La sangre, el polvo, la nieve, de Karina Pacheco Medrano

La sangre, el polvo, la nieve, de Karina Pacheco Medrano

La sangre, el polvo, la nieve es quizás la primera novela sobre el Cusco de inicios del siglo XX que desvela con tanta claridad los mecanismos internos del rol que jugó esta ciudad provincial en el destino político del Perú.

En la tercera novela de Karina Pacheco hay una puesta en perspectiva, y la también la materialización, de una ambición totalizadora, propia de la novela clásica, dejada algo de lado en la literatura de las últimas décadas, pero no por ello menos interesante.

La sangre, el polvo, la nieve

La historia juega un papel de gran importancia y aparece aquí en sus dos dimensiones, distintas y complementarias: tenemos a la Historia, como relato oficial de los hechos marcantes de una ciudad, vehiculado por la autoridad y validado por la sociedad; y la otra historia, mucho más íntima, y que describe el derrotero de héroes silenciosos, constructores del destino político y social de un pueblo. El acceso a una lectura global, a la «verdad» a la que aspira la literatura, se consigue solamente a través de la mise en abîme: la «historia» del plano ficcional, la novela misma, la balzaciana «historia privada de los pueblos», que es el plano de encuentro de esas dos lecturas antagónicas, dos fuerzas opuestas.

La sangre, el polvo, la nieve arranca con un narrador masculino que cuenta los hechos desde un presente literario situado más o menos en la época actual y remonta, a través de su propia memoria y de la de su madre, primero hasta un hecho de sangre: la extraña muerte de cuatro jóvenes en Sacsayhuamán durante una nevada de agosto del cuarenta y cinco; y luego, tres generaciones atrás, hasta el origen mismo de la familia Loayza y su patriarca Giraldo, adinerado comerciante e hijo de hacendados, establecido en la ciudad del Cusco, en una casona de la plaza de Armas.

El narrador se sitúa voluntariamente en un segundo plano e introduce a un personaje femenino, su madre, Giralda, protagonista central de esta novela, que desde su propio nacimiento prefigura el cambio. Así, con Giralda llega al Cusco el siglo XX, y con ella también se romperán los esquemas sociales, políticos, culturales de la clase alta cusqueña.

Es inevitable encontrar en La sangre, el polvo, la nieve una dura crítica a una sociedad patriarcal y machista, donde la mujer se debate entre el rol de garante de la descendencia y el de moneda de cambio. Una crítica a un sistema de clases sociales sustentado en criterios raciales, y a una organización política represiva y antidemocrática.

El nuevo rol de la mujer, que va definiéndose progresivamente en el plano narrativo de esta novela, con la exclusión de Giralda del círculo familiar por su matrimonio con un personaje de distinto medio social, y con la reconstrucción que ésta hace de su vida, al margen de su círculo social y abrazando una ideología de izquierda, también encuentra eco en la propia estrategia de escritura, y lo hace a través del cambio de punto de vista. Así, el narrador masculino cede el paso a un narrador omnisciente, cuya mirada está centrada en la de Giralda.

Sin embargo, esta no es solo una novela feminista. Es también una novela acerca de la dificultad de afirmar la diferencia en un entorno delimitado y fijo. Es una historia que reivindica el lugar del marginado, del ser distinto, cuya capacidad de desvelar las fisuras que debilitan sistemas políticos y sociales sólidos en apariencia resulta insoportable.

Es una novela crítica al temor por el cambio. En un lugar estático, cualquier afirmación del yo equivale a una revolución y un grupo de jóvenes ávidos de cultura, dedicados al arte y liberados de pertenencias geográficas o sociales es inmediatamente percibido como peligroso. Estamos, pues, lejos de la atmósfera maleable, cambiante de una metrópoli, y más bien en el epicentro de la inmovilidad.

La dimensión simbólica de esta novela, presente ya en No olvides nuestros nombres, la segunda novela de Karina Pacheco, abre aún más posibilidades de lectura.

De un punto de vista global, el Cusco aparece como centro y ciudad de origen: primero en el topos literario de ciudad de origen del imperio Inca, y luego, como lugar de nacimiento del movimiento indigenista y núcleo comunista del Perú de inicios del siglo XX.

La familia, la herencia, el deber, están a su vez simbolizados por una casa. Y esta casa es el escenario donde se ejecutan los actos visibles e invisibles. La casona de la Plaza de Armas es una metáfora de la difícil relación entre lo público y lo privado. El primer patio y sus salones acogen a la alta sociedad cusqueña y sus múltiples rituales y el tercer patio de esta propiedad colonial, reúne las estancias de sirvientes y viajeros, las bambalinas de todo ese teatro de la vida social de un pueblo. De modo paralelo, la trastienda del comercio de abarrotes regido por Ramón, el verdugo de la protagonista, es el escenario del abuso vil y recurrente, silenciosamente aceptado por la gente, hacia el sexo femenino. Y finalmente, como en la conciencia de todo individuo, hay también cuartos secretos que todos prefieren olvidar, y que esconden la miseria de su propia humanidad.

A nivel individual, el personaje de Giralda tiene también un fuerte valor simbólico. En un mundo hecho por y para el varón, el siglo nuevo se abre siguiendo el destino de una mujer rebelde.

Desde el punto de vista de la Historia, esta novela, que recubre cuatro generaciones de habitantes del Cusco, funciona como una tentativa de restablecer una verdad escondida; aquella que avergüenza. Así, la ciudad del Cusco, como aquella «buena familia» cuyos secretos deshonrosos han sido guardados demasiado tiempo, impidiendo a los vástagos reapropiarse de su origen, reivindicar su singularidad y construir su destino, confronta finalmente la verdad.

A través de este retrato social, la autora consigue dibujar la difícil transición entre los rezagos del sistema colonial y la construcción de un país moderno, que proporcione a cada ciudadano un espacio y una voz legítimos. La ficción es entonces una instancia de reivindicación frente a una realidad inexacta, y por lo tanto injusta. La ambición de esta novela es grande y en ello reside su interés.

Pacheco Medrano, Karina. La sangre, el polvo, la nieve. Lima, Editorial San Marcos, 2010.


Karina Pacheco Medrano (Cusco, Perú) es escritora, editora y doctora en antropología. Es autora de cinco novelas, tres libros de relatos y numerosos libros y artículos especializados en temas de cultura, desarrollo, racismo y discriminación. Ha merecido el Premio Regional de Novela del Instituto Nacional de Cultura de Cusco por No olvides nuestros nombres, el Premio Nacional de Novela Federico Villarreal 2010 por Cabeza y orquídeas. Dirige la editorial Ceques. Vive en el Cusco.

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