Laëtitia o el fin de los hombres, de Ivan Jablonka
¿Qué y cuánto puede contar la desaparición de una joven acerca de la sociedad en la que vive, de sus instituciones, del lugar de la mujer en el espacio común?
Estas preguntas parecen haber motivado al historiador francés Ivan Jablonka para escribir el ensayo Laëtitia o el fin de los hombres, merecedor de tres premios literarios importantes.
Jablonka se ocupa en este libro de un suceso criminal que sacudió a Francia en el año 2011. Laëtitia Perrais, una joven de 19 años, estudiante y mesera en un restaurante, desaparece en la noche del 18 al 19 de enero del 2011. Inmediatamente la prensa se interesa por el tema. Laëtitia es una muchacha como tantas otras, lleva una vida tranquila y vive con una familia de acogida junto a su hermana gemela. La policía encuentra rápidamente a un sospechoso y obtiene la confesión del crimen. Es un delincuente reincidente y bajo libertad condicional. Ello provoca un escándalo de proporciones nacionales, y motiva la intervención de Nicolas Sarkozy, presidente de Francia en aquel momento. El desenlace de este drama involucrará, además de la gente próxima a la víctima, también a las propias instituciones.
Este suceso trágico, como muchos otros en apariencia, es la vez distinto por ser totalmente revelador de un momento histórico, de un cierto modo de ejercer el poder y de la manera en que la sociedad francesa está constituida.
El lugar de la mujer
La reflexión acerca del lugar de la mujer en la sociedad no es un tema nuevo para Iván Jablonka, historiador especializado en temas relacionados con la infancia y la memoria de la Shoah. Jablonka se detiene, en este libro, en el fracaso de la masculinidad y en el rol que juega este en el destino de Laëtitia antes y después de su muerte. A un padre violento, que viola y destruye moralmente a su madre y termina por ser encarcelado, le sigue un padre de acogida invasivo y autoritario, que termina abusando de ella y de su hermana. Es asesinada por un hombre a quien ella decide brindarle su confianza. Una vez fallecida, un Presidente de la República se aprovecha de su muerte para instaurar una política populista, con el chivo expiatorio como único norte y modo de manipular la opinión pública; se sirve de ella políticamente para atacar la institucionalidad que le es adversa.
El varón interviene, pues, en su vida y en su muerte, del modo más nefasto. Falla el padre biológico, falla el padre que le atribuye el Estado, falla, finalmente el «padre» de la patria.
En el relato que Jablonka hace de esta historia hay, sin embargo, también héroes anónimos e instituciones que cumplen cabalmente con su rol. Está el juez que buscará sin cesar el cuerpo desaparecido de Laëtitia, la policía de investigaciones que hará un trabajo de hormiga y desplegará recursos sin límite, la fiscal que batallará por esclarecer los hechos. Están, además, todos los miembros de las instituciones que el Estado francés ha puesto a disposición de la población menos favorecida, y que Laëtitia ha encontrado en su camino. Numerosos son los recursos utilizados para sacar a dos pequeñas niñas de su situación de miseria e irlas convirtiendo, paso a paso, en dos jóvenes libres e independientes. Cuando la sociedad se encarniza con las mujeres, las instituciones existen para garantizar su igualdad, parece indicarnos. La confianza en las instituciones de Jablonka no sorprende, como nieto de víctimas de la Shoah, como colaborador cercano de Simone Veil, feminista y mujer política francesa de primer orden (consiguió la aprobación en el Congreso de la interrupción voluntaria del embarazo), y como profesor universitario, Jablonka tiene una experiencia positiva del aparato estatal francés y de su capacidad para acompañar a los sectores más frágiles de la sociedad. Este libro de algún modo rinde homenaje a su trabajo y reivindica todo aquello que el gobierno de Nicolas Sarkozy se esforzó por desmantelar, desde las instituciones de ayuda a la infancia hasta el propio aparato judicial.
Pero el propósito mayor de este libro es otro: el de honrar a una joven que fue y existió y tuvo sueños. La figura de Laëtitia es construida de modo que no pueda resumirse a un suceso, el de su muerte dramática. Laëtitia aparece en este libro como una muchacha valiente que aprovecha cada oportunidad que se le presenta para mejorar su existencia y dejar definitivamente atrás su infancia de sufrimiento. Jablonka describe con minucia su recorrido escolar, su interacción con los servicios sociales. Con cada una de estas posibilidades, Laëtitia se reafirma en la sociedad, se integra, va acercándose a una vida plena. Describe las actividades de sus últimos días, las relaciones amicales y amorosas que mantiene, cita testimonios de sus amigos y conocidos. La lectura permite entrar en su día a día, comprender la naturaleza de sus relaciones. Todo ello de un modo diáfano, solar. Quizás por ello es más doloroso el desenlace, a pesar de conocerlo de antemano. También lo es el descubrir que hay sombras que la persiguen, una razón secreta que la agobia, una pulsión autodestructiva que se cierne sobre ella. El lector intuye que es la intrusión en su intimidad del padre de acogida. Intuye también que ello tiene un poder doblemente destructor porque liquida también la esperanza.
El relato de un crimen
¿A partir de qué punto un texto de Historia contemporánea puede entrar en la categoría de literatura? La respuesta a esta pregunta la ha dado Ivan Jablonka en numerosas ocasiones: desde Herodoto, que narraba en primera persona. Es en ese encuentro fascinante entre literatura e Historia donde Jablonka ha establecido su propio modo de contar la Historia.
Es así, en primera persona, como Jablonka afronta la narración de este suceso, el fait divers, sobre el que teorizó Barthes, ese hecho en apariencia fútil o extravagante y que contiene en sí problemas fundamentales, permanentes y universales como el amor, el odio, la naturaleza humana, la vida o la muerte. Así, en la línea de Barthes, que veía en el suceso un hecho que contenía información total, inmanente, y que por ese mismo hecho, se emparentaba con el cuento o el relato, Jablonka hace de él una manera de contar rigurosamente el presente.
Jablonka describe la creación del fait divers y el rol de la prensa en la construcción de esa narración que terminará por mantener en vilo al país entero. Hay algo fascinante en ese relato, parece decir, aunque explica la cobertura de los medias por factores diversos como la zona geográfica, la ausencia de hechos por narrar en aquel preciso momento, incluso la presencia providencial de tal o cual protagonista. Las desapariciones de ese tipo son numerosas, y sin embargo este caso en particular provoca la emoción general. La explicación se encuentra quizás en la necesidad de un monstruo. Es el miedo de las sociedades a aceptar la parte monstruosa que duerme en la normalidad. Quizás por ello observan con horror y fascinación a un individuo que encarna de tal modo todos los males, que de algún modo resulta liberador: el monstruo es él, no está en nosotros.
Es, de hecho, esa percepción la que Nicolas Sarkozy capitaliza de inmediato, acusando a los jueces de haberlo dejado circular en libertad a pesar de su alta peligrosidad. De este modo oculta la explicación de un fenómeno: la progresión de la violencia en un individuo. Y Jablonka se atribuye precisamente la responsabilidad de detallar el recorrido de Tony Meilhon, como para mostrarle al lector que el monstruo también se va construyendo de manera invisible en la marginalidad y la miseria. De ello también es responsable el Estado.
Jablonka le dedica además un análisis agudo al rol de los medias y cómo en este hecho dramático permiten mostrar al país entero la vida de una Francia periurbana, provincial, su economía precaria, sus relaciones sociales, sus miedos y sus aspiraciones.
Una escritura de la historia
El libro de Ivan Jablonka es, pues, «una manera de desvelar una historia inscrita en los recorridos más ordinarios.» En su ensayo La historia es una literatura contemporánea, defiende ese espacio híbrido pero no por ello carente de rigor en el que el lector encuentra historias apasionantes y a la vez accede a la rigurosa realidad, a un encadenamiento de hechos perfectamente verificado. Es un modo de desacralizar dominios que, como sucede en Francia, donde Jablonka escribe, son accesibles a una élite y están destinados a una élite.
El propósito de Jablonka se inscribe así en una línea democratizadora de la cultura, en la vía de Barthes. La abraza plenamente, además, al ocuparse de un crimen, este tipo de hechos que, por el uso que se hace de ellos, suelen ser relegados a la prensa popular. Jablonka opta por el suceso para poner en práctica su escritura de la Historia, una manera de defenderla de un modo radical tanto a nivel académico como ideológico.
Según manifiesta en diferentes entrevistas y conferencias, uno de sus mayores cuestionamientos era el de su propio posicionamiento frente al hecho histórico, que en la academia excluía al «yo» en favor de una visión objetiva de la verdad histórica. Jablonka dice nunca haberse sentido cómodo con ello y desde su primer libro, Historia de los abuelos que no tuve, inscribe el «yo» en su investigación. Revisita completamente la manera en la que se escribe la Historia hoy y para ello remonta hasta Herodoto y restituye su doble condición de historiador, viajero y reportero de viajes de su tiempo. En el siglo XIX los historiadores de la escuela hermenéutica valorizan ya lo subjetivo en la escritura de la historia y Jablonka se dice su heredero.
El autor asume entonces plenamente la parte del yo en todo relato histórico o en toda escritura de la Historia, aunque fuese solo por el hecho de que existe un yo con una motivación subjetiva. Haciéndolo, rechaza el academismo actual que niega esa parte subjetiva que solo puede expresarse en el prefacio. Detrás de esta posición hay también una voluntad por romper con la elitización de las ciencias humanas y acercarlas a la mayoría de lectores. Como editor, percibe la profunda crisis de las ciencias humanas hoy y el desafío de poder llegar a gente que abandona progresivamente este terreno del conocimiento. «Las escrituras de lo real tienen por objetivo la inteligibilidad de lo real; darlo a comprender mejor», afirma, y sus libros lo reflejan perfectamente.
Para responder a la pregunta ¿cómo escribir hoy la Historia?, en esta era de postverdad flagrante, donde solo algunos años pueden significar no solo olvido sino, peor, reescritura falseada de hechos que todos hemos visto discurrir, la escritura clásica parece ya insuficiente. Jablonka se enfrenta a ello de manera pragmática, optando por proponer lecturas no solo rigurosas sino también palpitantes. Este es un libro que difícilmente se abandona.
El camino elegido por Jablonka abre, así, nuevas perspectivas, a pesar de las críticas, algunas muy duras. El historiador Philippe Artières, especialista del trabajo con archivos, se pregunta, por ejemplo, si a partir de ahora no veremos aparecer libros de historia best sellers dedicados a cada hecho criminal o suceso dramático, puesto que Jablonka no recurre a citaciones en pie de página ni al rigor ostentoso de los estudios académicos como siempre se ha estilado.
En su libro dedicado a Laëtitia Perrais, Ivan Jablonka no solo restituye el recorrido vital de una joven de quien solo conocimos la muerte, sino también permite emerger, como una flor que florece en el terreno más oscuro, a otra joven heroína del día a día, su hermana gemela Jessica. Jessica Perrais, presente en el horrendo juicio a Meilhon y nuevamente presente en el juicio iniciado por abusos a su padre de acogida, se reafirma hoy en la vida como mujer libre, tal como lo hizo su Laëtitia incluso momentos antes de su muerte.
Jablonka, Ivan. Laëtitia o el fin de los hombres. Libros del Zorzal, Anagrama, 2017.
Ivan Jablonka es escritor, historiador y profesor universitario en historia contemporánea. Ha publicado Historia de los abuelos que no tuve (Libros del Zorzal), Premio del Senado para libros de historia, el Premio Guizot de la Academia Francesa y el Premio Augustin Thierry; La historia es una literatura contemporánea (Fondo de cultura económica, 2018). Su ensayo Laëtitia o el fin de los hombres le mereció el Premio Médicis, Premio Le Monde y el Pris des Prix.
[…] Y Cristina, la autora, como lo hace Yvan Jablonka al contar la historia de Laëtitia en Laëtitia o el fin de los hombres, convierte esas dos palabras en estandarte para contar ya no la muerte, sino la vida de Liliana. […]