De los vientos o la muerte, de Lucy Fernández
La selva siempre silba. Quien la escucha sabe que los vientos que trae no siempre son de buen augurio. Quien se atrevió a frecuentarla aprendió que cuando en Lima gritan los loros significa que allá está lloviendo. Las fronteras, aunque las dibujaron los hombres, las impuso la madre tierra desde tiempos inmemoriales. Quienes intentaron domarlas murieron en el intento. Maestros y esclavos. Nadie puede con una mujer salvaje. De eso trata la segunda novela de Lucy Fernández. De lo indomable que resulta ser la selva hasta en sus épocas más trágicas. Cuando por razones que todos conocemos, los efectos perversos de la era de las luces europeas invadieron las zonas más escondidas de una tierra que de pronto se había transmutado en objeto de deseo, medida y poder. Cuando empezaron a reventar las bombas de los excesos de la razón en el continente viejo y había que buscar herramientas más baratas y flexibles en zonas vírgenes lejanas para satisfacer el hambre del ego. El descubrimiento del caucho coincidió con los primeros ensayos de la mundialización a fines del siglo XIX. Las ramificaciones de la colonización se insertaron hasta en lo más salvaje de nuestros bosques. Intentaron llevar a Iquitos la moda de París. Las sobras de la torre Eiffel viajaron por barco hasta las calles más calientes de la Amazonía peruana. Fitzcarraldo llevó a toda costa la ópera de Wagner hasta los cruces de los ríos más inhóspitos dónde rugen tanto las aguas cómo las fieras.
Es ahí dónde empieza y termina la historia de Mercedes, cuando a los 15 años la trae su padre a la fuerza del convento portugués donde la dejó al morir su madre, para recibir la educación que se merecía una niña de su clase, a un lugar donde administra su estación de caucho de nombre Flor de Agosto, y otra vez la abandona para que ella cumpla con un deseo que no es suyo sino del patriarcado.
Del padre casi no se habla en la novela. El enfoque es todo femenino. Lucy Fernández abre la selva a un silbido más colorido y sutil, otro universo, aunque también perverso dentro del universo brusco y cruel del hombre domador de árboles y esclavos.
En el mundo de Mercedes hablan los ríos y los pájaros como en los cuadros del Douanier Rousseau y los libros más rebuscados del siglo XIX, poesía, enciclopedias, mapas imaginados por filósofos aventureros y precursores de las ciencias humanas, narrativas de soñadores en busca de antiguas civilizaciones, largas conversaciones con el amigo acerca de una posible sabiduría de las culturas nativas. Pero a la vez, quizás por no poder satisfacerse ni sublimarse como se debe, las pulsiones de Mercedes buscan otro camino por debajo de la piel, al igual que las ratas enjauladas atadas a los cuerpos de los torturados y que sólo reportan los murmullos de los vientos: lo único que le queda a Mercedes es vivir sus placeres más intensos castigándose, lastimándose, mutilándose con los alfileres de los sombreros de última moda que le traen por barco de París o Londres. Cultiva el masoquismo aceptando las humillaciones de su amante alemán y cumpliendo con el rol que le han asignado aguantando días de navegación en el río Amazonas para poner orden en los dominios alejados de su padre.
En la novela de Fernández, Casament y Arana, los protagonistas más conocidos de aquella época, son por fin en la historia de la literatura de aquel tema, personajes de segundo plano dejando espacio a las culebras y las ranas, a las pulsaciones de la naturaleza femenina y al transcurso del río sin que pase nada más en apariencia que vuelos de grullas y guacamayos. Mientras los capataces violan, cortan cabezas y ponen fuego a los indígenas, la selva sigue silbando en la novela de Lucy como en una película de Terence Malik. Pero dejando que las mujeres deseen tener sexo con amantes que escapan de ellas y que la vida se acople con la muerte.
A su vez, Khuyana la hija mestiza adoptada de Mercedes, hija del pecado, desarrolla sus instintos salvajes reproduciendo sin querer la historia de su madre persiguiendo de forma masoquista al hombrillo que la hace sufrir, mientras brilla obligada en el manejo del violonchelo, arte musical del viejo continente.
Por otro lado, Bella, la única amiga se contagia de peste por no aceptar el lado salvaje dónde vive. Es la última amiga tóxica que todos tenemos bajo la manga y con la cual nos cuesta romper, sobre todo en circunstancias de extrema soledad.
Sea a raíz de largos y dolorosos viajes que permiten intrusiones de la naturaleza o sea gracias a algunas incursiones en los mundos paralelos de la ayahuasca, surgen los sentimientos compasivos de Mercedes. Al final del viaje siempre se abren puertas, aunque con pocas salidas, hacia balbuceos de desobediencia civil y moral. Mercedes logra pequeños avances como despedir al jefe que castiga demasiado a los esclavos o escapar de su relación perversa con Klaus Bayer, el dominante alemán judío machista y aprende poco a poco a descubrir su mundo propio gracias al amor platónico con Oswaldo, el hombre letrado que cae de sorpresa en su vida como la serpiente en el camino del aventurero pero que, de pronto, también se le escapa por dejarse capturar por los encantos de una madre selva fantaseada.
A fin y al cabo, Mercedes inicia pasos de hormiga hacia la emancipación: hace lo que puede para dar educación a una hija de la selva, aunque no quería hacerse responsable al inicio, y prepara la llegada de un Casament, el primer denunciador de los abusos cometidos contra los nativos de la zona.
Con razón la novela de Fernández ganó el premio de estímulos por parte del Ministerio de Cultura. Mercedes es el otro lado de la historia oficial. Es el espíritu femenino que le falta a la novela de nuestro premio Nobel cuando se fija sólo en los genes masculinos de la historia del caucho en El sueño del celta, novela donde curiosamente ninguna mujer tiene protagonismo. Mercedes es la cara B de Aguirre y de Fitzcarraldo en las películas de Herzog. Tiene el suficiente carisma para ser la Karen Blixen peruana que nunca tuvimos. Sólo hace falta la película para que la novela se lea como se merece. Ya está el guion. Ojalá la haga una mujer que no tenga los rasgos de Kinsky. Para que la selva siga silbando con todo su esplendor y espanto.
Fernández, Lucy. De los vientos o la muerte. Editorial Forjadestino, 2022.
Lucy Fernández (Cusco, 1980) es escritora y bailarina. Ha publicado la novela Rojo y De los vientos o la muerte es su segunda novela.