Corazón emplumado de Carlos Calderón Fajardo
Al igual que en todos sus libros, mi historia con Carlos Calderón tiene que ver con casas, fantasmas, filósofos y conciencia del límite último.
Hace exactamente 10 años, el escritor cuyo nombre en la época me era casi desconocido por ser yo francesa de poca vida literaria en el país y de otra generación, me escribió sorprendentemente para que presente su más reciente libro publicado con Animal de invierno, El fantasma nostálgico. Quedamos para encontrarnos en una antigua casa cultural de Barranco donde él me contaría, rodeados de neblina y botellas de cervezas, la historia extraña y casi fantasmal de su vida en París, y de un manuscrito que ganó el premio Tusquets sin ganárselo. Creo recordar que fue el día de su cumpleaños.
Comenté en aquella presentación que ese libro era “un libro bipolar”. No en el sentido patológico de la palabra sino en que su cosmovisión o metafísica interna llevaba a construir el mundo en torno a dos entidades fundamentalmente opuestas, pero a la vez complementarias, que se entremezclan y retroalimentan como el yin y el yang, las dos caras de Jano el dios de las puertas, de los comienzos y los finales, la vida y la muerte, el presente y el pasado, la presencia y la ausencia.
Nunca más volví a ver a Carlos, pero no dejé de sentirme, desde ese entonces, rodeada por su extraña presencia y habitada por algún legado suyo. Varias veces me pregunté por qué y para qué me había buscado. ¿Por ser yo francesa y filósofa, le recordaría su vida universitaria y bohemia en París? ¿Habría encontrado en lo que había leído de mí, alguna resonancia con sus propios fantasmas literarios? Nunca tendré la respuesta, pero algo raro de correspondencia debía haber entre nosotros, aunque nos hayamos visto solo un par de veces en este plano de la existencia. Y debo revelar que, curiosamente, su espíritu creador estuvo presente en varios de los artefactos que escribí a lo largo de los siguientes años, sobre todo en la exploración de la bipolaridad de la realidad tanto metafísica como social, moral y hasta estética: Vida versus muerte, realidad versus ficción, maestro-esclavo, dominante-dominado, natura-cultura, bien o mal, verdad o mentira, bello versus feo, y hasta se podría decir literatura nacional versus marginal.
Luego de años de silencio, reapareció hace poco el fantasma de Carlos a través de su amigo y editor José Donayre quien me pidió escribir el texto de contratapa de Corazón emplumado, manuscrito póstumo inédito. Al sumergirme en su lectura debo confesar que sentí una extraña ola de identificación con el joven e ingenuo Diógenes de la nouvelle, quien recibe de su viejo profesor el filósofo Bardales del Río, el encargo de cuidar su casa de playa, sin saber muy bien si lo contrataron para darle la oportunidad de escribir su tesis, o para despertar los fantasmas de una casa que lo terminaría encarcelando.
¿Estás listo para ser filósofo? Con esa pregunta empieza Corazón emplumado, nouvelle de aprendizaje, cuyo título se podría leer como respuesta enmascarada.
A veces se aprende más sobre la percepción sensible vagando por los inframundos de un balneario de invierno que escribiendo una tesis sobre la percepción sensible en Platón. Quizás esa sea la última lección que intenta darle el profesor Bardales del Río a su joven e ingenuo discípulo Diógenes al encargarle el cuidado de su casa de “Playa Vacía”, con propósito único “vivir el silencio”.
En un viaje iniciático que lo hace oscilar entre borracheras con cuidantes de casas de playa y sermones de una pastora ángel de la misericordia, entre mujer real del mar y mujer fantasma que deja aromas, plumas, zapatos y calzones en los lugares más inapropiados de la casa, entre ricos pobres y pobres pobres, ojos que fisgan y ojos que no ven, perros errantes y perros filósofos, ese Diógenes contemporáneo recrea los pasos de su eco griego antiguo, hasta aprender que todo es ilusorio bajo el sol.
Buscando pistas para darle sentido al título de la novela más allá de la educación sentimental del protagonista y de las plumas que no dejan de caer a lo largo de la novela, remonté a una anécdota que enfrentó Platón con Diógenes de Sinope el filósofo griego de la escuela cínica del siglo 4 antes de cristo. Se cuenta que Platón le dio la definición de Sócrates del hombre como “bípedo implume”, por lo cual había sido bastante elogiado. Entonces Diógenes desplumó un gallo y ante el asombro de los discípulos y del mismo Platón lo soltó en la Academia diciendo: “¡Te he traído un hombre!” y partió entre risas y doblándose sobre sí mismo. No es casualidad entonces que el Diógenes de la nouvelle tenga que dejar de lado la razón que sobrevaloran los aprendices filósofos a la hora de escribir una tesis sobre Platón, para que su corazón se emplume. Y quizás al final sea esa la mejor imagen del hombre: ¡corazón emplumado versus bípedo implume!
Surfeando la ola de Diógenes el cínico, la nouvelle también es, como se debe, una crítica del concepto de los modales y las convenciones sociales, afirmando que son mentiras, y buscando un modo de vida de absoluta franqueza en todo momento y bajo toda circunstancia. Cualquier tipo de sociedad explorada, que sea la de los ricos ricos de verano, la de los ricos pobres o de los pobres pobres de invierno resulta ser un artificio humano generado por juegos de pequeños poderes, que no concuerda con la verdad ni la virtud y que no puede hacer buenos o decentes a los hombres que participaban de ella. De allí que Diógenes sostuviera una luz sobre los rostros de los transeúntes en la plaza del mercado, afirmando buscar a un hombre honesto o genuino. Todos, según él, se encontraban atrapados en este mundo de ficción insistiendo que era real y viviendo por eso en un estado de letargo.
Casas, fantasmas, filósofos y playas son temas que en el universo de Carlos Calderón no tienen límites. Al empezar el viaje de la lectura de cada uno de sus libros, como en todo viaje iniciático, el que se atreve corre el riesgo de que el mundo conocido empiece lentamente a cambiar de apariencia, que las fronteras se borren poco a poco, que vayan apareciendo las anomalías, que se pierdan las cosas, que aparezcan otras y que nada más importe.
Gracias a un lenguaje sencillo, fluido y poético como el mar, Carlos Calderón aplica el poder del chamán a la escritura y hace que la psique recree nuevos órdenes simbólicos fuera de la razón, que los sentidos se distorsionen para que ocurran las primeras visiones y alucinaciones. Entre sus manos, uno ya no sabe bien si lo vivido tiene lugar en la imaginación o en lo real. El tiempo también cambia su rumbo, ya no hay pasado ni futuro, y entramos en un presente eterno en el que todo parece ser una repetición de lo mismo, una condena eterna a lo Sísifo.
El legado de Carlos al igual que el de Diógenes, radica seguramente en su habilidad para alumbrar oscuridades y que aprendamos por fin a reconocer las sombras que habitan nuestras casas, pensamientos y playas de verano. Larga vida a su fantasma.
Corazón emplumado se presentó el 23 de julio de 2023 en la FIL de Lima.
Calderón Fajardo, Carlos. Corazón emplumado. Prólogo de Adhemir Flores Moreno. Maquinaciones narrativa, 2023.
Carlos Calderón Fajardo (Juliaca, 1946- Lima, 2015), escritor, sociólogo y periodista peruano, Juliaca en 1946. Público en entre otros La colina de los árboles (1980), El que pestañea, muere (1981); La conciencia del límite último (1991), recientemente traducida al francés; Así es la pena en el paraíso (1983); El hombre que mira al mar (1988); Playas (2010) o El fantasma nostálgico (2013). En 1984 obtuvo el premio nacional de novela Gaviota Roja con ‘Así es la pena en el paraíso’. En 1985, ganó el premio Hispamérica de cuento, organizado por la Universidad de Maryland, teniendo como jurado a Roa Bastos, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar. En el año 2006 fue considerado finalista del Premio Tusquets de novela en España con su novela El fantasma nostálgico.