El Quemadero, de Rocío Silva Santisteban

El Quemadero, de Rocío Silva Santisteban

El Quemadero, de Rocío Silva Santisteban

Paisajes de una mente incendiada

Si bien es cierto que Rocío no fue el único umbral literario que me animó a escribir, me puso en el camino de escoger las lecturas necesarias. También me enseñó a comprender el lenguaje que resuena en lo personal frente a un corpus artificial en la estructura de una lengua o idioma, referente a la trama creativa. Escribir, a partir del Taller de literatura en la Universidad de Lima significó un nuevo proceso cognitivo, ya no sólo un por qué, sobre todo referente a qué es lo que importa, y qué no… cuando se escribe. Se convirtió en un constante: Cómo, por qué, para quién.

Conocí a Rocío cuando en el Perú el oficio de escritora era una quimera que ella había hecho realidad. Ella nos abrió la puerta a muchas.

Soy una deudora de sus múltiples aspectos socioliterarios y propuestas escriturales, porque gracias a ella conocí un sinnúmero de textos poéticos peruanos y extranjeros, que abrieron cada vez más vertientes hasta ir encontrando una voz propia. Supo darme las herramientas a la medida de cada libro que el devenir me ha permitido crear. Me impulsó a leer a varios autores con ojos de asombro, de aprendiz y a la vez con ojos críticos, me encaminó a acercarme a poetas alemanes, que ya admiraba (sin saber por qué), sobre todo me orientó hacia uno de los aspectos de la literatura que considero crucial, cómo violentamos y nos dejamos herir por el lenguaje literario, ofreciéndome una gama de posibilidades para entender mi propio goce en la lectura y en la escritura.

Después de escuchar a Rocío hablando sobre literatura, Else Laske Schueler y Bertold Brecht, ambos distantes en estéticas y cronometrías, se convirtieron en mucho más que un texto bello, o una propuesta ideológica, entonces la literatura me volvió siempre alerta y fidedigna a lo que el cerebro va elaborando en la medida de búsquedas y estímulos.

Gracias al taller de la U de Lima, entré en un diálogo con Rocío y con Mario Bellatín en este camino. Mario, quien me parece un narrador, no sólo inigualable, sino un Premium como diría un sistema de ventas por catálogo, alguien a quien admiro, respeto y con quien me puedo reír de cualquier cosa (actividad que en un mundo castrado no es nada fácil), era el hacedor cuentista, fabulador, quien jugaba a posicionarse certero en la escena. Cuando llegué a ese taller entre 1984 y 1986, Mario y Rocío eran los “laboratoristas” con los nuevos pupilos, cada uno en su trinchera: poesía y narrativa. No supe hasta mucho después que Rocío también escribía cuentos.

Hoy día no estoy aquí para comparar la poética de Rocío con la de ningún otro escritor, ni entre sus diferentes géneros como discurso. Rocío sabe escribir, no importa qué.

Roland Barthes dice:

“Tal libertad de concentrarse en contra del poder se encuentra en otro sistema que él llama literatura”. Para Barthes la literatura no es un corpus de obras, ni tampoco una categoría intelectual, sino una práctica de escribir.

Como escritura o como texto, la literatura se encuentra fuera del poder porque se está obrando en él un trabajo de desplazamiento de la lengua, en la cual surten efecto tres potencias: Mathesis, Mímesis, Semiosis (Barthes, Lección Inaugural, pp. 120-124).

Como la literatura es una suma de saberes, no existe un tema general que pueda fijar o fetichizar a ninguno. Cada saber tiene un lugar indirecto que hace posible un diálogo con su tiempo. Como en la ciencia, donde la literatura trabaja en sus intersticios siempre retrasada o adelantada con respecto ella: “La ciencia es basta, la vida es sutil, y para corregir esta distancia es que nos interesa la literatura”.

Otra de las disciplinas que Rocío maneja con maestría es el periodismo informativo y crítico. De allí parten también historias en esta antología que, de acuerdo a lo que ella misma aclara, tienen un semillero real en el fundamento de hechos verídicos que le han servido como detonador para crear otros universos, con sus respectivos efectos colaterales.

Rocío entonces indaga, penetra y maneja una poderosa práctica escritural, que pareciera estar demasiado alerta al poder que ofrece la sexualidad, pero que a medida que nos introducimos en la lectura, nos hacer percatarnos de algo mucho más interesante: es el poder literario el que está arremetiendo contra el poder del lenguaje instalado y el canon literario (léase el cover del cuento de López Albújar “El limpiador”, al que considero extraordinario y el mejor de la colección), y consigue un nuevo poder a quemaropa que es el mentalizar a tal extremo la toma del poder con el uso del lenguaje, que consigue decorosamente un gran “quemadero”.

Su poesía y su narrativa promueven una enorme dosis de piromanía. Piromanía que alcanza su punto más alto al contener la capacidad que tiene el lenguaje cuando se ha apoderado de su raíz sexual y la enorme versatilidad de las diferencias, como usarlas para “prender” al otro. Reflexioné un par de días antes de usar la palabra pirómana, porque parecería una palabra fácil, colocada empáticamente al lado del título de este suculento conjunto de textos, textos que van más allá de las historias que están contando; textos que son más que narración, textos que, como los de Mario, sobrepasan la barrera del tiempo y la línea de la discursividad para provocar otra cosa en el lector. Pero, sí, me he decidido utilizar “pirómana”, por su etimología: la palabra «piromanía» está formada con raíces griegas y significa «afición incontrolable de prender fuego». Sus componentes léxicos son: pyr, pyros (fuego) y manía (furia, rabia, excitación). Una pirómana es una persona que siente un irreprimible impulso a prender fuegos, pero no tiene la intención de dañar ni busca una ventaja ególatra o egocéntrica. En psicología clínica se le trata como un trastorno del control de los impulsos, el cual produce una liberación de tensiones y un goce al ver el fuego. Una catarsis cultural, escrita, artística. Es importante no confundir al pirómano con el incendiario, que provoca premeditadamente un fuego con ánimo de lucro, maldad o alevosía.

Reviso este conjunto de cuentos como para un examen de admisión, es un desafío inmenso hablar sobre una persona que me dio casi el soplo primigenio como escritora. El Quemadero es una antología trascendental, no sólo para Rocío, sino para las mujeres que escribimos. Aunque había tenido la oportunidad de leer alguno de los cuentos con anterioridad, descubro ahora que hay textos que ya había disfrutado y “tratado de resolver”, pero que no tuvieron el impacto que consiguen en su conjunto. Digo tratado de resolver, porque las variables con las que los leí la primera vez distaban mucho de las capacidades o saberes que ahora manejo para hacer una lectura crítica de un texto literario, en lo que intertextualidad, estructuralismo, técnicas y estructura cognitiva, se refiere, pero sobre todo las relaciones asimétricas de poder, que son el mejor semillero para las dinámicas y una dialéctica sazonada en cuanto interpelan y/o provocan la creación literaria.

Conozco a Rocío de aquel poemario que me impresionara cuando la leí por primera vez, como fue Asuntos circunstanciales, de allí reconozco un verso que ocupó mis años universitarios y me hizo descubrir que “El paraíso sólo es una marca de colchones”.

La piromanía de Rocío se irá proyectando a la estructura mental y lingüística de los personajes, en una ascensión lenta hasta ocupar su rol completo en el teatro en llamas de su experiencia vital transformadora. La representación como asumen su propia fortaleza, (o debilidad) sobre cualquier moral, ética o indolencia, (tengan o no razones o causas sicosociales) hace que los protagonistas, abandonen su condición de actores creados y dejen la piromanía para convertirse en verdaderos incendiarios del lenguaje, como si cada uno supiera el valor que tiene ponerle una semántica ardiente y calientísima a sus intenciones.

Christiane Félip Vidal, en un texto meticuloso para la revista Las Críticas, dice de Paul Baudry:

el autor trata dos tipos de fuegos: el de los incendios reales y de grandes proporciones que, en la última década, se produjeron en Lima con su saldo de víctimas mortales y destrucciones, como los de “Mesa Redonda, Larcomar, Las Malvinas, discoteca Utopía, Cantagallo, etc

Y el de los fuegos metafóricos que nunca prendieron del todo, no agarraron bien, y se apagaron apenas prendidos, pero cuyas brasas chispean y vienen a ser la metáfora de ilusiones que han marcado 200 años de Historia política y que, de tanto repetirse, han ido erosionando las esperanzas individuales, el cuerpo social, las instituciones, y, mucho antes de la llegada de Sendero Luminoso, han convertido al Perú en una pradera siempre a punto de incendiarse, porque según reflexiones del narrador Ernesto Basoalto: “Los incendios, nuestros incendios, son ese momento en el que podemos leer nuestra precariedad colectiva resumida en un chispazo”; o también: “Tengo la impresión de que el Perú, desde la independencia, siempre ha sido un teatro en llamas”.

Este comentario consintió en crear la hipótesis que no todos los fuegos peruanos vienen de las mismas intenciones, en El Quemadero, Rocío no necesariamente juega a la búsqueda del poder absoluto a través de la toma de conciencia dentro del territorio nacional, sino de habitaciones físicas o mentales, las tramas tienen una proyección ígnea con aquellos que tienen la palabra incandescente desde la subordinación o marginalidad, o los extremos de un erotismo y tanatismo sagrado, sólo posibles entre seres abisales que habitan al borde de la economía, la salud mental o la impavidez, y son precisamente ellos los que logran iluminar con una fuerza y un aparato verbal potente las situaciones de violento desequilibrio en la que se encuentran. Rocío pretende mantener vivo el fogón de la reflexión. Ella ya viene de la escuela poética política, del debate académico y también del encuentro real con una sociedad negacionista, pero ella se empeña en busca de la igualdad y la justicia, entonces sus personajes femeninos, sean niñas o adultas, conscientes de su clase y su rol social o no, están todas con el fósforo invisible en la mano, o mejor dicho con el impulso que quema a flor de labios, a flor de piel o a flor del verbo. La estrategia de Rocío, como en la escritora argentina Mariana Enríquez con su también logrado discurso vital y agitador en Los peligros de fumar en la cama, conjunto de soberbios cuentos que han sido considerados “de terror”, pero que, como en El Quemadero, muestran lo siniestro del alma humana con herramientas hipermodernas y surrealistas que consiguen técnicamente esa albricia mágica que atrapa al lector, porque los actores de estas historias se arriesgan a “calcinar” o “incinerar” al otro, no con un cigarrillo o un fósforo sexual, sino con el poder del lenguaje. El débil o la débil, en los cuentos de Rocío, incendia desde su ímpetu mental. Desde el reconocimiento de su sexuación, de acuerdo con lo que propone Lacan, cito: “con la noción de objeto a como ese objeto eternamente faltante por el encuentro del sujeto con el lenguaje, sostenía que no hay armonía posible para el ser hablante y de allí proviene la fórmula lógica «no hay relación sexual o proporción sexual»”.

Y es así que, desde su seminario «De un discurso que no sería (del) semblante» en el año 1971, se va a ocupar de las posiciones sexuadas prescindiendo de la genitalidad, es decir, de la diferencia sexual anatómica.

Lo que va a proponer es que por el efecto estructural del significante —por el hecho de hablar— las posiciones sexuadas presentan una articulación lógica, por un lado, que,si bien la relación sexual es imposible de escribir en los términos de la armonía, por otro, lo que sí es posible es escribir la forma de suplir esa imposibilidad.

Rocío, en estos cuentos, muestra cómo los personajes tratan irremediablemente de llegar a alguna imposible congruencia entre la violencia de una falta de armonía en situaciones límites, incluso en sus arrebatos místicos, abigarrándose a su consciencia de los límites con sus fabulosos actoslingüísticos (su capacidad para enfrentar lo que falta), así se verán expuestos a una generación de respuestas trasgresoras que oscilan entre la vulnerabilidad y la agresión, como las situaciones de disarmonía que los acosan. Las fórmulas cuánticas de la sexuación serán entonces la escritura de las convenciones de suplir el hecho de que, en lo simbólico, no hay relación sexual, porque no hay relación armónica entre los sexos.

Vuelvo al arte de la piromanía, especialmente bajo el leitmotiv en los textos con un epígrafe de San Ignacio, que sólo Dios puede ser Dios, me parece que el texto de “las sagradas escrituras” resume, de manera especial, esa inversión poderosa y candente que Rocío quiere afectar con sus textos en el lector tibio y enfriado. En este conjunto de cuentos, Rocío pareciera resolver esa angustia entre los géneros, entre la influencia de la lengua alemana y Europa en su obra y las discursividades peruanas, con su lenguaje callejero y sus escandalosos abusos. Rocío alejándose de la pirotecnia paisajística, decide sacudir a quemarropa el subconsciente nublado para despertarlo, pues el fuego está más que presente convirtiéndose en un personaje más o es parte del escenario.

Lo que quema en Rocío no se ve, está en las entrañas del lenguaje mismo y en su lucha y fricciones constantes, en el juego oscuro de la duda, la rebelión, de lo que no se dice y se desea, de la sombra o el paradigma que están cuestionando. Es decir, en las mil facetas de la consciencia que no sólo tienen que ver con un territorio o sus relaciones familiares o laborales. Las personas que ha escogido Rocío para sus textos apuestan a ganadoras por knock out, buscando la solución final a quemaropa. Son las que se encargan, sea de manera sutil o agresiva, de echarse abajo, sí o sí, a la otra, al otro, a los otros, a cualquier cosa que se interponga entre el placer que ocasiona a su mente y la destrucción de su deseo.

Silva Santisteban Manrique, Rocío. El Quemadero. Cocodrilo Ediciones, 2023.


Rocío Silva Santisteban es escritora, poeta, crítica literaria y figura política peruana. Ha escrito entre otros los poemarios Ese oficio no me gusta (1987), Mariposa negra (1993), Maternidad (1996) y Turbulencia (2005).

Acerca de Julia Wong

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