Al final del miedo
Al llegar a la última página de Al final del miedo, libro de la escritora mexicana Cecilia Eudave, he quedado con una sensación de hoyo negro en el alma y con muchas, muchas preguntas. Es de noche en mi sala y, en medio de mi propia oscuridad, intento analizar, procesar esto que ha provocado en mí un libro que abre agujeros, boquetes, hoyos, socavones, depresiones en cualquiera que se interne en sus páginas. Entonces decido ensayar un pequeño texto para invitarles a ustedes, que ahora me leen, a internarse en los pasillos, rincones y laberintos de este libro tan enigmático y seductor como su autora.
Huecos, agujeros oscuros que se instalan en nuestro interior. Huecos que están dentro y que también están afuera. Huecos que se engullen el amor, la esperanza, la luz, las relaciones, la amistad, la posibilidad de ser felices, el milagro de la vida. Hoyos donde se hunden los logros, la casa linda, la pareja perfecta, lo que nos prometieron que sería la felicidad terrena. «Mundos posibles», inexplicables, vacíos, amargura y desconfianza en los otros y en uno mismo. Abres el libro y comienza la aventura. «Siete minutos» y frente a nosotros el primer hueco donde cabe el vacío de una vida. Café, pereza, cigarrillo, resaca, tiempo, cigarrillo, trago, tiempo y la cascada de pruebas y reflexiones acerca de lo fútil, del fracaso, del sinsentido de las decisiones. De pronto una mujer diminuta arrastra al protagonista en una vorágine de situaciones inusuales y entonces surge la certeza de lo insípida o inútil que resulta la existencia frente a la muerte. Socavones oscuros en la memoria. Un «Sereno olvido» en medio de la incertidumbre otorga cierta calma y respiro. ¿Será que estamos repletos de gente, repletos de la opinión del otro, del juicio, la crítica, el dedo señalador, del prójimo, el próximo? ¿Acaso el infierno es el otro? ¿Será que olvidarles nos trae algo de alivio? Y será que el tedio de lo cotidiano, lo conocido, la certeza de saber que nada es suficiente, la comparación con el otro, el deseo de ser el centro, aunque sea una vez, de sobresalir e impresionar, nos empujan a perseguir historias, internarnos en un mercado extraño, con tiendas repletas de cosas, objetos diversos, inútiles o tal vez mágicos tratando de encontrar algo que nos haga tan brillantes, interesantes como el otro… Internarse en mundos extraños para lograr salir, así sea «Cazando un día de campo».
Otro tipo de agujero negro es la noche y sus antros secretos. Un mundo extraño, inusual se abre de manera natural en medio de lo cotidiano. A los personajes los conduce el deseo de “probar algo diferente para recobrar un poco de vitalidad, de euforia”. Arriesgarse y sumergirse detrás de las puertas de mundos torcidos, violentos, nebulosos atiborrados de personajes dopados, alucinados, ¿reales o imaginados?, sacando a flote sus más profundos y retorcidos deseos, pidiendo tan solo deja que sangre. Un socavón negrísimo se hace en la cabeza de aquel que cree que busca «La verdad verdadera». ¿Lo que creo es lo que creo, lo que veo y siento, es real? Hasta qué punto esos hoyos de afuera puede que ya estén adentro. Y, ¿no es un agujero enorme el que se instala en alma cuando tú sientes que no eres tú a pesar de ser tú? Tal vez la liberación la encuentres en un «Hotel» de mala muerte donde te espía aquel a quien no puedes ver. ¿Alucinación o realidad? Alcohol, fármacos, dependencia, el otro que me roba lo que soy yo, o yo misma que no sé a ciencia cierta lo que soy o quién soy. El doble, el gemelo, la duda, el temor permanente, la gente que vive en esos otros mundo posibles.
Hay boquetes que se instalan en medio de la convivencia. Boquetes que forman un agujero de silencios oscuros, pesados. La esperanza de que algo rellene ese agujero y lo desaparezca es solo un «Espejismo». Entonces, cualquier día, el viaje que promete ser el descanso perfecto, la oportunidad soñada para por fin tender un puente comunicante, un espacio compartido se ve golpeado por un bulto en el camino y entonces se abre el gran agujero que les llevará hacia caminos inusitados.
Y los agujeros se tornan más grandes, presentes, seductores. Y su negrura nos invita a saltar y el apocalipsis podría estar cerca. Y las mentiras, las historias, las trampas, traiciones y tedios pronostican una vez más la ruptura. Pero tal vez una luz pequeñísima de esperanza nos espere «Al final del miedo».
Eudave, Cecilia. Al final del miedo. Páginas de espuma, 2021.
Cecilia Eudave es narradora y ensayista mexicana. Entre su obra creativa se destaca: Registro de imposibles (cuentos, 2000, 2006, 2014), Bestiaria vida (novela, 2008, 2018), con la cual ganó el premio de novela Juan García Ponce, Técnicamente humanos y otras historias extraviadas (cuentos, 2010), Para viajeros improbables (microrrelatos, 2011), En primera persona (cuentos, 2014), Aislados (novela, 2015) y Microcolapsos (microrrelato, 2017, 2019). Escribe también cuento infantil: Papá Oso (2010) y recientemente Bobot (2018), así como novelas para jóvenes. Ha sido traducida a varios idiomas y participado en antologías y revistas tanto en su país como en el extranjero. Fue la escritora invitada de honor por el Ministerio de Deporte, Turismo y Cultura de Corea del Sur en 2014. En el 2016 se le otorgó la Cátedra América Latina en Toulouse, Francia, y en el 2018 la Cátedra Dolores Castro por la Universidad Autónoma de Aguascalientes, México.