Yo soy Magda Portal, por Ana María Portugal y Esther Andradi

Yo soy Magda Portal, por Ana María Portugal y Esther Andradi

YO SOY MAGDA PORTAL

Así titulamos el testimonio de la poeta vanguardista, activista política y feminista Magda Portal (Lima 1900-1989) en nuestro libro Ser mujer en el Perú. 

El testimonio, publicado por primera vez en 1978, fue el resultado de nuestros largos e intensos encuentros con Magda, con una elemental grabadora en mano, y gracias a la generosidad de la poeta, que nos entregó los pasos de su historia a través del siglo. 

Yo soy Magda Portal abrió el camino para el rescate y resignificación de esta verdadera heroína, cuya vida de rebeldía, coraje y creatividad marcó la literatura y el feminismo más allá de las fronteras de su país. 

Un privilegio haber compartido la amistad con esta mujer excepcional.

 

El tiempo, ¿qué era el tiempo? Me veo escribiendo sobre Magda y siento las olas que llegan y se superponen, borrando una a la otra, y revelando al mismo instante lo que ocultan. Agua y agua sobre este texto que habla de los años, los sueños, los proyectos. Los trazos cortados de una vida, el tatuaje de un tiempo que desapareció, y que ahora retorna. Y florece. Y sus frutos esperan nuestras manos para ser recogidos. Y se impone la luz después de un siglo de oscuridad. Lo que puede el sentimiento, no lo ha podido el saber…canta Violeta que también acaba de cumplir un siglo en estos días.

¿Cuántos siglos se necesitan para despertar? ¿Cuántos años tenía Magda Portal cuando la entrevistamos? Recuerdo su casa, mejor dicho la luz de su casa, posiblemente en Barranco, o en el límite de Miraflores con Barranco. Nos pasábamos horas mirando fotos, desentrañando la historia que ella desgranaba como perlas naturales en esos cajones donde guardaba sus recuerdos. Sus tesoros. Su enigma. Magda era un enigma. Para mí, la extranjera, y para Ana María, su compatriota. Y también para sus contemporáneos, que la ignoraban. Sí. O incluso desconocían en absoluto quien era, quién había sido, quien devendría, esa mujer extraordinaria que por las tardes salía a recorrer el barrio. 

Nosotras llevábamos una grabadora antigua, seguramente una «winco», de esas que tenían una cinta del grosor de un ovillo y el tamaño de una buena tostadora eléctrica de nuestros días. Entonces una maravilla de la técnica.

Ana María me había contado de los dolores de Magda Portal, de sus pérdidas emocionales, del suicidio de su única hija. Su testimonio era decisivo para nuestro proyecto, pero fue conocerla y saber que esa vida no era sólo un libro sino varios completos. Había espacios sin embargo intransitados que Magda sólo guardaba para sí, territorios vedados para el afuera, nombres que no pronunciaba. ¿Cómo penetrar en ese país del silencio? ¿Cómo aprehender la libertad de esa vida en un testimonio? 

Ana María era la que conocía, yo la secundaba con la curiosidad de la extranjera. Magda se conectaba bien con la extranjería. Había sido una exiliada, había sufrido destierro, había deambulado por América Latina, era sobreviviente de una gesta de mujeres puro coraje  que trascendían su generación, que desde mucho antes venían dejando huella. Huella que después cubría el olvido. Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello de Carbonera, Manuela Gorriti, María Alvarado… Escritoras, políticas, rebeldes, en combate por la justicia social, emblemas feministas. Su estirpe se engarza con Flora Tristán, la peruano-francesa repudiada que llegó a América buscando su herencia y dejó como legado el pensamiento que hoy sustenta la lucha de las mujeres peruanas. Una tapada sin manto, en el decir de Ana María Portugal. 

Cuando la visitábamos, nos contaba de sus cuadernos de trabajo, sus cartas, su experiencia, y esparcía su vida, su militancia, su obra poética sobre la mesa.  Se irritaba consigo misma cuando veía que no avanzaba en la escritura de sus memorias. Escribe Magda, le pedíamos. Cuéntalo todo Magda. De primera mano. Desde el coraje, como has vivido. Ahora son sus trazos, marcas, el tatuaje de una vida que fue construyendo con los materiales de la pérdida, del fracaso, la sencilla razón de no callar. Las huellas de alguien que camina. Que no sabe lo que es retroceder. Estos trazos cortados son el testimonio de una trama inquieta, de una obstinación por hacer, más allá de todo, como acto de sobrevivencia.Trazar para no morir. 

Yo soy Magda Portal.  

«Hicimos un viaje en una camioneta cuyo chofer parecía enemigo. De repente, en las afueras del pueblo, se detuvo el vehícuo. El chofer dijo que tenía que arreglarlo porque había una falla. Eran como las seis de la tarde. Ya oscurecía. Casi todos salieron de la camioneta para mirar. En eso, vi que se acercaba un grupo de seis hombres que venían diciendo: «a la que queremos conocer es a ésa, a la Magda Portal».  Yo abrí la puertra, y bajé de frente, pensando que era gente amiga queno sabía expresarse mejor, . Curiosísimo fue éso. Abrí la puerta y salí. Como hacía un poco de fresco, yo tenía las manos en los bolsillos. «Yo soy Magda Portal» les dije. Entonces, ellos retrocedieron y se dispersaron. Se fueron sin decirme nada. Como si se hubieran asustado. ¿Tal vez pensaron que estaban armada? Yo me quedé un rato desconcertada, después me di cuenta. Gran miedo.»

La última vez que la vi fue en 1981 o acaso 1982, con motivo de una lectura suya en lo que era la ANEA -Asociación Nacional de Escritores y Artistas-. Estaba contenta. Brillaban sus ojos como en aquellas fotos de los años jóvenes que nos mostrara en una de las intensas tardes en que nos encontrábamos para grabar. Ella y su risa bailándole en la mirada, en la inteligencia de sus pupilas que sabían del destello de la indignación. La ira de su juventud no era negociable con los años, se había radicalizado. Por éso reía siempre como si tuviera veinte. Y en sus ojos esa convicción rotunda de saberse por encima de tanto entierro político. 

«Esto es precisamente lo que yo no quería. Que me consideraran débil, pobrecita, engreída. No, éso no.»

Por la revista Caretas me enteré de su convalescencia, de la falta de dinero para trasladarla a una clínica especializada, en los desagradecidos días cercanos a la Navidad de 1988, en vísperas del Año Nuevo. Magda en la clínica, no puede ser, la llamé a Ana María, hay que hacer algo, desde lejos todo es mucho más impactante. Desde cerca también, es desesperante. Magda agonizando, más allá de todo y de todos.

La primera edición del libro fue una proeza. Una editorial se había comprometido a publicarlo pero debíamos esperar, y nosotras, que veníamos trabajando en estos testimonios desde hacía más de dos años, teníamos urgencia por verlo volar de nuestras manos. A la manera de los poetas, que lanzan sus poemarios a través de una venta anticipada, logramos colocar la mitad de la edición antes de su publicación. Una solidaridad sin precedentes nos arropó. Un impresor sobreviviente de no sé qué batallas libertarias, nos concedió el crédito que necesitábamos para imprimirlo. Las periodistas nos acompañaron en la difusión, las militantes de ALIMUPER -Acción para la Liberación de la Mujer Peruana-, el grupo feminista al que pertenecíamos, colaboraban con la preventa de ejemplares, la fotógrafa Carmen «China» Barrantes nos regaló las fotos de tapa y contratapa. Todavía hoy recuerdo esa mañana, creo que fue en algún jardín en Pueblo Libre, China insistía en tomas espontáneas y nosotras éramos demasiado salvajes para la domesticación que requería la imagen. ¡Todo un logro esas fotos! 

Ser Mujer en el Perú vio la luz a fines de noviembre de 1978 y en ocho semanas se agotó la edición. Pocos meses  más tarde, Mario Razzeto realizó la segunda edición en su incipiente editorial Tokapu. A mediados de 1979 ya no quedaban ejemplares. Desde entonces sólo se consigue en bibliotecas de todo el mundo. Hasta en la National Library of Australia, la Biblioteca Nacional de Camberra, la más grande del continente australiano.

El testimonio «Yo soy Magda Portal» de nuestro libro se fue convirtiendo a lo largo de los años, en el documento que visibilizaba la obra de una poeta fundante de la vanguardia peruana, y la lucha de una de las mujeres fundadoras del APRA, el movimiento político que marcó la historia del Perú en el siglo XX. Pero también la de una precursora del feminismo peruano de los setenta. Autora de vanguardia, garra y coraje, resurgía frente a la indiferencia y el olvido de sus contemporáneos. Eran los años ochenta. Ya no era una desconocida. La vida, la memoria había ganado. Sin embargo, todavía faltaba mucho para el reconocimiento definitivo.

Entonces, nadie podría soñar siquiera con las movilizaciones multitudinarias de mujeres por su libertad, por su derecho a conquistar la calle, por #niunamenos, que hoy en día atraviesan el continente. Es ahora cuando viejas y jóvenes nos abrazamos en un único grito, y levantamos el estandarte de Magda para decir GRACIAS. Por esos trazos con los que fue capaz de dibujar el futuro, imaginándolo.

Supe de su muerte por un artículo de Luis Alberto Sánchez quien trataba, inútilmente, de despedirse. De decirle lo que no le escribió jamás en vida. Inútilmente digo, porque del APRA hacía tiempo que Magda había abjurado, y con una contundencia tal que no dejaba lugar a duda alguna. No una sino muchas veces, repitiéndolo hasta el hartazgo en sus artículos y en sus libros. Inútilmente, porque Magda no es de la tierra sino del agua y el aire, pertenece al mar, que golpea aquí y allá, que socava y penetra, hasta que un día se instala, para siempre, como un poema, inundando la tierra con su canto.

Vuelvo al tiempo. La memoria escanea años, países, continentes. Dictaduras e injusticias de hoy compiten en crueldad y protagonismo con las del pasado, fotos de juventud se mezclan con el presente, se abrazan momentos y se diluyen contornos. La memoria no tiene orillas. Se difumina entre el sueño y la vigilia en una cartografía, donde en mi escritorio de Berlín se abre un mapa y aparece el barrio de Barranco a principios de los ochenta, un aroma de jazmines irrumpe en la habitación aunque aquí solo haya geranios.  Mi sueño da vuelta la página como si fuera un biombo y entonces veo inmensas esculturas móviles,  trazos de memoria para sanar los cuerpos de un continente que resiste. Magda está en su casa luminosa, Ana María prepara su pregunta, dispongo la grabadora. El mundo vive de ciclos y Magda ha vuelto para quedarse. Pura poesía.

* Arequipa & Berlín, Octubre 2017.

 

«Yo soy Magda Portal» es un texto escrito a dos manos y a la distancia por Ana María Portugal y Esther Andradi a pedido de la Casa de la Literatura Peruana y con motivo de la exposición «Trazos cortados» dedicado a la vida y obra de Magda Portal.


Magda Portal fue una de las pensadoras y poetas peruanas más importantes del siglo XX. Fue fundadora del Partido Aprista Peruano (PAP), y de la filial peruana del Fondo de Cultura Económica, además de Presidenta de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas y, sobre todo, defensora incansable de los derechos y la participación política de las mujeres en la sociedad.

Acerca de Ana María Portugal y Esther Andradi.

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