Fragmento de «Eva no tiene paraíso», de Patricia de Souza

Fragmento de «Eva no tiene paraíso», de Patricia de Souza

Eva no tiene paraíso

(fragmento)

Me inventaré a mí misma y justificaré mi existencia.

SIMONE DE BEAUVOIR

Il existe une analogie évidente entre la psychanalyse et la littérature. Nous y voyons à l’oeuvre, sans doute par des voies différentes, […] le même postulat: être, pour la première fois, entendu, reconnu, […], et dans le même mouvement, craindre d’être absorbé par la pensée et par le langage.

J. B. PONTALIS

 

Siempre me ha parecido imposible no pensar en qué consiste el lenguaje y cómo podemos hablar, comunicar, expresar, y convivir en grupo sin terminar enloqueciendo o peleando. ¿Cómo es posible que pese a todas nuestras diferencias logremos un mínimo de acuerdo y de consenso? Se me hace todavía más difícil comprender lo que significa escribir, inventar un mundo o representarlo con el lenguaje, y saber que es nuestra marca como especie, nuestra humanidad. El lenguaje en su forma material bruta está completamente desprovisto de sentido hasta ser una palabra hablada, sentida, escrita y encarnada por alguien. Por eso, no puedo evitar pensar que toda escritura está estrictamente ligada al deseo: deseo de vivir, de pensar, de señalarse. Sin deseo en movimiento, no hay producción de signos, no hay lenguaje. Y no hay comunicación. En mi caso, me pregunto cómo y cuándo me decidí a escribir, a hablar en silencio, que es un poco la escritura. No tengo memoria exacta de ello, solo la convicción de que me invadía un enorme desarraigo. El día en que empecé a alzar la voz y a señalarme no solo como un cuerpo, sino también como una cabeza, empezaron los problemas. Es decir, escribir es salir de la clandestinidad para rescatar ese deseo, es una pelea frontal en el plano social para ganar un espacio, una lucha por una identidad tan volátil como sujeta a leyes y reglas que no siempre nos pertenecen. El problema es que la identidad no es constante ni única, sino que cambia todo el tiempo, es siempre un “terreno en obras”. El quién es importante en este aspecto, quién nombra, quién señala, quién habla. Origen, nombre, sexo (género, que al ser sexuado, hombre/mujer, se convierte en un problema político y deja de ser solo gramatical). Y color de piel. Esas son las primeras señas de identidad para la que se decide a hablar y, enseguida, levantarse en armas.

Si escribir es un perpetuo movimiento, avanzar en la dirección de lo que hemos elegido por la necesidad de dejar huella, es también una experiencia existencial trascendente, inacabada e incompleta. Ahí reside la dimensión fenomenológica de la obra como obra, de la escritura como fenómeno y como noumeno, y de allí mi idea de otorgar al uso de la primera persona un sentido crítico y estructural en el texto. Esta primera intuición me llevó a querer estudiar algunos trabajos escritos para integrarlos en una comunidad de escritore(a)s que habrían vivido la escritura como una Huella1, valor que va más allá de una simple ambición estética para hacer de la escritura una forma de subsistencia, un modus vivendi. Algunas veces he pensado que sin escritura, sin texto, nadie puede resistir el peso afectivo de la experiencia, y de ahí que el psicoanálisis siga teniendo sentido como una forma de recorrer espacios restringidos a la conciencia. Si esta idea se instaló en mí fue porque, a medida que he ido hurgando en mi trabajo como escritora, las cuestiones relativas a las razones mismas de la gestación de un texto no dejan de multiplicarse. En cualquier caso, una cosa aparecía ante mis ojos como algo fundamental: el hecho de que la escritura es sobre todo una forma de oponerse a la alienación, una resistencia, una diferenciación no esencialista, y, por tanto, una marca de calidad de vida. Para mí esto significaba no solo una resistencia al efecto corrosivo del tiempo, sino también, y sobre todo, una rebelión contra la condición de mujer (que se piensa como Persona) en un determinado medio cultural y dentro de una sociedad, lo que me acercaba por otra parte a todas las autoras que habían sido conscientes de que escribir es un acto de subversión público: Madame de Stäel, Madame de Genlis, Flora Tristán, Rosa de Luxemburgo, Simone de Beauvoir, Colette… y una larga lista, pero también, a la frase de Lautréamont, que prescribió: la poesía será hecha por todos. Ese anatema de alguna manera es el signo de una revolución estética y representa una toma de posición política en pleno siglo XIX: banaliza la poesía (simplificándola como valor absoluto), y la coloca al alcance de todos al prescindir de la división jerárquica entre el hombre y la mujer. Finalmente, esa expulsión de un determinismo biológico (institucionalizado como norma) nos convierte en lo que somos realmente, parias en esencia a la búsqueda de una identidad que siempre se nos escapa. Esta intuición influyó para que mi deseo de trabajar sobre escrituras extraterritorriales comenzase a tomar forma. Desde entonces, he pensado que la escritura, la Marca, es un trabajo de sobrevivencia y de resistencia a la desaparición, aunque esta afirmación contenga una contradicción evidente: escribir consiste también en borrar la propia experiencia para que la marca escrita nos entregue un nuevo sentido, un nuevo valor estético que se transformará muchas veces en un valor moral (la lucha por la independencia de muchas mujeres que han escrito conscientes de su situación en un mundo de dominación masculina es un ejemplo). Ahí reside la dimensión sacrificial de la escritura2. Nadie que desee acoger el rostro de otra persona puede permanecer idéntica a sí misma. La división que se produce en el interior solo es perceptible en el instante en que se entra en contacto con la realidad escrita. Porque si existe alguna forma de desdoblamiento, este consiste en el hecho de tener que utilizar un lenguaje que no poseemos completamente. Cuando Lacan habló de la preponderancia del significante sobre el significado, de lo vivido frente al concepto, o de la alienación estructural del sujeto que otorga un valor simbólico al género, se refería justamente a esa despersonalización que se produce cuando se escribe: ¿qué poder tiene lo simbólico, que hace de ciertas cosas sensibles signos de sufrimiento? Es un trabajo con el subconsciente, es subterráneo, y tenemos que descender hasta esas profundidades.

Notas:

1. Defino Huella como la Marca vital que transpira en la obra. Un ejemplo de estas Marcas son las “as” separadas por paréntesis de los agentes masculinos terminados en “o”, en resonancia con la clasificación y la jerarquía dominantes contra las que reacciona este texto.

2. Esta idea de la escritura como acto de sacrificio pertenece a René Girard, quien, en numerosos textos, habla de la importancia del “chivo expiatorio” como figura clave en la formación de la tradición cultural Occidental.

De Souza, Patricia. Eva no tiene paraíso. La Moderna Librería Digital, 2017.


Patricia de Souza (Ayacucho, Perú, 1964) es escritora y doctora en Literatura Francesa y Comparada por la Universidad de París III Sorbonne Nouvelle con una tesis sobre Flora Tristán y Lautréamont. Ha publicado numerosos libros que la han colocado en un lugar prominente en la literatura latinoamericana. Y lo ha hecho con algunas de las editoriales más prestigiosas de varios países. Su novela El último cuerpo de Úrsula (2000) fue traducida a francés, inglés y alemán y ella misma ha traducido poesía de Michel Leiris y narrativa de Jean Echenoz. En 2015, la prestigiosa La Revue Littéraire la incluyó en su dossier Chemins des Amériques, dedicado a los nuevos imprescindibles latinoamericanos.

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