarczuk, Olga. Los errantes. Anagrama, 2019.


Olga Tokarczuk, escritora polaca y Premio Nobel de Literatura 2018, ha merecido premios como el Brueckepreis o el Nike. Ha publicado ocho novelas y tres libros de relatos, sus obras se han editado en cuarenta idiomas y el reconocimiento a su obra es mundial.

Acerca de Julia Wong

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