Mosko-Strom. El torbellino de las grandes metrópolis, de Rosa Arciniega
Mosko-Strom. El torbellino de las grandes metrópolis se publicó por primera vez en España, en 1933. La editorial peruana Pesopluma nos trae ahora su primera edición peruana. Con suerte, será motivo para hacer de Rosa Arciniega una figura más presente en el mapa literario peruano.
Estamos ante una novela de estructura clásica –dividida en tres partes y un epílogo- y de prosa muy vívida, que tematiza la cara perversa de aquello que conocemos como progreso. El gran escenario de la historia es Cosmópolis, “una moderna ciudad supercivilizada, en la que las distancias parecían haberse suprimido; pero también un bosque, una gigantesca selva de hierro y cemento, donde toda huella, todo rastro humano era implacablemente borrado por el turbión de las grandes aglomeraciones y por el vértigo de la trepidación industrial” (p. 161).
Arciniega nos hace seguir el camino de Max Walker, ingeniero al mando de la fábrica de autos R&T, fiel adepto al progreso y, como tal, obsesionado con la eficiencia. La primera vez que lo conocemos lo vemos entre la luz cruda de un amanecer en Cosmópolis y la luz artificial que lo ha acompañado durante toda la noche, sumergido en sus planes de maximización de productividad. Lo acompañamos luego en sus paseos por las diversas áreas de la fábrica, que le sirven para pensar qué engranajes -mecánicos o humanos- ajustar para lograr sus cometidos.
Pero el ingeniero Walker no solo existe para la fábrica. Tiene también una reducida vida personal, un pequeño mundo interior, de cuyas vicisitudes nace la pregunta fundamental de Mosko-Strom: aquella que interroga por el sentido. ¿Para qué el frenesí? En la articulación y posterior resolución de esta pregunta participan el resto de personajes de la novela: Jackie Okfurt, amigo de Walker que encarna una posición escéptica frente al progreso; Stanley Sampson-Dixler, viejo mentor idealista; Isabel, la frívola esposa; y algunos ex compañeros de universidad. Estas son las voces que entran en tensión y generan un cambio en el protagonista, consolidando así la novela como una suerte de Bildungsroman que, gracias a una prosa fluida y muy sonora, nos permite adentrarnos en el gran Maelstrom de Cosmópolis y observar a los personajes abandonarse a él o luchar.
Mediante la historia que narra, Arciniega ilustra una inversión nefasta: la de la humanidad puesta al servicio de la técnica, aquella que hace del artefacto la unidad de medida de lo humano. Esta inversión, muy propia de un sistema capitalista que tiene como valor supremo la eficiencia en pos de la acumulación, se aborda de diversas formas en descripciones, diálogos y en la narración de los pensamientos y las emociones de los personajes. La autora presta especial atención a comunicar una atmósfera de frenética monotonía –esa misma que muestra, aunque en un tono muy distinto, Tiempos modernos– y, para lograrlo, se sirve del recurso de la repetición. Ciertas figuras y adjetivos aparecen una y otra vez, describiendo bien el estado anímico de los personajes, o bien Cosmópolis o R&T. Así, queda claro que tanto los planos más íntimos como los más panorámicos están absorbidos en el mismo remolino. Otro recurso que contribuye a esta idea es el del sonido, omnipresente a lo largo de toda la novela. Toda la acción que se desarrolla tiene bulla de fondo, bulla que remite al incansable y ciego movimiento de Cosmópolis; es decir, al latido del siempre despierto Maelstrom. En Mosko-Strom incluso los bancos se caracterizan por cómo suenan, por su “rumor de colmena, de tecleos de máquinas de escribir, de tintineo de monedas y frote de papeles” (p. 208).
El camino de Walker –el nombre del protagonista no es casual– propicia la reflexión en torno a las implicancias de vivir en una sociedad capitalista, lo que permite que la novela, a pesar de las décadas que nos separa de su contexto, se sienta actual. Sin embargo, es interesante llevar más allá –o tal vez traer más acá– la reflexión. El capitalismo de hoy ya no es el de 1930. No es el que Arciniega vivía, ni el que su novela nos permite observar. ¿Habría podido Walker enfrentar el torbellino de haber tenido R&T un área de gestión de personas que lo haya provisto de sesiones de coaching y team building? ¿Qué pasa cuando la obsesión por la eficiencia y la acumulación ad infinitum viene acompañada de discursos de autorrealización? Si Walker hubiera tenido a la mano tantos dispositivos para hacer íntimamente suyas las máximas capitalistas, ¿de dónde habría surgido la pregunta por el sentido?
Otro punto en el que la novela nos llama a actualizar la reflexión es el relativo al papel de los personajes femeninos, marcados fuertemente por la frivolidad. Las mujeres de Mosko-Strom parecen no ser agentes. Isabel, por ejemplo, es descrita como “una mariposa de luz incansable (…) hueca, horrorosamente vacía por dentro (…) volará en balde, porque huye de sí en lugar de venir a sí” (p. 229). Lo mismo sucede con los dos personajes jóvenes: Kezie y Clarence, hijos del profesor Stanley Sampson-Dixler: hedonistas completamente abandonados al torbellino muy a pesar de los valores humanistas de su padre. Estos puntos, que si bien resultan ahora problemáticos no desmerecen la novela, fueron conversados por Inmaculada Lergo –a cargo además del lúcido prólogo y de la edición española publicada por Espuela de plata en 2019– , Victoria Guerrero y Anahí Barrionuevo en la presentación organizada por Pesopluma, visible desde aquí.
En estos tiempos de pandemia e incertidumbre radical, perdernos en la vorágine de Mosko-Strom sirve tanto para alejarnos de la de nuestro propio contexto como para regresar a ella con un poco más de conciencia y temple.
Arciniega, Rosa. Mosko-Strom. El torbellino de las grandes metrópolis. Pesopluma, 2021.
Rosa Arciniega, (Áncash, 1903). Mujer anticipada a su tiempo, se autodefinió como «anarquista mística». Fue autora de las novelas Engranajes y Jaque-Mate, de la biografía Pizarro (Biografía del conquistador del Perú, la colección de cuentos Playa de vidas. Formó parte del «Congreso por la Libertad de la Cultura» (1950-1967) y fue la primera mujer peruana en ocupar un cargo diplomático ante un gobierno extranjero, como agregada cultural del Perú en Argentina.