Enfermedad y memoria: La reconstrucción identitaria en El trabajo de los ojos de Mercedes Halfon y Desarticulaciones de Sylvia Molloy
El presente ensayo compara las representaciones de la enfermedad y la memoria en El trabajo de los ojos de Mercedes Halfon y Desarticulaciones de Sylvia Molloy. Ambas obras de escritoras argentinas exploran el tema de la enfermedad a través de patologías oculares (en el caso de Halfon) y neurodegenerativas (en el de Molloy), proponiendo una reflexión sobre la relación entre cuerpo, memoria e identidad. El objetivo de este análisis es examinar cómo la pérdida de las facultades físicas —la visión en Halfon y la memoria en Molloy— impacta la construcción de la subjetividad femenina, y con ello, establecer conexiones entre ambas obras para comprender cómo las autoras utilizan la enfermedad como una herramienta narrativa que desestabiliza las construcciones patriarcales sobre el cuerpo y la mente. En tal sentido, propongo que, mientras en El trabajo de los ojos la pérdida de la visión sirve como punto de partida para una reflexión sobre el cuerpo, su percepción y autopercepción, en Desarticulaciones la representación del Alzheimer cuestiona las nociones de identidad y autonomía. En ambas obras, el imaginario patológico desafía las expectativas de normalidad impuestas sobre los cuerpos femeninos. Para sustentar mi análisis, me referiré a teorías feministas sobre la corporeidad y la memoria, así como a conceptos biopolíticos sobre el control del cuerpo.
El trabajo de los ojos es una obra multifacética de Mercedes Halfon, escritora argentina que presenta una narrativa híbrida, integrando diario, ensayo y relato autoficcional. La protagonista es una especie de alter ego de la autora, que atraviesa diversas experiencias clínicas relacionadas con sus ojos. A través de estas experiencias, Halfon reflexiona sobre los significados culturales de la visión y la relación entre los problemas oculares y el ejercicio escritural, una temática central en la obra. De este modo, el texto se presenta como un «collage literario» que contiene fragmentos autobiográficos, referencias culturales, reflexiones sobre la patología visual y observaciones sobre la literatura.
La importancia de la visión y la figura del oculista se subraya en un evento significativo: la muerte de Balzaretti, el oculista que trató a la protagonista en su infancia. Este médico fue crucial en su vida, no solo por la asistencia médica, sino también por su decisión de no operarla, lo que marcó su experiencia con el estrabismo, condición que la acompañó desde la niñez. Esta elección fue determinante, pues evitó una intervención que, como más tarde deduce la protagonista, podría haber empeorado su visión. A través de estos recuerdos iniciales, se evoca una infancia «a ciegas», en la que los recuerdos son borrosos y dependía de las versiones de sus padres y familiares, quienes la cuidaban con esmero debido a su condición visual. Esto refuerza la idea de que su capacidad para ver —y eventualmente para escribir— estuvo en juego desde ese periodo.
Con la muerte de Balzaretti, la protagonista cambia de médico y continúa su tratamiento con la doctora Horvilleur, quien emplea un enfoque ortóptico innovador. En lugar de aumentar la graduación de sus lentes para mejorar su visión, la doctora le reduce las dioptrías para obligar a sus ojos a «corregirse» de forma natural. Esta estrategia de «quitarle visión» es vista por la protagonista como una metáfora melancólica, ya que el esfuerzo extra para ver le provoca una visión nublada. La progresión de su tratamiento ilustra la noción de la distancia como medida entre ella y el mundo, donde su visión defectuosa, su “ojo extraviado”, revela una relación compleja entre ella y su entorno. La autora utiliza estas reflexiones para vincular su percepción visual con la percepción emocional, lo cual impacta tanto su vida como su escritura. Finalmente, el tratamiento ortóptico de Horvilleur estabiliza el equilibrio de sus ojos, logrando una homeostasis que devuelve la funcionalidad y estética a su mirada.
Halfon establece una profunda relación entre los problemas visuales y la literatura. La escritura se convierte en una extensión de la visión fragmentada de su protagonista autoficcionada, cuya percepción oscila entre lo cercano e íntimo y lo distante y analítico. De este modo, la autora analiza cómo el estrabismo condiciona su percepción de la profundidad, el tamaño y la distancia, factores que se trasladan a su escritura: un balance entre lo subjetivo y lo objetivo, entre la literatura como observación y reflexión. En la sala de espera de su oculista, reflexiona sobre cómo el uso de lentes está culturalmente asociado con la intelectualidad, cuestionándose si su inclinación por la literatura surgió de esa asociación. También recuerda que en su infancia comenzó a escribir historias detectivescas, producto de un proceso de observación minuciosa que después evolucionó hacia una escritura sobre su propia vida, explorando sus memorias, su historia médica y los cambios en su visión. La literatura se convierte así en un «servicio a los ojos», similar al tratado Ophthalmodouleia de Bartisch, el primer manual de oftalmología moderna. Además, en su reflexión sobre figuras literarias con problemas visuales, Halfon encuentra en el estrabismo y otras condiciones una forma de conectarse con escritores como Borges, Joyce y Cortázar. Estas referencias le permiten insertar su experiencia en una narrativa cultural de «ojos literarios enfermos», destacando cómo la visión afectada da lugar a formas de escritura distintas, modos alternativos de percibir y plasmar la realidad en palabras. A lo largo de su obra, Halfon despliega una serie de metáforas que asocian el estrabismo y los problemas visuales con la literatura, afirmando que la escritura es un modo de orientación para quienes viven con dificultades de percepción.
Otro aspecto relevante es el temor persistente de la protagonista de que su hijo herede su problema ocular, lo que se convierte en una obsesión durante su embarazo. La posibilidad de que su hijo tenga una «falencia visual» la lleva a observar su desarrollo ocular con extrema cautela. Esta preocupación revela un miedo a que lo que ella percibe como una anomalía en su propia visión se transfiera a su hijo. Esta relación entre maternidad y enfermedad visual muestra cómo las patologías pueden marcar la identidad de una persona y cómo las expectativas maternas sobre la salud de sus hijos afectan la percepción de la propia normalidad.
Finalmente, la protagonista busca empoderarse y emanciparse de las visiones externas que la han condicionado, sobre todo las inscritas en registros médicos y familiares. La pérdida de su ficha clínica, un evento aparentemente trivial, representa un punto de inflexión: la protagonista asume la responsabilidad de construir su propia historia sin depender de registros externos. El acto de escribir, de narrar su vida a partir de sus ojos y sus experiencias, se convierte en una forma de dar voz a su enfermedad y, a través de esta escritura, se distancia de las miradas ajenas, ejerciendo control sobre su propio relato visual y emocional.
Desarticulaciones es una obra en la que Sylvia Molloy explora la progresiva pérdida de memoria de ML, una amiga de la narradora. A través de una narración fragmentaria, Molloy presenta los efectos del Alzheimer sobre la identidad, la memoria y los afectos. El relato está compuesto de pequeños capítulos que reflejan la naturaleza fracturada de la memoria de ML, una mente que se va borrando y desarticulando. La escritura se convierte en un intento de la narradora por mantener el vínculo con su amiga y preservar los vestigios de su identidad.
La narradora asume el rol de «testigo» del proceso degenerativo de su amiga, transformando sus observaciones en una especie de cuaderno de bitácora sobre la desmemoria y la pérdida. En sus palabras, se evidencia la urgencia de registrar sus encuentros antes de que la enfermedad borre cualquier posibilidad de comunicación. La escritura se convierte así en el único medio para capturar «el estar/no estar» de ML, una forma de sostener en palabras los recuerdos que poco a poco se desvanecen. El ejercicio escritural es una terapia tanto para la narradora como para ML, permitiéndoles sostener los lazos que, aunque debilitados, aún las unen.
La experiencia del Alzheimer desarticula no solo la memoria, sino también la identidad de ML, que comienza a perder sentido de sí misma y de su relación con los demás. La narradora describe cómo los recuerdos se convierten en fragmentos sin orden, una «anarquía del órgano afectado» que afecta todo el cuerpo y las emociones de ML. En este sentido, la fragmentación de la narrativa refleja tal desintegración, presentando escenas cotidianas que muestran el lento e inevitable avance de la enfermedad. La representación de la enfermedad desafía las ideas de subjetividad y continuidad de la identidad, y la narradora se convierte en el último sostén de los recuerdos de ML, registrándolos antes de que se pierdan por completo.
El deterioro de ML también afecta su capacidad para comunicarse, y la narradora se enfrenta a la dificultad de entender y dar sentido a los «fragmentos» verbales de su amiga. Esta pérdida de coherencia en el lenguaje plantea preguntas profundas sobre la relación entre lenguaje, memoria e identidad, pues el hecho de que la narradora observe cómo la comunicación con ML se vuelve cada vez más difícil simboliza el vacío y la desconexión progresivos que genera la enfermedad. En este contexto, Molloy utiliza el Alzheimer no solo como un tema médico, sino como un medio para cuestionar las fronteras de la memoria personal, la identidad y la existencia misma.
En conclusión, El trabajo de los ojos y Desarticulaciones son obras que, a través de la representación de la enfermedad, abordan la construcción de la subjetividad femenina desde perspectivas complejas y feministas. Halfon, al explorar la pérdida de visión, reflexiona sobre la percepción del cuerpo y la autopercepción, desafiando las normas sociales sobre la normalidad. Por su parte, Molloy, mediante la progresiva desintegración de la identidad de su protagonista debido al Alzheimer, cuestiona la continuidad de la identidad en un contexto de enfermedad mental. Ambas autoras utilizan estas patologías para desestabilizar las construcciones patriarcales sobre el cuerpo y la mente femenina, ofreciendo una nueva forma de comprender la subjetividad más allá de los estándares impuestos por la sociedad. La enfermedad, en sus obras, se convierte en una herramienta narrativa que subraya las tensiones entre la identidad individual y las expectativas sociales, invitando a una reconfiguración de la percepción del cuerpo y la memoria.
Halfon, Mercedes. El trabajo de los ojos. Editorial Entropía, 2017.
Molloy, Silvia. Desarticulaciones. Editorial Eterna Cadencia, 2010.
Silvia Molloy (1938-2022) fue una escritora, crítica literaria y académica argentina. Se desempeñó como profesora en universidades de América y Europa, en particular en la Universidad de Nueva York, donde fundó el programa de escritura en español. Su obra abarcó ficción y ensayo, con títulos como En breve cárcel (1981) y Acto de presencia(1996). Molloy se especializó en literatura latinoamericana, estudios autobiográficos y teoría literaria, y fue reconocida por sus contribuciones al análisis de la identidad, el exilio y la memoria en las letras hispánicas.
Mercedes Halfon (1980) es escritora, crítica de arte y curadora argentina. Su obra abarca poesía, narrativa y ensayo, con libros como El trabajo de los ojos (2019) y Radios (2022). Ha colaborado con diversos medios culturales y se desempeña como docente de escritura. Además, ha trabajado en la curaduría de proyectos literarios y artísticos. Su trabajo explora temas como la percepción, la memoria y las formas híbridas de escritura.