Notas en un pasaporte, de Félix Terrones

Notas en un pasaporte, de Félix Terrones

Notas en un pasaporte, de Félix Terrones

En los epígrafes que dan inicio a Notas en un pasaporte encontramos algunas de las claves que sostienen la lectura más profunda de este libro, esa que va más allá del argumento de sus historias y que nos permitirá seguir completando las que contiene una vez que lo cerramos.

Está primero el de Vallejo:

Padre polvo que avientan los bárbaros

Dios te salve y te ciña de dioses,

son versos de Redoble fúnebre a los escombros de Durango, un poema de España aparta de mí este cáliz y que se construye a partir de una oración (el Padrenuestro). Félix Terrones hace suya esta plegaria de Vallejo, y el ruego de estos versos para salvar el polvo, es decir la esencia más íntima de sus personajes (porque polvo somos y polvo seremos). Esto nos indica ya que son gente confrontada al sacrificio del alejamiento, al que podemos darle nombres como inmigración, exilio, expatriación.

Y está luego el epígrafe de Westphalen:

Contemplación inane y absorta de nuestro

pequeño o mediano abismo portátil 

que completa esta idea. La del alejamiento como fractura vital profunda, como herida imposible de curar.

El título nos anuncia entonces el viaje como desencadenante de los «abismos portátiles» de los protagonistas de estas 8 historias. Y también la imposibilidad de decir, porque en un pasaporte, lo sabemos bien, están prohibidas las notas.

Uno de los principales motivos que atraviesa este libro es el fracaso. Las historias están situadas temporalmente en décadas que hacen de la migración un fenómeno constante. Es el Perú que abarca los años 90 y se extiende hasta la segunda década del nuevo siglo. El Perú está presente en todos los cuentos de manera directa o indirecta como ese lugar donde lo que pudo ser acaba trunco, incluso enterrado en la mediocridad. La debacle económica, el terrorismo, la guerra con Ecuador, la dictadura, la caída de la dictadura, la captura de Guzmán, la lenta recuperación económica. Cada una de las etapas críticas de nuestro país aparece en tela de fondo, pero también inscrito en el camino de los personajes de estos cuentos, en sus decisiones vitales, y dibuja la magnitud de sus fracasos. Así, Lima es «un cementerio de sueños» del que solo cabe irse: «Arriba, uno tras otro, seguían pasando los aviones, cargados de otros escritores, ingenieros, psicólogos, informáticos, muchos arquitectos » y más adelante, un personaje que regresa a su país, encuentra en su recorrido por las calles «ese sentimiento de desesperanza, de haber perdido algo imposible de recuperar por debajo, ya no solo del polvo, sino de tantas otras capas de orines, miseria y melancolía»

Aún la bonanza de la primera década del siglo XXI aparece sospechosa:

Sabía muy bien que esas novedades estaban allí, lo mismo que los edificios cada vez más altos de la ciudad, para escamotear la verdadera situación, acerca de la cual apenas nadie se animaba a hablar.

 

 El fracaso toma la forma de la crisis económica primero, y de ahí que el primer cuento se titule Dos mil monedas, como el año de las esperanzas de cerrar un ciclo de hundimiento del Perú. En esta historia, el narrador recibe a un viajero del Perú, enviado por su exmujer de quien no tenía noticias durante años. Apenas le da la bienvenida a París, el viajero le responde que por el momento no parece muy diferente a Lima. Ese encuentro en el umbral que es cualquier aeropuerto, le aparece a nuestro protagonista como un espejo, frente al cual llega el inmigrante cargado de su propia historia, de su propia continuidad de derrotas. Una vez atravesado el espejo, una realidad penetra en la otra. Las dos mil monedas resultan así una metáfora de una economía hecha pedazos, del intercambio injusto o fraudulento en el que toda una sociedad se ve inmersa, pero también de una posibilidad reconstrucción a partir y a pesar de ello. La presencia del visitante es, además como una granada de fragmentación cuyo impacto le devolverá al protagonista su más doloroso pasado.

En estos cuentos, el viaje no es renovación, reconstrucción de una vida, por el contrario, permite constatar que el desplazamiento físico es solo mover las mismas fichas de un ajedrez pero en otro tablero, las reglas no cambian y los movimientos responden a la misma naturaleza. Los temores y peligros resultan los mismos. La incapacidad por resolver la vida es la misma, independientemente del lugar. La violencia contra las mujeres es terriblemente universal.

En ese diálogo entre el aquí y allá hay un desdoblamiento de la personalidad, idiomas que viven en el interior de un mismo personaje. En estos cuentos hay, de hecho, varios protagonistas intérpretes. El individuo pone en acción sus recursos psíquicos para adaptarse a la realidad con la que se enfrenta y esa idea aparece de modo radical en el cuento Castillos de humo ascienden en el aire, en la figura del reencuentro de los gemelos. Otra vez más, aparece el espejo confrontando uno frente al otro: el hermano que llega de Francia y el otro que se ha quedado en el Perú. El hijo pródigo es intérprete, a los ojos del resto un artista, un bohemio, mientras que el que se ha quedado a hacer patria es un hombre en apariencia sensato que mantiene no solo a su propia familia sino también a sus padres. En la rivalidad de esos hermanos se expresa esa rivalidad social que emerge en períodos de elecciones cuando se enfrentan dos caminos en apariencia opuestos. Uno reprocha al otro el haberse ido, cuestiona su legitimidad para seguir entendiéndose como familia, y por extensión social, peruano. Pero uno ve en el otro, con algo de envidia y más resignación, lo que su vida pudiera haber sido.

La condición de extranjero se extiende al fuero más íntimo. Si en el extranjero la unión entre local y migrante (unión mixta) resulta en un pacto por crear un territorio intermedio que pertenece a los dos y donde ambos se encuentran en igualdad de condiciones, este espacio está en realidad mantenido por una serie de factores y en un equilibrio precario. Cuando uno de los factores falla, la construcción se derrumba. Así, en 2000 monedas, ese nexo es el hijo y el destino de ese niño determina el de la propia pareja. Pero también la condición de marginalidad se produce en el sentido inverso, el escritor que retorna de París, ya nunca podrá dejar de sentirse un extranjero en su tierra.

Félix Terrones es un lector muy fino, que conoce perfectamente los entresijos de la estructura ficcional. Además de mostrar intuición, buen instinto, en su escritura hay una capacidad de análisis puesta al servicio de sus historias.

Ello es claramente visible primero en el diálogo que establece entre lo macro: el mundo por recorrer, y lo pequeño e incluso íntimo: el campeonato del barrio, la tareas del hogar, las preocupaciones cotidianas. Pero sobre todo en el uso de la mise en abime, pues en estos cuentos hay personajes que leen o escriben en la ficción sus propias historias y estas cuentan de otros modos aquella que nosotros estamos leyendo. Como en Valientes muchachos, donde ese título es también el del cuento con el que Antonio Carneiro gana el concurso cuyo premio es un viaje a París (y este viaje, además, es un guiño puramente vargasllosiano) o en el libro de Flora Tristán que lee la muchacha que también vuelve al Perú en busca de su padre en Todos vuelven.

En cada uno de los cuentos aparece la escritura. En 2000 monedas gracias a un tercer personaje que observa la escena final y parece imaginarse, incluso estar escribiendo lo que sucede en esa historia. 

En Valientes muchachos a través de los sueños de un grupo de jóvenes deseosos de convertirse en escritores a través del consabido viaje a París. Terrones juega aquí con la ironía del cliché, de ese sello en el pasaporte que funciona casi como un título profesional. Las expectativas del grupo son confrontadas al destino individual, se vive a través de los otros. La presión social se manifiesta en la despedida y el recibimiento de Antonio Carneiro, el elegido para realizar ese sueño común:

Antonio Carneiro, el único que siempre leía de verdad los libros de los que hablábamos, quien se despedía temprano cada fin de semana, pues regresaba a escribir —en lugar de hablar de lo que nunca escribiría—, el único que ya había publicado sin necesidad de pagar la edición y con reseña elogiosa nada menos que en La República.

Carneiro cristaliza así, en su propio destino y en su modo de asumirlo, la derrota no solo individual sino social de una generación que debió sacrificar las ilusiones para subsistir en una realidad extremadamente adversa. El narrador termina por analizar, con lucidez: «…muy en el fondo, nos persuadimos sin decirlo que gracias a él no tenemos ningún cargo de conciencia. Su fracaso justifica el nuestro.»

La escritura está en el encuentro casual de ese niño de Leyendas patrias con Emilio Adolfo Westphalen en un hospital y luego su descubrimiento de la poesía peruana que lo lleva a estudiar literatura y a descubrir a Ribeyro, Luis Loayza, Vargas Llosa.

En Todos vuelven, la narradora lee, en una suerte de diálogo a través de los siglos, a Flora Tristán.

La llegada del migrante en la vida de otros ya instalados es el encuentro de dinámicas distintas, pour un lado está la confrontación de estereotipos y por otro la conmoción al enfrentarse a ella como fenómeno global, dramático y síntoma de una descomposición social. Así, esa llegada es la oportunidad para describir los primeros años en un lugar como París. Una ciudad del extranjero, pero a la vez distinta de cualquier otro destino pour su particular dureza. Y prisionera, en el imaginario de la gente, del cliché del lugar fascinante, de la ciudad literaria. Cómo va a ser posible sufrir en París. El sacrificio del alejamiento no debe de serlo tanto, si es en París. El narrador los desdice: «Me descubría desamparado en un país que apenas acepta a quienes llegan de afuera, a no ser que vengan como turistas». Y acerca de los franceses, el protagonista dice: «La suficiencia con la que siempre hablan los franceses, esa seriedad tan apropiada para escamotear el desamparo».

Lo mismo sucede con la percepción del extranjero, dividido entre la fascinación y el miedo. En La Tierra prometida, un narrador hastiado de las negociaciones que impone el desfase cultural de la migración asiste a una invitación en la que descubre en el proyecto de una pareja franco española decidida a hacer caridad en el Tercer Mundo cuán presente está todavía la idea del buen salvaje. «Y así se sigue alejando de esa tierra en la que se mezclan experiencias con promesas, lo mismo que Humboldt o La Condamine una vez que abandonaron América.» dice.

En El descubrimiento de América la motivación del viaje permanece insondable, apenas motivo de deducciones o especulaciones. Es ahí cuando empezamos a abrir más el lente. Tomamos distancia para darnos cuenta de que el turista forma parte del desplazamiento aceptado, masivo, impersonal, incorporado ya a la economía del viaje, un potencial consumidor de clichés que la población local fabrica en masa.

Y es en lo dramático donde el viaje confortable y en apariencia seguro se encuentra con ese otro viaje de motivaciones tan opuestas como es el de la migración clandestina, en ninguno hay ya rostro ni nombres, solo el género: una mujer desaparecida en la cordillera cerca de Huaraz, como sucede en El descubrimiento de América o el número: grupos humanos que viajan escondidos en camiones por las carreteras francesas, animalizados, e irrumpiendo accidentalmente en las vidas de la gente, tal como sucede en el cuento Jabalíes en el bosque. El protagonista entiende así, que no hay «huida posible, de que no había nada más que un afuera permanente en el que vivíamos a la intemperie».

Finalmente, el retorno del migrante a su patria es también objeto de esta mirada estereotipada, y el recibimiento en el lugar de origen, en el seno familiar, es una suma de frases hechas, reconocible por repetidas hasta el hartazgo en cada reencuentro, lo que sus personajes observan con acritud.

En Todos Vuelven, cuento con el que termina Notas en un pasaporte, en el que una joven que ha regresado a Lima contra la voluntad de su madre para reencontrarse con los pasos de su padre, descubre su doble vida y entiende por fin las razones que motivaron su partida. En ese motivo del doble: doble pertenencia, doble idioma, doble identidad, el viaje es el parteaguas o más bien la linea del pliegue a partir del cual se encuentran cara a cara dos mitades.

En este cuento hay un círculo abierto que termina por cerrarse y responder a la pregunta que todo migrante teme confrontar: ¿piensas volver un día? Para conocer esa respuesta, les invito a leer este libro.

Terrones, Félix. Notas en un pasaporte. Peisa, 2022.


Félix Terrones es escritor, crítico, traductor y académico peruano. Ha publicado las novelas A media luz (PUCP, 2003), El silencio de la memoria (Mundo Ajeno, 2008) y el libro de cuentos Cenizas y ciudades (SUB-urbano, 2014). Colabora con diversas revistas y medios. Vive entre Suiza y Francia.

Fotografía del autor: Javier Calvete

Acerca de Nataly Villena

 

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