Hermana, jardín, espina, de Claudio Archubi

Hermana, jardín, espina, de Claudio Archubi

Hermana, jardín, espina, de Claudio Archubi

La máquina infinita

Hoy voy a hablarles del nuevo libro de Claudio Archubi Hermana, jardín, espina, recientemente editado por Detodoslosmares.

Entré en este libro como quien entra a una máquina. Digo a una, porque existen, como nos hace ver el poeta en este libro, otras máquinas. 

Ya en la Máquina de las alegorías, libro anterior de Archubi, se trabajaba con esta idea. 

Pienso ahora en que el tiempo, en tanto vector, puede ser también, otra máquina. Y es, probablemente, el tempo y el movimiento de las distintas máquinas combinadas entre sí, con sus infinitas posibilidades,  lo que da la idea de funcionamiento a eso que denominamos vida. 

El gran tema de este libro es, desde mi lectura, el tiempo como directriz de la estructura familiar o, al revés, la estructura familiar como directriz del tiempo. Me parece que va en ambas direcciones,  permítanme la duda.

Son temas complejos, tanto el tiempo como los vínculos de familia, pero hay que ver con qué belleza y mirada incisiva el poeta ahonda en cada una de estas entidades.

Dice la voz que enuncia en el poema: “La infancia es una nave muy rápida. La memoria, no” y marca la diferencia de velocidad entre la infancia y la memoria. 

Esta atención a la velocidad (mayor o menor) se repetirá en otros poemas, por ejemplo, cuando dice que el sujeto está despertando y que es demasiada la luz (y aquí cito textual) “para el que quiere crecer todavía”.  Entonces me he preguntado si el tiempo se ralentiza cuando queremos crecer. ¿Cabe más tiempo en el tiempo en que se quiere crecer? Ese elemento intencional, el querer hacerlo, ¿es un factor que altera la línea del tiempo? 

Repito. ¿Cabe más tiempo en el tiempo y por ende tenemos más tiempo mientras queremos crecer? ¿Y si fuera así? 

Ah, qué maravilla produce en el lector eso de ponernos entre la pared y la propia historia y llevarnos a pensar cuándo fue la última vez que deseamos crecer? ¿Cuánto teníamos? ¿Ocho años? ¿Doce? ¿Dieciséis?

Esa intención de crecer del sujeto, no es la única voluntad de crecer que aparece en el libro. No. También (cito textual) “El conocimiento creció en mí como un hongo silencioso, el más bello e intratable.”. Es decir, crece el sujeto, crece el conocimiento. Y (cito) “Nuestra infancia se mueve. Da vueltas en el interior del cuerpo. Gira con la sangre. Va cambiando espinosa verde fría sepultada por el barro del invierno. Es la huerta que nuestros padres plantaron antes del jardín. Y crece por la noche.” El sujeto crece, el conocimiento crece, la infancia crece, ocupan un lugar en el espacio y sólo los cuerpos sabios conocen cómo girar. 

He ido y venido muchas veces desde la infancia a la adultez de los personajes de este libro: el hermano que conversa con Nancy, Nancy, los padres, la abuela.  Es que este libro es, sobre todo, movimiento.  

El movimiento de la Historia entrando y saliendo de “La gran Máquina” que es, en palabras del poeta, la familia.  

Con ductilidad y sutileza Archubi trabaja sobre varios de los grandes temas de la existencia. Es un libro para leer más de una vez, para mirarlo con atención como uno mira el interior de una máquina con piezas diminutas que, rozándose unas con otras, unas sobre otras, y unas entre otras funcionan a la perfección y dan por resultado la mirada de asombro.

Muñiz, octubre 2023.

Selección de textos de Hermana, jardín, espina:

De la Nada subía la infancia.

Subía por la espina del día.

 

***


Abuela, las abejas de la infancia me llevaron de nuevo a tu jardín solitario.

Volaban como palabras futuras sobre las flores que a nadie di por temor a que se secaran dentro de otro corazón sediento.

Yo tenía un alma muy vieja.

Subía por la espina del día.

Escuché en tu alma los truenos, abuela, para que nuestras flores estuvieran a salvo.

 

***

Pero estaba despertando.

A cada flor se le abría su espina adentro: brillaba.

Nancy, hermana, ¿quién abre las cortinas del mundo? Decile a mamá que nos deje dormir un poco más.

Estoy viejo y la luz tiene punta filosa.


Demasiado, para el que quiere crecer todavía.

 

***

Los muñecos de la infancia quisieron susurrarme nuestra historia.

Pero estaba despertando.


Pensé: En este cuarto vacío aún no existo.

 

***

 

Soñé a la abuela carpiendo. Plantaba cosas porque venía la lluvia.

Agachada y de espaldas como yéndose.

Yo estaba cubierto de tierra y ella plantaba en mí.

Acariciaba mi cabeza de tierra y me decía: Escuchá el mar.

 

Y a cada flor su palabra se le abría adentro, tan gastada como una vieja idea de la vida.

 

***

 

¿Dónde te has ido, abuela, amasando la harina de nuestras más bellas verdades?

 

***

 

De la infancia subía la Nada.

Como sube la tristeza cuando baja el amor.

 

***

 

Abrí mi soledad como una antigua caja. Vi el rastro de semillas que perdieron nuestros muñecos rellenos, rasgados por el tiempo.

 

¿Cómo era?, les pregunté ¿Cómo era la verdad?

 

***

 

Toqué el camino de semillas. Y una flor muy vieja se abrió en mí. Tenía el tamaño de una vida.

He guardado mi Tesoro sin comprender que una flor iba secándose en mi mano, nacida en lo profundo del agua, crecida en la negrura de la más oculta cueva.

Abrí la mano y descubrí que mi Tesoro tenía el tamaño de la memoria: mis dedos se estiraron secos como los pétalos de esta flor.

 

***

 

El conocimiento creció en mí como un hongo silencioso, el más bello e intratable.

 

Prometía el misterio y el ardor de la búsqueda y aguas de arrastre descendente, cada vez más frías.

Largos inviernos y una gran recompensa.

Largos inviernos siguiendo el cauce secreto.

Largos inviernos y una gran recompensa.

 

Mi hongo brillaba en cada uno de mis órganos, brotaba en mí, me empujaba hacia el Pasado.

 

***

 

La infancia es nave muy rápida. La memoria no.

 

Pero en la oscuridad aún se oye nuestro cuchicheo: levanta vuelo hasta que los canarios callan.

 

Nancy, algo se rompe, ¿por qué me señalaste con el dedo?

Pequeña Judas, nuestra nave ya está rota.

A quién nos toca delatar.

 

***

 

Nancy, el planeta de mamá era una dura estrella en lo alto del jardín.

 

***

 

Oí sus chancletas: del comedor a la cocina, de la cocina al patio, del patio a la memoria.

Nunca se detienen.

Camino corto huella larga.

Huella como cosa que vuelve suena más que cualquier palabra.

 

***

 

¿Cuándo se funda una idea? ¿En qué gesto, bajo qué violencia de amor se imprime su primera huella? ¿Después de qué mandato, la primera mirada?

 

***

 

Comé, nene, que la comida no se tira.

Comé penumbra.

Comé luz.

Comé de nosotros para masticar tu vida.

Y nunca te detengas: sobre todo, nunca te detengas.

Siempre mirá para atrás. Mirá los que están peor que uno.

Yo sé lo que te digo: nunca te detengas.

 

***

 

Nuestra infancia se mueve. Da vueltas en el interior del cuerpo. Gira con la sangre. Va cambiando espinosa verde fría sepultada por el barro del invierno. Es la huerta que nuestros padres plantaron antes del jardín. Y crece por la noche.

 

***

 

Lo que amasaban tus manos, abuela, ¿era este momento?

 

***

 

Mamá era un planeta de nieve.

Girando sin parar.

Girando día y noche para hacer girar la casa con nuestra infancia adentro.

Y papá, el quemante rojo sol que despejaba su misterio.

 

***

 

Papá giraba hospedando animales pesados: animales de pleno día.

Animal pesado la rectitud.

Animal pesado el cansancio.

Animal pesado la ira.

Lo vi cavando, cavando futuro hasta donde la pesada recta se curva si queremos llegar más lejos.

Por eso amaba los pájaros.

 

***

 

Papá se lastimaba con el mundo y de su herida naciste, Nancy-niña-roja-rosa-de-sangre.

Y pulsó de papá su sangre bajo tus mejillas sudorosas, detrás de la piel y de la carne, en tus huesos gastándose antes que los míos.

Mamá crecía ilimitada en tu pelo como crecerían en tu vientre tus hijos.

 

***

 

Girábamos, nosotros también, en nuestra primera media vuelta del pasado al porvenir.

 

***

 

De las gruesas manos de papá asomaban diminutos pichones de canarios como temblorosos pétalos de hambre.

Silenciosos aún, adormecidos aún, fermentando el canto en su ceguera.

Y era tan diferente cada canto como distinta hubo sido su ceguera.

 

***

 

La gran Máquina llamada familia se movía incesante.

Los canarios hacían silencio para escucharla.

Papá soñaba esos engranajes en la mudez de la siesta.

Los ajustaba trabajosamente: girábamos con su respiración, resguardados en la penumbra.

 

***

 

En la respiración de papá se escondía.

En su cansada sangre, aceitando nuestros engranajes íntimos, mientras comenzaba a dar vueltas la sólida cuerda sobre nuestra espalda.

Cómo pesaba la Historia: papá no podía detenerla.

 

***

 

Pancartas gas pimienta y un hambre invisible.

Lo tuyo y lo mío dándose vuelta frente a la punta de un arma.

Palo y poder.

Así giran las ruedas de la Historia.

 

Por encima de los otros.

Y de repente, por encima de nosotros.

 

***

 

Papá, ¿no podías detenerla?

¿Entraba en nuestra casa con sus ruedas embarradas de ideas mandatos cadenas? ¿Entraba por tu sangre por tu cansancio por tus ojos?

¿Como un televisor encendido para siempre entraba?

¿Mamá también la escuchaba y por eso corría tanto?

¿Para que la Historia no la alcanzara corría? ¿Para que nosotros por un instante no corriéramos corría?

¿Y que ese instante fuera para siempre nuestra infancia?

 

***

 

En la clausura de una larga siesta.

Así escuchábamos nuestro fundamento.

Así aprendíamos el peso de la renuncia.

Como toda vida, girando en la penumbra.

 

Archubi, Claudio. Hermana, jardín, espina. Ed. Detodoslosmares, Córdoba, 2023.


Claudio Archubi (Mar del Plata, Argentina, 1971). Doctor en Física e investigador de CONICET. Actualmente trabaja en el IAFE (Instituto de Astronomía y Física del Espacio). Mención única de honor en el concurso de poesía de la editorial Ruinas Circulares 2012 y menciones en cuento y poesía 2014. Segundo premio de poesía del Concurso de Letras 2019 del Fondo Nacional de las Artes,  segundo premio en el Concurso Nacional de Poesía Victoria Ocampo 2021, finalista en el Premio de Poesía Ciudad de Salamanca 2021 y mención de honor en el Concurso de Poesía Vuelo de Quimera 2022. Textos suyos han sido traducidos al portugués, al inglés, al árabe y al montenegrino. Su libro La casa sin sombra ha sido seleccionado, traducido al inglés y publicado en la antología bilingüe: África vs Latinoamérica. Escritura experimental (Langaa RPCIG, Camerún, 2017). Textos suyos traducidos al árabe integran una antología de poesía argentina publicada en 2022 en Emiratos Árabes. Publicó La forma del agua (cuentos, ed. de la Universidad de La Plata, 2010), Siete maneras de decir tristeza (poemas en prosa, Lima, 2011), Sísifo en el Norte (poemas en prosa, ed. Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012), La casa sin sombra (poema en prosa, Buenos Aires, 2014), La ciudad vacía (ed. Trópico Sur, Uruguay, 2015), La Máquina de las alegorías (poemas en prosa, ed. Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2016), Arca rota jardín de nadie (ed. Valparaíso, España, 2018), Cielo al revés (Metafísica de la imagen de “Teresa” soñando el Sur) (ed. La primera vértebra, Buenos Aires, 2020) y Hermana, jardín, espina (ed. Detodoslosmares, Córdoba, 2023). 

Acerca de Valeria Pariso

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