Tajo abierto, de José Antonio Villarán

Tajo abierto, de José Antonio Villarán

hay algo en la historia morococha hay algo

apuntes alrededor de Tajo abierto, de José Antonio Villarán

La imagen se vuelve clara cuando la revisitas un par de veces, su oscuridad entrena los ojos y obliga a destacar un punto de referencia. Es el interior de una labor minera, un túnel. La textura de la roca, las herramientas penetrando el suelo, los cascos con linterna, los baldes llenos de mineral: todo está ahí. Luego siguen otras imágenes, el exterior de las labores. La roca amontonada. El cielo abierto. Los camiones levantando el polvo. La comunidad que hace su actividad alrededor de la mina. Los sombreros de ala ancha. Las carreteras. Los mineros. Estas fotos me las enseña un compañero, antropólogo. Todo lo que sé de la mina –su imaginario, su lenguaje, sus relaciones– lo sé gracias a él. Este es el registro de un campo que hizo hace no mucho. Al conocer más el cuerpo de su trabajo de investigación, me hago una pregunta que nunca llegué a hacerle directamente, pero que creo termina por ser una pregunta recurrente cuando se escribe sobre algo: ¿por qué escribimos sobre esto? ¿por qué contamos estas historias? Si estas no son nuestras historias, si nosotros no somos ese sujeto ¿por qué nos preocupa pensar y explicar lo que constriñen estas historias? ¿por qué se desarrolla una sensibilidad específica con un territorio particular o con una temática en concreto? ¿cómo terminamos vinculados emocionalmente a estas cosas? ¿por qué siempre volvemos a ese mismo lugar? “¿para qué sigo escribiendo esto?

Tajo abierto

Esta última pregunta es una cita directa al libro. Es lo que se pregunta Villarán en la sección/poema “Una cuestión de pérdida”, para pasar a su propia respuesta. No una respuesta definitiva, pero eventualmente nos da un hilo del que se puede jalar para recorrer su propia madeja: “pero siento cada vez con mayor vehemencia que hay algo en la historia morococha hay algo en la historia morococha hay algo”.

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Cuando uno se acerca a Tajo abierto, la primera impresión (arrancando desde el título –para quien no esté enterado, la minería a tajo abierto o cantera es una forma de explotación minera sobre la superficie del yacimiento–) es que es un poemario sobre la mina y la actividad minera. O dicho en otras palabras, el universo del poemario es la mina. Y esto me hace pensar casi de forma instantánea en la poesía escrita en esa clave dentro de nuestro territorio. Pensaría en Luis Pajuelo Frías o en Ángel Garrido, y por supuesto, en las composiciones de Gamaniel Blanco. Todos pasqueños. Poetas mineros. Y son poetas mineros porque, efectivamente, trabajaron y vivieron en comunidades mineras: esto es palpable en su obra. Parece obvio, pero tengo un punto aquí. El acercamiento a la mina en Tajo abierto no es el de alguien que vive y trabaja en la comunidad, y uno diría que es un dato menor pero la estructura del libro nos obliga a transparentar a este sujeto que se ocupa de la actividad minera en Morococha.

Paradójicamente en el libro no hay rastro de la cantera (excepto por un pasaje muy particular del poema citado anteriormente, “Una cuestión de pérdida”). Si Morococha se constituye como universo o soporte del poema, esta constitución tiene dos elementos: la data (el archivo, el registro histórico, las actas, los decretos, los estudios, las cifras) y el testimonio de quienes habitan Morococha. Finalmente, lo que conocemos de Morococha no es a la comunidad misma en términos descriptivos (es decir, no tenemos una imagen de la comunidad: sus espacios, sus rutinas). Más bien, la comunidad aparece en el poemario a través de los efectos de la actividad minera. Ambos elementos que mencioné anteriormente están mediados en el poema. Son dos registros contundentes e incluso contradictorios sobre el conflicto de una comunidad históricamente desplazada por el extractivismo (“biomarcadores para identificar la exposición al uranio / biomarcadores para cuantificar la exposición al cobre / biomarcadores para cuantificar la exposición al oro / biomarcadores para identificar la exposición al litio / y a las doce de la noche estábamos partiendo a lima / con nuestros niños / a reclamar / y que nos escuchen”). El poema “Audiencia pública” es un momento donde se hace clara esta jugada y nos hace entender cómo opera la dimensión política de este poemario como denuncia al extractivismo voraz del tajo abierto. Cito: “la expansión todavía sería dentro del proyecto de toromocho 1 / tanto abuso ya no confío en nadie / chinalco quiere modificar su estudio de impacto ambiental / hoy es un día histórico para el perú / inversión total $4280 millones”. La voz de Morococha como una voz colectiva recogida en los testimonios sin identificar –no hay nombres propios por cuestiones de seguridad, se explica en las notas al final del poemario– irrumpe constantemente al movimiento de dinero y ganancias que genera la actividad extractiva. Esta forma de interrumpir al discurso gerencial o al reporte económico con el testimonio de Morococha pone de manifiesto aquellas contradicciones que constituyen los conflictos mineros en nuestro país, y por qué no, en el mundo. Así, se nos recuerda que la riqueza nacional que produce la minería no siempre beneficia a quienes habitan los territorios explotados. Todo lo contrario.

Hay algo más. El uso de estos registros me hace pensar en Tajo abierto como un libro que retoma el espacio minero, no como un territorio que se habita, sino un territorio al que se accede. Que se observa, se estudia, se investiga, que se visita, pero al que no se pertenece. Si uno no conociera personalmente a José Antonio, diría que este es el trabajo de un antropólogo. Y que Tajo abierto limita entre la investigación académica, la etnografía y la poesía. Tal vez sí lo es, ya dicho en corto, pero no voy a discutir las intenciones del proyecto de Villarán o las etiquetas en las que podría encasillarse. Sin embargo, ambos registros conjugados para presentarnos a Morococha muestran una dimensión más interesante del libro en su totalidad. Algo que está puesto al centro del poema de forma bien explícita. Todo esto, creo, como un ejercicio de honestidad intelectual o autoconciencia. Que interpela a quienes obramos dentro del terreno de la producción de conocimiento en las ciencias sociales y las humanidades. Es también un movimiento para concluir que los autores tenemos un lugar en la esfera pública, o, mejor dicho, nos posicionamos y escribimos desde un lugar en el espacio social. Y que importa, no solo lo que decimos, pero también el lugar desde donde está dicho y las condiciones que nos permiten acceder al mismo. Parece obvio, pero insisto que en nuestras prácticas locales esa premisa muchas veces pasa desapercibida.

porque el extractivismo cultural de las humanidades se posiciona a través de sus pequeñas historias / por una cuestión de estatus / para establecer su marca / demarcar su nicho”. Si hay una preocupación abierta sobre cómo un consumidor participa de la actividad extractiva, es decir, una preocupación sobre la cadena global de complicidad que termina impactando a la comunidad de Morococha (los poemas “Tu computadora está matando a Morococha” o “4050 msnm” es ejemplo clarísimo de lo que menciono), esta preocupación se extiende hacia el extractivismo cultural de las humanidades, como lo nombra Villarán. En “Decretos supremos” hay una secuencia que cierra el poema, ensamblada con una pregunta que parte de la voz colectiva de Morococha: “¿tú estás con la chinalco?”. Esa pregunta contiene dos momentos. El primero, la pregunta de qué hace un hombre blanco en Morococha trabajando o acercándose a la comunidad, qué está buscando alguien que no pertenece aquí. Donde nadie viene de visita, donde nadie hace turismo. Donde no llega el Estado si no es con un interés de explotación económica. El primer reflejo es el de la desconfianza: esta persona está con la minera (ya sea como mediador, como enemigo declarado, como espía, etcétera). El segundo momento, el que más me interesa, es el de una pregunta retórica sobre nuestra posición –no lo que pensamos, sino el lugar en el que estamos– de esa cadena de extractivismo y explotación.  

Podríamos hablar de la complicidad a través del consumo, pero tal vez mi opinión sea distinta al posicionamiento discursivo de Villarán en Tajo abierto. Esto como punto aparte. Sin embargo, hay un cuestionamiento propio con respecto a si hay legitimidad o no para hablar sobre y por Morococha. A lo problemático que, como autor, recurra a la historia de Morococha para hablar del sufrimiento y la lucha de la comunidad, pero también como catalizador para referirse a otras cosas. “¿Tú estás con la chinalco?” es una pregunta retórica que podríamos lanzar a nuestros colegas de la academia, aquellos que participan activamente en la carrera competitiva de la publicación e investigación. Que tienen como objeto de estudios a sujetos racializados, desplazados. Que trabajan con comunidades indígenas, pero que no retribuyen a esos grupos con su propia investigación. O que eligen callar cuando se violentan a estas comunidades, como sucedió claramente en el periodo diciembre 2022 – febrero 2023 a raíz de las protestas contra la dictadura cívico-militar de Dina Boluarte. Incluso a nuestra izquierda cultural limeña, bien educada y progresista, que habla por el pueblo, pero no se reconoce ni hace su política en él. Aunque el libro hace referencia directa a los mecanismos de la academia norteamericana, podríamos trasladar aquellas anotaciones a la academia local (“odio que la universidad me obligue a competir y profesionalizarme competir y profesionalizarme competir y profesionalizarme”). La respuesta de Villarán a esta propia interpelación es colocar su cuerpo como autor y decir: sí, yo también soy parte de esto. Yo también estoy en este circuito, aunque no quisiera estarlo. Yo vengo de esta familia que también tiene una historia concreta y oligarca con la actividad minera. Incluso también vengo de esta familia que también tiene una historia concreta con esa izquierda progresista y limeña (“las dos familias / benavides y villarán / operan la mina de oro más grande de lationamérica / tu tía abuela es la primera alcaldesa electa en la historia de lima”). Y es problemático. Cito: “¿cuál es el valor de su privilegio? josé antonio villarán gonzález-ortega”.

Recuerdo las labores mineras. Un lugar al que se llega, se observa, se investiga. No al que se pertenece. Incluso se le puede llevar sangrante en el corazón, pero no le pertenece a uno. Tampoco llegué a preguntarle a mi compañero antropólogo si en algún momento sentía esta contradicción en su labor, que es la misma contradicción que creo que muchos sentimos. Pienso en su posible respuesta y sé que me diría que no es lo mismo. Que hay una cadena de privilegios que incluso en estos espacios de la carrera académica que nos segregan, aun cuando hacemos hasta lo imposible para competir y profesionalizarnos. Por eso hablamos –hablo, en particular–  con pasión y cólera al respecto. Cuáles son los límites de una actividad que nos da prestigio y reconocimiento académico o literario. Qué tan legítimas son nuestras intenciones y si nuestras intenciones son suficientes. Qué hacemos con el espacio al que accedemos por una cadena de privilegios. Para qué seguimos escribiendo esto. No voy a responder a esto. Villarán ensaya una respuesta. Cito: “me siento compelido / me siento obligado / su historia / puedo sentir la deuda atravesando mi cuerpo / opera / de manera misteriosa”. Ensayen la de ustedes.

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En algún momento mencioné que la historia de Morococha servía como catalizador para referirse a otras cosas. Quisiera añadir que en Tajo abierto hay una dimensión que descubro con ternura y horror. Aquí los efectos de explotación minera atraviesan la paternidad de Villarán. Hay una preocupación sobre el futuro y el colapso inminente. Una voz que habla desde el amor, en algunos momentos desde la derrota. También desde la persistencia. En este caso, esas preocupaciones aparecen a partir de los diálogos dirigidos a Miqel, su hijo (“tu mamá está sonriendo / sigue pasando / no sé qué es / tampoco sé qué hacer al respecto / pero sé que está pasando todo / el tiempo siempre implacable / tenemos ese tajo abierto realmente abierto / las cosas están explotando y rompiéndose y el mundo se está quemando / y nosotres estamos distraídes / porque nos encanta jugar en la arena / bañarnos en el mar / contemplar el celaje”). Hay una sensibilidad particular sobre las cosas que ya están en juego o en default para las generaciones que en estos momentos están viviendo permanentemente en el mundo del colapso. Un colapso silencioso, como la violencia en Morococha.

La historia de Morococha es la historia del despojo y la violencia estatal hacia sus ciudadanos a través del olvido y el desprecio. Del efecto del centralismo y el racismo. De cómo es posible que una comunidad que se encuentra a cuatro horas de la capital puede ser militarizada y desaparecida para propósitos de beneficio económico “para todos los peruanos”, en pro de “nuestra nación” ̶ resalto las comillas, porque en definitiva no es para todos los peruanos y al referirnos a “nuestra nación”, aquellos que son desplazados finalmente no pertenecen a esa “nación”. Todo esto en nuestras narices. Tajo abierto, pienso, también es un testimonio de los ciclos de violencia política –el desplazamiento forzoso es violencia política– que fluctúan entre la tensión y el estallido en países que están sujetos a las relaciones globales del imperialismo. Aquellos países que poseen mucho, pero no poseen nada. Por tanto, también es un testimonio de la resistencia de estos pueblos.

La historia de Morococha es larga. En 1930, Gamaniel Blanco publicaba “Apuntes monográficos de Morococha”. Es un documento histórico de amplio valor para el movimiento minero del país y sus luchas. Aquí encontramos una crónica sobre los sindicatos locales y una interpretación sobre su evolución política. Es un registro –parcial, ciertamente– de los tantos accidentes y conflictos mineros locales en la época. Aquí Blanco recalca la responsabilidad directa de la Cerro de Pasco Copper Corporation sobre la tragedia del 5 de diciembre de 1928: el hundimiento de la laguna de Morococha. Saldo: 32 trabajadores mineros muertos. Para 1930, Gamaniel Blanco ya era un sindicalista minero de trayectoria importante. En 1931, es apresado y dirigido a la cárcel del Frontón, en las ínsulas del Callao. Ese mismo año muere a manos del castigo y ensañamiento de los militares en el presidio, haciéndolo pasar por una neumonía. La muerte de Blanco, sin embargo, no es el fin de la resistencia de los trabajadores mineros. Con su ejemplo se persiste. Y el testimonio que deja Blanco, como cronista y hacedor de los levantamientos sindicales en la comunidad nos recuerdan que los ecos de la historia nunca perdonan. Que los fantasmas de nuestro pasado nos aprietan las sienes para hacernos cargo de nuestro presente y nuestro futuro. O, mejor dicho, citando a aquella voz colectiva de Morococha que aparece constantemente en la estructura Tajo abierto –ya sea como una maldición a sus verdugos o una oración de persistencia contra la violencia de la minera y el Estado–: “y como yo digo siempre / aun muerta seguiré luchando / aun muerta / seguiré luchando”. La historia de Morococha es, y sigue siendo, una historia de resistencia. Y quisiera creer que, en un futuro no muy lejano, también una historia de victoria. 

Villarán, José Antonio. Tajo abierto. Album del universo bakterial, 2023.


Jose Antonio Villarán (Lima, 1979) es escritor, docente, y traductor. Ha publicado: la distancia es siempre la misma (Editorial Matalamanga, 2006), el cerrajero (Álbum del Universo Bakterial, 2012), open pit (Counterpath Press, 2022); un libro de traducciones, Album of Fences (Cardboard House Press, 2018); y también es creador del proyecto AMLT (http://amlt-elcomienzo.blogspot.pe).

Acerca de Valeria Román Marroquín

 

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