La vida violeta, de Grecia Cáceres

La vida violeta, de Grecia Cáceres

A contraluz : 7 razones ocultas para apreciar La vida violeta

Mujer sin más

«Si la literatura no es para el lector un repertorio de mujeres fatales, y criaturas de perdición, no merece que le hagan caso». Grecia Cáceres demuestra en esta novela todo lo contrario de lo que Julien Gracq afirmaba en su ensayo En lisant en écrivant (Leyendo y escribiendo) al publicar La vida violeta, cuyo personaje epónimo es una secretaria en la Lima de los sesenta. Es desde una posición subalterna («se sentía libre de observar, nadie le prestaba atención de todos modos.» p. 29), fuera de juego en la carrera amorosa («estoy fuera de carrera, soy libre, por fin, la edad me ha hecho libre.» p. 47), como Violeta llega a convertirse en detective de las pasiones humanas ajenas. Desde la ventana de su oficina, presencia el romance del ingeniero, para quien trabaja, con la hija mayor, Tatiana, de una familia de chilenos que acaban de inaugurar un salon de té frente a la oficina. Una narración en cámara lenta, en tercera persona, escruta los detalles que hacen y deshacen las vidas, la de Tatiana, que hace de revelador a la de Violeta, como a la de la hija de Violeta. Tal como en el juego del go, las estrategias de cada uno, dentro de un marco que sería aquí el juego social, van aclarándose paulatinamente, ajustándose las unas a las otras.  la-vida-violeta

Clavija

Violeta se pasa el tiempo observando el mar desde su departamento de Magdalena del Mar, el salon de té desde la oficina hecha «una celda en la que solo una ventana daba al mundo exterior» (p. 102), la avenida Washington desde la mesa habitual con vista panorámica. El dispositivo tiene algo de fenêtre sur cour : el espectador/ lector se pregunta dónde esta el espectáculo: del lado de la espectadora o de lo mirado. El título mismo La vida violeta sugiere estos dos niveles. Hay, de hecho, una alternancia en los planos y el personaje de Violeta funciona como una clavija. La gran libertad de Violeta en ambos niveles reside en su posición subalterna y en su edad, lo que permite al personaje actuar como un detective de las pasiones humaines.

La vie en rose

Lo rosa está presente en diversos niveles. En los gestos recurrentes y precisos de  la protagonista: la aplicación de polvos o de esmalte rosa, su pañuelo rosa, el rosa fucsia en los labios. En el dominio corporal al que se consagra: haciendo lo posible para que su cuerpo no transpire, para que sus pies hinchados entren en los tacones. ¿Simple frivolidad de secretaria? («La secretaria era afable, redonda y de un blanco pastel; la hija, huesuda, morena y con cara de aburrida» p. 13).

Lo rosa aparece en el título mismo, de fotonovela, pero cuyo sentido ha sido desplazado pues el personaje de Violeta ya no busca seducir, está resignada, eso no es para ella y, de hecho, los piropos de su jefe la incomodan más que otra cosa. Por esa condición subalterna que confina a la invisibilidad La vida violeta es un lejano eco a la vie en rose a la peruana, o quizás más bien un guiño irónico a esta vie en rose para decir que la vida no es una fotonovela.

El rosa es, finalmente, la única tonalidad que rompe con el cielo de Lima y su ambiente general poco coloreado. Y de un modo más profundo señala una manera de no aceptar su fracaso frente a la fatalidad, a lo imposible.

La ambigüedad del estatus de Violeta

Una ambigüedad también de orden narrativo. Las afirmaciones de Violeta convergen con el pensamiento del lector y sus preocupaciones, se intuye son también las de la novelista, como si ésta construyera la novela a través de la voz de Violeta a la manera de un work in progress.

La autora analiza los mecanismos del amor en una sociedad bloqueada, como lo era la sociedad peruana de los años 60, donde la gente de piel morena no tiene futuro y las mujeres sin marido tampoco. El verdadero tema de Violeta está allí: cuando nos preguntamos qué es lo que empuja a la joven Tatiana para interesarse en el ingeniero y a él en ella. ¿Su posición económica, su piel blanca, su inocencia? Y ¿qué lleva a la hija de Violeta a elegir ser la querida, la amante del hermano de Tatiana, y no su mujer, si no es su color moreno y su situación de hija natural sin fortuna alguna?

El análisis frío de los motivos amorosos y de las decisiones que estos suponen explica el hecho de que las escenas de seducción y la escena de amor sean elípticas: así, no se sabe cómo el ingeniero seduce a Tatiana. La estrategia que se elige es la del tratamiento poético de la sexualidad, de la atmósfera, gracias a la elipse y a las imágenes:

«La arena  estaba húmeda y se hundían mis zapatos, casi me caí. Las luces de los carros que pasaban por la pista nos alumbraban…….esta noche me perdí, me perdí y sé que es para siempre…Mi cuerpo me parce otro, superior a mí, en una especie de paraíso mientras yo, abajo, me quedo mirándolo, sin saber qué hacer para alcanzarlo

Estamos, pues, en las antípodas de la novela rosa a pesar de que esta referencia nos aparezca de manera constante. De hecho, esta novela parece más bien impregnar a sus personajes del violeta de la soledad y la melancolía.

La problematización de la condición subalterna se extiende a una reflexión más global acerca del país:

«El país y cada uno de sus habitantes mamá, cada uno de nosotros estamos condenados a la nada, nada, nada, nada.» p. 95

Libertades

Los caminos de las jóvenes Tatiana y la hija de Violeta se entrecruzan. Una decide abandonar sus estudios de teatro para casarse con el ingeniero a pesar de que éste tiene ya tres hijos ilegítimos, la otra decide dedicarse a sus estudios para ser abogada y quedarse a vivir con su madre, libre. 

No hay juicios de valor, ambas mujeres afrontan su destino a sabiendas de lo que conlleva.

La vida violeta se tiñe así, en la hija de la protagonista, del color violeta feminista que la inglesa Emmeline Pethick, define como el símbolo de «la sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el derecho al voto», el símbolo de su «conciencia de la libertad y la dignidad».

Animal masculinus

La difícil soltería de Violeta en una sociedad patriarcal cede a la liberación femenina en la generación que la sucede. Su hija y Tatiana pueden elegir sus propios destinos. Allí juega un rol importante la madre, la reconciliación con la madre. Así, la hija de Violeta pasa de ser una adolescente timorata, deprimida, a una joven activa. 

En La vida violeta, el lector encuentra el bello retrato de la madre, un retrato actual, además, como corresponde a las tantas familias monoparentales de este tiempo. Con la mujer todo se resume a la sangre, a la carne que palpita, a los jugos, a la leche que fluye y que ata. Así el mundo femenino se dibuja de un modo más interesante. 

El mundo masculino aparece como un bloque monolítico. «Su memoria había abandonado el incidente, cerrado el caso. La noche era oscura y el tipo también de seguro, se decía mirando a su hija. Un cuerpo de hombre es poca cosa, todo pasa tan rápido, un roce, un cruce…» p. 24. Algo que linda con el misterio, con el desconocimiento y la incomunicabilidad, «sin embargo, se las arreglan para tener hijos» p. 30. Un molde que se aplica desde el barrendero hasta el presidente, todos son unos malparidos p. 94., p. 104.

Escritura

La escritura es sobria, cinematográfica, poco detallada. Pone en relieve las oposiciones entre sierra y costa, dando cuenta de la migración urbana, del éxodo. 

La narración se despliega como una cámara lenta y el color rosa resalta las tonalidades sepia. Un guiño a esa vida violeta de los novelistas, observadores atrincherados detrás de sus teclados.


Grecia Cáceres, novelista y poeta, es autora de dos libros de poesía y cuatro novelas. Vive en París.

Acerca de Marie Jammot

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