«El Cusco es mi nave nodriza y los viajes que me ofrece son infinitos todo el tiempo», dice Tania Castro, reconocida gestora cultural cusqueña, cuyo trabajo como cuentacuentos la ha hecho conocida en todo el Perú y en países de Latinoamérica. En esta entrevista le preguntamos acerca de su trabajo en una ciudad como el Cusco, y sobre el modo en que se alimenta de la tradición para proyectarla al futuro.
Tania, eres una de las gestoras culturales más importantes en el Cusco desde hace muchos años. Tu formación y tus primeros pasos fueron en el teatro, pues vienes de una familia dedicada a ese arte desde los años setenta.
Un poquito antes, para ser precisas: el Grupo Impulso de Teatro de mi padre se funda oficialmente en 1968, un 27 de marzo, día mundial del teatro.
¿Puedes contarnos en qué momento y de qué manera asumes este trabajo como una profesión o un compromiso para tu vida?
Bien dices, crecí viendo a mi madre y a mi padre y a los artistas de todas las ramas con los que ambos compartían su vida más que felices, plenos, a la hora de crear, de hacer arte. No así en todas las otras latitudes de sus vidas. Algo debe haber, te dices y lo aprendes. Algo hay, te repites muchas veces y, sin pensarlo, un buen día te das cuenta que ya estás más que sumergida en este algo que vive en los extramuros del mundo rutinario, un mundo de creadores.
De niña respiré los buenos aires del arte. De adolescente y, más específicamente, desde mi ingreso a la universidad empecé a comprobar la utilidad del arte a la hora de tomar la voz propia y algunas veces –y lo digo convencida y sin pretensiones ni paternalismos– ser la voz de los sin voz como en la obra “De pie sobre el espejo” que relata las historias de víctimas no visibles del período de violencia interna 80–2000. Crecí en casa, en medio de hombres y mujeres convencidos de que el arte era y es un medio de dignificación de la especie humana; de poetización de la vida y hasta de transmutación de lo indecible; de resignificación y descolonialización de nuestra memoria histórica; de sanación social y celebración urgente y cotidiana de la vida y… me contagié. Cómo no hacerlo. Ese fue el momento exacto, 1995, después de experimentar la llegada que tenían nuestros primeros módulos teatrales entre la gente de nuestras comunidades, eran obras trabajadas con su participación protagónica. Con el teatro reían, lloraban, sentían, decían, cantaban, bailaban, se miraban a sí mismos desde otro lugar para luego proponer en comunidad soluciones movilizadoras y concretas.
Empecé formándome en el grupo de teatro de mi padre para más adelante viajar a Cuba tras el sueño de la profesionalización. Y, a propósito, me encanta encontrar la palabra PROFESIÓN en tu pregunta, generosa Nataly, así me permites expresar una particular característica del arte que creo que no es exclusiva del Perú: por casa, mi primer gran centro de estudios, desde que yo era muy pequeña, han desfilado maestras y maestros de todas las sangres, nacionalidades, culturas, géneros, cuya experticia y talento en las artes provenían de nuestras formas propias de transmisión de los idiomas artísticos populares –tradicionales o no– para quienes la universidad fue la calle, el interior de las casas, los barrios, las fiestas populares, el suculento e interpelador intercambio de siempre entre artistas que le han dedicado muchas horas de cada uno de sus días –sino, todo el día– al cultivo, la experimentación, la investigación de técnicas existentes y la creación de voces y caminos propios en el arte. Cito algunos de los más reconocibles como ejemplo: los violinistas Máximo Damián y Andrés Chimango Lares, el cantautor Víctor Jara, los integrantes en pleno del grupo cultural Yuyachkani. Cuando los conocí ninguno de ellos tenía cartón de artista, ya eran maestrazos en lo que hacían. Ahora se asocia muy fácilmente la palabra profesional a permanecer un puñado pequeño de años en aulas universitarias más que en las tablas. Cosa que no está mal, por el contrario. Pero yo entiendo lo profesional como la cantidad y calidad de tiempo que le dedicas a una acción humana hasta convertirte en un experto/a en lo que haces enamorado/a, y convencido/a. A hacer teatro se aprende haciendo teatro, viendo teatro. Entonces, para mí, artista profesional es quien demanda la mejor calidad posible de sí misma, de sí mismo y rompe a fuerza de entrenamiento sus propios límites todo el tiempo y escucha la necesidad expresiva de su tiempo sin perder el vigor de ser libre en tal proceso.
El teatro no ha sido tu único dominio de creación. Lo es también la escritura. De hecho, has publicado poesía y participado en recitales de poesía durante varios años. También eres educadora. ¿Has dejado de lado a la poesía? ¿De qué manera la has integrado o no a tu trabajo actual? ¿Y cómo integras tu rol de educadora?
Lo de la poesía cruza mis días muy sensiblemente. Es parte de cada cosa que hago. Para mí la poesía no es el arte de escribir “difícil y/o bonito”, sino de estar despierta/o, maravillarse-indignarse, observar con el íntegro del cuerpo, y comprometerse. La poesía no es ese abrazo culisalido que le ofrecemos a la existencia, es un abrazo cuerpo a cuerpo. La poesía es un estado de consciencia por el que asumes estar vivo y amas y te indignas y te entristeces con exuberancia; y asumes, también, la defensa de tu sagrado derecho a permanecer sano, único e irrepetible en medio de la agobiante tendencia de la hegemonía a la estandarización de la vida.
Educar, hacer teatro, escribir y hacer poesía, contar historias, tienen como utopía y praxis común dejar sembradas todas las preguntas y esa grieta tan tuya por donde pasó la luz y desde donde te fue posible más de una vez transitar de la desesperación a la esperanza. Heredar ESO e inspirar es todo lo que se puede hacer y no más en nombre de los que te dieron la vida y te heredaron el amor por la libertad. Nunca la he abandonado. Nunca he abandonado la poesía.
He publicado por años por y junto a mis estudiantes del taller de Creación Literaria del colegio Pukllasunchis entre 1996 y el 2007. Y en la misma institución luego pasé a la Educación Superior en las aulas de la EESP (Escuela de Educación Superior Pedagógica) Pukllasunchis. Y el punto de vista con el que encaro la educación es el de la sagrada rebeldía, la co-creación, la recuperación de lo comunitario, la memoria descolonizada, la sostenibilidad y la celebración de la vida. O sea, al fin y al cabo, poesía.
He participado de infinitos y desgastantes recitales de poesía pero ahora sueño con que esa poesía tome las calles por asalto. He publicado algunas veces. El libro de poesía más reciente es Ojo de Agua, de Editorial Saqra del 2009.
El teatro, la narración oral, la poesía y la educación, todo ha sido y es parte del laboratorio del aprender, equivocarse, redefinirse todo el tiempo y el hacerlo. He aprendido a elegir. Desde todos esos oficios abrazo la tarea de INSPIRAR de la misma manera en la que tantas, tantos, me han inspirado. Y de enseñar a dudar. Hay que enamorar a los “estudiantes” de la vida y dejarlos acariciar de manera práctica sus propias y tremendas posibilidades.
Creo que todo ser humano tendría que ser pasar desde la infancia por la formación artística. Si no comunicamos bien, si no ejercitamos nuestra creatividad, si no entrenamos nuestro pensamiento divergente nos podemos limitar a seguir la ruta que nos señalen y no crear la que en verdad necesitamos. Peor aún, ni se nos ocurrirá co-crearla con nuestra comunidad escolar o universitaria. Creo en la educación comunitaria en donde hay intercambios de experiencias y sistematizaciones gentiles y accesibles producto de esta práctica. No creo en la instrucción sino en la construcción participativa de bancos de saberes que nos permitan recordar pero también seguir creando. Son tiempos en los que un docente de química necesita ser un mago y un docente de matemática y ciencia pura tiene que ser un poeta y haberse enamorado del misterio de la vida no para disecarlo, sino para experimentarlo y servir en mejores condiciones al mundo del que forma parte por apenas unos segundos.
¿En qué contexto cultural y social estaban las escenas creativas del Cusco y del Perú cuando comenzaste tu trabajo como gestora cultural?
1995, traíamos obras de teatro de muchas partes del Perú y Sudamérica para que sus elencos artísticos y técnicos compartieran sus conocimientos con los artistas locales. Siempre soñamos con una universidad libre en la que podamos formarnos abrazando el camino del intercambio. Era un tiempo dificilísimo. Nadie invertía ni un céntimo en arte y sin embargo lográbamos auspicios y actividad permanente a fuerza de compromiso de cada elenco convocado. Trajimos innumerables veces al elenco Yuyachkani, al narrador colombiano Nicolás Buenaventura, al director de teatro Jaime Nieto, a los maestros argentinos de Impro Osqui y Leti Guzmán, a mi maestro de narración François Vallaeys con diversos espectáculos, a Tian Gambou de España, etc. Y pese a todas las dificultades lográbamos el compromiso de amigos hoteleros y dueños de restaurantes, de instituciones cómplices para solventar los gastos y ofrecerles ganancias dignas a los colegas. No habían políticas implementadas de aliento a la creación artística ni mucho menos a la preservación de manifestaciones culturales ya existentes. En pleno período de la violencia interna y la dictadura de Fujimori trabajamos a contramarcha de todo. Para tal régimen no importaba la cultura sino el espectáculo frívolo y adormecedor. Y pese a los intentos de la congresista Elvira De la Puente Haya, nuestra Ley del Artista terminó siendo un saludo a la bandera.
¿Cuáles fueron los mayores desafíos para llevar adelante proyectos culturales en aquel momento? ¿Cómo ha cambiado eso hoy?
Siempre tuvimos en contra la ausencia de políticas culturales eficientes, una carente educación en formación de públicos. Para cada espectáculo y a fuerza de jugárnosla con todo a la calidad, nos ganamos a pulso un público que confía en nosotros y acude a nuestras convocatorias y espectáculos pero no es una norma general y los colectivos artísticos locales lo sufren.
En el Perú está arraigada la idea de que el arte es un tema poco esencial y, es más bien un asunto de divertimento. Se le asigna pocas horas escolares a la formación artística desconociendo las posibilidades del arte para el desarrollo humano integral que otras sociedades tienen absolutamente claro como la japonesa, la finlandesa, etc. La poca valoración de parte del Estado pasa por –entre otras cosas– otorgar pomposos reconocimientos a las trayectorias artísticas pero nunca pecuniarios. Esto tiene que cambiar. El foco está en la educación temprana. El arte no debería ser un relleno en la currícula escolar sino un eje transversal que cruce por la enseñanza-aprendizaje de toda materia. Hacia 1995, teníamos el INC (Instituto Nacional de Cultura). Ahora tenemos al Ministerio de Cultura y no siento mucho la diferencia. Hacen falta Consejos Regionales de Cultura integrados por artistas e instituciones artísticas cuyas trayectorias sean reconocidas por sus comunidades de origen. Nunca hubo la intención seria en el Perú de parte del Estado de fomentar y financiar proyectos ciudadanos ya existentes de larga data, aporte y trayectoria. No se ha trascendido el coyunturalismo. Ahora se han concentrado en echar adelante fondos concursables pero no alientan iniciativas probas de larga trayectoria cuyo aporte es tangible y mesurable. Es ausente, también, un punto de vista incluyente e intercultural a la hora de distribuir esos fondos, desde la convocatoria en adelante.
¿A partir de qué momento decides desarrollar tu trabajo como cuenta cuentos?
Gocé de los cuentos desde muy chica, mi madre y mi padre, mis abuelas y abuelos eran buenos para contar la vida. Allí estuvo la semilla. Pero recuerdo que en los 90s llegó a Cusco un narrador escénico francés que me fascinó, mi amigo y maestro François Vallaeys: Traía el espectáculo “Hace Tiempo que Nunca” junto a mi amadísimo hermano, el talentosísimo músico Rafo Raez. La primera vez que los escuché me dije: “¿Y yo, por qué no?”. Y de inmediato me puse a soñar y a trabajar en consecuencia, en contacto permanente con François, y estrené mi primer espectáculo de cuentos: “Reunión Sencilla para Gente Complicada” junto a la entonces estudiante de secundaria Cecilia Pinto en la sala Lumiére de la Alianza Francesa de Lima que François tuvo la generosidad de entregarnos repleta de público. Su fe en mi narración fue definitoria. Le estoy eternamente agradecida.
¿Cómo trabaja una buena cuenta cuentos desde tu punto de vista? ¿Qué debe provocar en el público que la sigue?
Con alegría y rigor. Nada por cumplimiento (cumplo y miento). Aceptar con humildad qué es lo urgente de contar, qué no. Lo que pones sobre el escenario está cargado de tu utopía, tu posición política, tu búsqueda en la vida y, sin embargo, estoy segura que los cuentos hacen su gusto, lo que les da la mera gana. Son duendes viejos y sabios. Pese a que algunos son de mi creación y otros tantos son versiones propias de cuentos populares que ya existían, estoy segura de que son las mismas historias que se vienen contando desde el principio de los tiempos de la humanidad y que sólo se cambian de ropa. Y si alguien toma la responsabilidad de compartirlas toca definir de qué se nutre con claridad y consciencia: ¿Qué música consumo? Mejor si es un poco de todo. ¿Qué libros leo? ¿Con quiénes comparto causa, luchas y conversaciones infinitas? ¿Con quiénes comparto mis labores? ¿Con quiénes co-creo? ¿Qué cerros recorro? ¿Junto a qué ríos camino? ¿Qué como? ¿Qué consumo y qué necesito dejar de consumir? ¿A quiénes abrazo? ¿Cómo crío? ¿Al lado de quién despierto?
¿Qué provocar en el público que nos sigue?
Inspiración. Amor, no por una, sino por las historias que compartimos. Cada una lleva consigo alguna joya calata o encubierta para bien de quien narra y de quien la escucha y la pinta en su interior como quiera, desde donde más lo necesite y le sirva.
Aquí van dos preguntas en una: ¿Cuál es el proceso de creación detrás de tus piezas, espectáculos, performances? ¿Cómo nacen las historias que cuentas?
En el amor. En el hartazgo. En la inmensa necesidad de romper con la estructura del sistema y el cáncer de sus gastadas mentiras. Las historias humanas me gustan, las que brillan en medio de la intimidad de una casita pequeña a donde los reflectores de los grandes espectáculos no llegarían jamás y aparecen y lo llenan todo de belleza, no importa lo humilde que fuera la anécdota. Cuando escucho algo que me rompe, me salva y me eleva al mismo tiempo. Cuando soy atravesada por alguna epifanía. Cuando algo me conmueve y no puedo quedármelo. Cuando la vida ríe o llora a cántaros y siento que tengo el pañuelo perfecto para ofrecerle. Cuando me indigno. Cuando se me rompe el cuello por la urgencia de decir. Cuando me indigno.
Para narrar es imprescindible escuchar la vida con el íntegro del cuerpo.
Entonces, luego, dejo todo macerar adentro el tiempo suficiente, canto la historia, la imagino dicha con mi cara de una forma, mi voz de esta otra y la pruebo con uno y otro público porque las historias se pulen en contacto con quienes las oyen y deciden o no necesitarlas. Las pruebo con una y otra ropa: no fue lo mismo contar los cuentos de Arguedas con una pollerita roja que me llegaba hasta las rodillas que con una “almilla” bordada en las orillas por unas mujeres que se dedicaban a enseñar las artes de la partería en un cerro de Potosí (un vestido que pesa y te obliga a una presencia de árbol, enraizada a la tierra y que cuando se mueve, produce viento y apaga las velas al final del texto: “Tardará aún la mosca chiririnka que llega antes de la muerte, cuando llegue aquí nadie la va oír porque voy a estar bailando” con uno y otro músico, hasta que toma el punto de cocción perfecto para invitar al público a la cena.
Una que otra historia, sin embargo, aparece de pronto completa y nunca más aparece. Como si la sola presencia del público la generara. Hay públicos que sacan cosas mágicas de una y otros a los que hay que criar con paciencia. Ninguno es menos.
¿Cuánto alimenta tu trabajo el vivir y crear en el Cusco?
Aquí levantas una hoja de la calle y de abajo salen mil historias. Esta es una ciudad que vive narrándose a sí misma, cargada de memoria histórica, repleta de historias por contarse. Yo pude haberme ido a vivir a muchas otras tierras en más de una ocasión. Las visité pero más tarde o más temprano siempre estuve de vuelta. El Cusco es mi nave nodriza y los viajes que me ofrece son infinitos todo el tiempo. Yo elegí voluntariamente vivir aquí desentrañando sus historias, creándole nuevas. El Cusco es mágico y los que le conocemos los amables vericuetos sabemos que no es un cliché.
¿Cómo integras la tradición y los conocimientos andinos en las historias que cuentas?
Casi todas las historias que cuento son versiones propias de historias de tradición oral antiguas, muy conocidas, otras que no lo son tanto y algunas prácticamente al borde de la extinción. Ancestrales, por llamarlas de algún modo y mestizas. Algunas de las que he creado han partido también de algún principio andino que siento imprescindible no dejar morir como el UYWAY, principio de la mútua crianza: tú crías a tu ovejita y tu ovejita te cría; crías a tu hija y tu hija te cría; crías a tus muertos y tus muertos te crían; crías a tus creaciones y ellas te crían, también. Siento que es importante comprarse el lío de la transmisión de genes culturales a las siguientes generaciones. Retornar a la calidez de las conversaciones. Decirnos la vida. Recordar de fuente directa y cálida como un cuento quiénes fuimos para soñar en mejores condiciones quiénes queremos ser.
¿Cuánto ha impactado este año de pandemia a tu trabajo?
Al principio fue durísimo, se cayeron todos los proyectos: viajes, festivales, giras, funciones públicas. Fue un golpe emocional y económico muy grande.
Al público se lo extraña palpitando cerquita, no es lo mismo suponer sus reacciones. Pero cerrando los ojos e imaginando llevar las historias que más amamos hasta sus casas, como en un delivery virtual de cuentos seguimos narrando, a través de las redes sociales, con la complicidad de Carlos Wilson que se propuso hacer de su red social una reserva cultural que nos permita transitar estos duros tiempos de mano de nuestra memoria cultural. Con la entrega de mis hemanas y hermanos músicos, maestro Jorge Choquehuillca, maestras Nancy Lluska, Lara Phillibert, Karina Guanca. Una vez más nos hemos adaptado. Hemos seguido trabajando a través de la virtualidad, contando para no morirnos de inacción, sin ganar un centavo. Y luego esta entrega vocacional urgente nos trajo sus propias bendiciones hasta económicas.
Una ventaja de este oficio es que te entrena en el arte de tener bajo la manga varias soluciones para un mismo problema y de ver al obstáculo como un reto creativo, por más duro que sea, una oportunidad de crear. He experimentado la solidaridad de cerca, la de las y los artistas que se anticiparon al bono universal de ayuda por el COVID. Juntamos dinero entre los miembros de la Red de Artistas Escénicos y por un período de tiempo logramos armar 60 canastas con víveres para las y los compañeros más afectados.
Luego vino lo presencial después de muchos meses con el aforo reducido en nuestro amado local “La Esencia” de Silvia Soto y Francisco Farfán y confieso haberme emocionado como si se tratara de la primera vez sobre el escenario.
Así como nos ha azotado, este período me ha dado más horas de permanencia en casa que ya no tenía hace mucho. En suma, más tiempo para escribir y crear.
¿Cómo te ves dentro de algunos años? ¿Cuáles son tus proyectos?
Compartiendo lo ganado en el camino tanto con el público como con grupos de gente interesada en caminar los senderos de la narración oral escénica. Me veo haciendo pan en casa. Escribiendo. Criando. Sembrando, comiendo e intercambiando semillas libres tanto para comer como para alimentar el alma. Me veo haciendo guardianía activa de semillas. Me veo echando adelante el trabajo con mujeres de las artes escénicas comprometidas con la sanación de la memoria histórica. Nos hemos juntado un colectivo de mujeres que generamos hace poco más de 12 años el Festival de Artes Escénicas por la Sanación Social WARMIKUNA RAYMI y hemos comprobado sus efectos positivos en la vida de las mujeres que han pasado por nuestros talleres. Me veo haciendo un trabajo de recopilación de historias vinculadas a las plantas medicinales y a la sanación de las más viejas tristezas de este pueblo. Me veo contando en espacios más íntimos. Me veo estudiando, recuperando y produciendo juguetes tradicionales populares, me veo diseñando ropa que cuente historias. Me veo comiendo chiriuchu en la vía pública viendo pasar a mis santos y a sus bandas. Y acaricio junto a un grupo vasto de gente en este momento una aspiración política, histórica: repatriar los restos de Fernando Túpac Amaru, historia que me pisa los talones y exige toda mi pasión y mi fuerza. Ojalá el rey actual de España se permita el sagrado derecho a hacerse gente y acabar con un secuestro de siglos que marcaría el camino preclaro a esa paz que trae consigo una reparación de tal magnitud.
Tania Castro es artista escénica, cuenta cuentos, poeta, educadora y gestora cultural cusqueña. Nacida en una familia de gente de teatro, ha escrito y puesto en escena numerosos espectáculos, lecturas y performances durante tres décadas. Ha publicado libros de poesía, participado en diversas antologías. Vive y escribe en el Cusco.