El silencio de la estrella de Christiane Félip Vidal
Temporalidades y memorias disruptivas de la combatiente subversiva en El silencio de la estrella de Christiane Félip Vidal
En este ensayo abordo la novela El silencio de la estrella de Christiane Félip Vidal, publicada por Animal de Invierno en el 2015. La novela reconstruye la experiencia de vida de Marilyn, quien, al llegar a la adolescencia, decide sumarse a la militancia de un grupo subversivo. A través de este personaje y su historia de múltiples violencias, narradas desde la perspectiva y la voz de su hermana Brigitte, El silencio de la estrella nos propone otra visión de la combatiente subversiva y la amplía en su relación con la figura materna, las violencias y los silencios que heredamos.

La primera vez que tuve acceso a este texto fue alrededor de 2007, mientras trabajaba como editora en PEISA. Recuerdo que el texto me conmovió sobre manera, aunque por esos años, yo entendía la vida de otra manera y consideraba, sobre todo, que las combatientes subversivas se habían sumado a estos grupos insurgentes “por frustración, resentimiento, locura, fanatización, alienación, rencor, odio y furia” (81), como señala Anouk Guiné en su artículo “Encrucijada de guerra en mujeres peruanas Augusta La Torre y el Movimiento Femenino Popular,” cuando anota lo que estas mismas mujeres suponen para la memoria histórica peruana. En mi relectura del texto durante el 2024, sin embargo, El silencio de la estrella se sumó a textos como La sangre de la aurora (2013) de Claudia Salazar, Los Rendidos. Sobre el don de perdonar (2015) de José Carlos Agüero y más recientemente El año del viento (2021) de Karina Pacheco y Danza entre cenizas (2022) de Fabiola Pinel, en tanto todos estos libros nos ofrecen una perspectiva más compleja y realista de la y el militante subversivo, en la que se dejan difuminar aspectos propios de su afectividad y su historia de vida. Así, El silencio de la estrella, a través del vínculo entre las hermanas Marilyn y Brigitte, recuerdos, fotos, pero también miradas y silencios, nos acerca a una perspectiva otra de la combatiente subversiva, una que transgrede “el estereotipo del senderista como sujeto necesariamente poseído por una maldad irracional e incomprensible” según sugiere Merino Obregón en su texto sobre Los Rendidos de José Carlos Agüero (140).
El manejo del tiempo es, sin duda, una de las claves para atravesar esta novela. Si bien la misma está narrada en el presente, la narradora, Brigitte, viaja constantemente al pasado para contarnos su historia y la de su hermana, en un tiempo sin tiempo, en el que la emoción nos guía durante la lectura. Dice la primera línea de El silencio de la estrella: “la foto no tiene fecha. No sé dónde ni cuándo fue tomada” (15). A pesar de que Brigitte no tiene memoria del contexto de la fotografía y no puede, como su voz enuncia, “situar la foto en el pasado y en mis propios recuerdos” (15), sí puede reconocer “aquel dolor que, con el tiempo, su hermana Marilyn iría disfrazando de rebeldía” (15). Es en este tiempo sin tiempo, donde la narradora va develando a Marilyn, quien, al decir de su hermana, “se quedaría por siempre en el resplandor doloroso de sus veinte años, ambos fuera del tiempo, de mi tiempo, ambos como una presencia viva que la ausencia enmudeció (21) en tanto es, a esta edad, cuando Marilyn es asesinada”.
Pero ¿quién fue Marilyn? Desde mi lectura y entendimiento de este texto, de esta historia, sólo se me ocurre descifrarla desde lo abyecto. Distinta e incomprendida, la existencia de Marilyn no tuvo, desde siempre, lugar en el mundo en el que nació. Desde pequeña, “Marilyn confunde las letras y no puede ni siquiera copiar i-gua-li–to lo que está escrito en la pizarra” (22), anda, pues, “mal de la entendedera” (23), y “siempre se muerde el labio cuando escribe o lee o cuando suma y resta, porque esto es lo que más le cuesta” (23). Si lo abyecto representa lo inferior o lo incivilizado, Marilyn, desde su infancia, comienza a delinearse como tal por su incapacidad para leer y escribir adecuadamente.
Este esbozo de abyección nos cuenta la novela entre tiempos rotos y desfigurados; se acentúa e intensifica cuando Marilyn desaparece una tarde en busca de Frida, una gatita que encuentra en la calle y, a su parecer, “es la cosa más linda que jamás haya tenido” (29). A su retorno, Brigitte encuentra a su hermana distinta, Marilyn, pues ha comenzado a construir muros a su alrededor bajo un hechizo en el que la voz de Brigitte no la alcanza:
Sentada en la cama, yo la miraba deseando que volteara, que se fijara en mí e incapaz de soportar más tiempo su silencio, la había llamado. Recuerdo mi voz llamándola para sacarla del hechizo de los techos polvorientos, del cielo plomizo oscureciendo en cámara lenta, mi voz llamándola para romper el muro que construía a su alrededor (43).
Marilyn ha entrado en un estado de mutismo en el que su lenguaje, si alguno, es ininteligible para su hermana: “me miró sin decir nada y me dio pena ver cómo me miraba, como queriendo decir algo, pero yo no entendí” (45). Es, creo yo, este, en todo caso, un lenguaje de dolor indescifrable para Brigitte, quien termina por responder a su hermana con el mismo silencio en su incomprensión de lo que le sucede a esta. Los silencios, estos silencios, terminan por tornarse en desprecio, como anota la novela mientras la narradora lo va descubriendo en su repaso de viejas fotografías, “y ahora, al vernos juntas en la foto, recuerdo hasta qué punto, a esa edad, andábamos ya separadas, distanciadas por su desprecio hacia nosotras (51),” refiriéndose con esto al desprecio de Marilyn hacia la narradora, su hermana Brigitte y su madre.
“¿A dónde navegaría durante aquellas largas horas de silencio, tan impermeable a nuestros intentos de acercarnos a ella? ¿Qué sombras trataría de borrar de su memoria?” (65), se pregunta Brigitte tras esos intentos fallidos de acercamiento, tanto de su parte como de la madre, a Marilyn. De esta manera, esta perturba el sistema y el orden de la casa, pues, si bien ya lo hacía desde su infancia con los problemas de dislexia, dicha perturbación se acentúa con el abuso sexual que ha experimentado Marilyn y del cual, los lectores, junto con la narradora, tenemos conocimiento en el capítulo 7 de la novela. Brigitte, pues, se entera de la experiencia de abuso sexual de su hermana de nueve años, sin entender muy bien qué implica, en una conversación con su vecina Manuela. Dice Brigitte: “Luego de la conversación con Manuela, cargué a solas y durante años con un secreto que nadie en la familia se atrevía a compartir y con el que intentamos volver a vivir como si nada hubiese ocurrido” (75). Ese “como si nada hubiese ocurrido” es quizá otra de las claves para atravesar esta novela en la medida en que no se le da la atención debida a la dolorosa experiencia por la que ha pasado Marilyn; esta experiencia traumática pasó a llamarse, como expresa la narradora, “la enfermedad de Marilyn” (74). El hecho de no darle el tratamiento debido a dicha experiencia hace de Marilyn un sujeto aún más abyecto, en la medida en que sus actitudes se vuelven desapercibidas respecto de este mismo hecho. Después de todo, violar es una palabra tabú que sólo se murmura en determinados circuitos sociales y, sobre todo, un término que genera miedo y silencio.
¿Cómo nos afecta el silencio y la desatención hacia las cosas que nos marcan? Pareciera preguntarse El silencio de la estrella. En el caso de Marilyn, lo que vemos, es que estos terminan por simbolizar a la misma como algo que perturba el orden de la casa puesto que en los años posteriores a la experiencia de abuso, la novela narra la relación conflictiva entre Marilyn y su madre, tanto como el deterioro del vínculo con su hermana Briggitte, narradora del texto. En respuesta a esto, la novela nos muestra que Marilyn comienza a ser excluida de los almuerzos, reuniones y actividades familiares debido a su comportamiento, que, como he mencionado, perturba el orden familiar. Sin saberlo, quizá, Marilyn comienza a ser expulsada de su entorno.
En Poderes de la perversión, Julia Kristeva señala que el abyecto es “aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden,” como vemos, sucede con Marilyn. Su abyección, sin embargo, cobra otras dimensiones cuando, finalmente, abandona la casa familiar, aunque para entonces ella ya se había vuelto, como dice la voz de la narradora, “mordaz, sarcástica y hasta despreciativa” (68). Estas descripciones de la hermana y narradora Brigitte nos muestran cómo la percepción de Marilyn ha ido cambiando a lo largo de la narración. Así, el primer encuentro entre Brigitte y Marilyn, después de que esta dejó la casa, es en el campus universitario donde estudia Brigitte. En este encuentro, la narradora intuye algo distinto en su hermana, que después confirma como su adhesión a un grupo subversivo cuando el rostro de Marilyn aparece en la televisión nacional, en una arenga, con el puño en alto. Marilyn, pues, se ha sumado a la lucha armada, la de los más radicales y ha optado por la violencia, como expresa el entonces compañero romántico de Brigitte, a lo que esta responde, “me resulta difícil creer que la haya seducido la idea de la violencia… alguien tan vulnerable como ella” (111), sin caer en cuenta que quizá esa misma vulnerabilidad lastimada y desatendida es uno de los motivos por los cuales esta ha optado por la violencia como lo describe ella. Finalmente, como se pregunta la querida y recordada Julia Wong en un artículo sobre la novela, publicado en Las Críticas, “¿Qué pasa con la violencia hacia la juventud temprana, hacia la pubertad y hacia la adolescencia?” “Cuántas cosas imprevistas pueden estos desencadenar en la adultez, incluso provocar un quiebre tan terrible como militar en las filas de un grupo terrorista o construir una resistencia silenciosa, tosca y malsana,” dice Julia, en comunión con la experiencia de vida de Marilyn.
En estos momentos conviene recordar que entre 1980 y el año 2000, el Partido Comunista Peruano-Sendero Luminoso (PCP-SL) y el Estado peruano mantuvieron un conflicto armado interno cuya extrema violencia dejó aproximadamente 70 000 víctimas en el país. Sendero Luminoso planteaba rectificar a las poblaciones históricamente explotadas y subyugadas, así como materializar el cumplimiento de las promesas de integración y de unidad nacional del proyecto modernizador. En realidad, muchos y muchas miembros de estas poblaciones hallaron en su adherencia a Sendero Luminoso y en su participación en las acciones organizadas por el partido un espacio de visibilidad que les abría el acceso a lo político, una esfera que se les había negado históricamente. Este era el caso particular de las mujeres, en tanto Sendero Luminoso tenía o pretendía tener un proyecto emancipatorio femenino que tuvo especial resonancia en las jóvenes que se sumaron al partido, tal y como da cuenta Rocío Silva Santisteban en su trabajo titulado «Mujeres, memoria y violencia: testimonios ante la CVR de dos participantes del conflicto armado peruano«, incluido en el libro Dando cuenta. Estudios sobre el testimonio de la violencia política en el Perú (1980-2000), editado por Francesca Denegri y Alex Hibbett en 2016. En este ensayo, Silva Santisteban analiza las historias de vida y los testimonios de Lucero Cumpa, una de las líderes del MRTA, y de Judith Galván, militante y combatiente del PCP-SL. En su análisis, Silva Santisteban nos cuenta que Cumpa consideraba que “ella, tanto en la mesa de negociaciones como en el campo de acción, podía proceder al igual que un varón, e incluso mejor” (Silva Santisteban 189). De esta manera, el testimonio de Cumpa nos propone una versión distinta de las mujeres que participaron en el conflicto armado interno, una en la que se muestra “la capacidad de una mujer de entrar en competencia con los varones” (Silva Santisteban 194).
La participación de mujeres dentro del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso ha sido estimada en un 40%, según señala Maruja Barrig en su artículo “Liderazgo femenino y violencia en el Perú de los 90” (1993). Señala, además, Anouk Guiné al respecto: “Muchas mujeres, principalmente campesinas y obreras, indígenas, negras, mestizas y pobres, pero también estudiantes y profesoras, oprimidas tanto por el patriarcado como por el capitalismo, se juntaron a la labor de resistencia y lucha por sus derechos ciudadanos elementales y contra la violencia del Estado, optando por la Guerra Popular” (76). Recordándonos, con ello, que la participación de estas mujeres en el conflicto armado interno respondía a una agenda política que, si bien mal llevaba, a su vez se veía respaldada por, entre otros elementos, un deseo de emancipación.
A estas motivaciones para aunarse a las huestes de distintos grupos subversivos, El silencio de la estrella añade la del trauma desatendido y la exclusión de la otredad y que se ha hecho, primero ante los ojos de la familia biológica y luego ante los ojos de la familia nacional una existencia abyecta “que no respeta los límites, los lugares, las reglas” (14) para decirlo con Julia Kristeva y que por lo mismo hace que un sujeto sea “arrojado, excluido, se separa, porque no reconoce las reglas del juego” (16). Marilyn es, pues, como señala Wong, “una ciudadana disléxica, sin identidad segura, sin la moral católica de ser genuinamente hija del amor o de la mentira … el futuro chivo expiatorio dispuesto al sacrificio total de grupos desencontrados socialmente.”
La abyección, continúa Kristeva, “es inmoral, tenebrosa … turbia: un terror que disimula, un odio que sonríe” (11), como justamente Brigitte termina por percibir a su hermana. Dice la narradora, ya hacia el final de la novela: “Me duele reconocer que el destino de Marilyn… ella se lo buscó… lo quiso, lo fue construyendo, quizá porque vio en su elección la expresión de su libertad” (76).” Ese destino es la muerte, anunciada, en primera plana, en los periódicos que reza “cayó comando subversivo en balacera,” (131) frase ante la cual Brigitte acude al reconocimiento del cadáver de su hermana, escoltada por dos soldados.
Marilyn no se unió a un grupo subversivo, creo yo, “por frustración, resentimiento, locura, fanatización, alienación, rencor, odio y furia” (81), como explica Anouk Guiné, se han entendido las motivaciones de las mujeres que formaron parte de los grupos insurgentes durante el conflicto armado interno. Tampoco quiso destruir al país ni fue un monstruo; recordemos que alguna vez rescató a una gatita perdida y, en el camino, la violaron.
En las reflexiones que plantea Brigitte tras reconocer el cadáver de su hermana, ella se pregunta si la ayuda psicológica que recibió Marilyn no fue la adecuada o si no duró el tiempo necesario para permitirle superar el trauma. Aquí entonces, para mí, hallamos la tercera clave para atravesar esta hermosa novela y radica en que como individuos y como sociedad intentamos, siempre, superar aquellas experiencias dolorosas como lo es la del abuso sexual en el caso de Marilyn, pero también la del conflicto armado interno que, creo, estaríamos de acuerdo, en denominar como trauma nacional, colectivo, una herida de y a la peruanidad, en lugar de aprender a con-vivir con dichos traumas, emprendiendo diálogos y conversaciones incómodas en donde posturas, subjetividades otras, rotas y abyectas se sienten a conversar, a entenderse y acompañarse en su diferencia. Quizá, nos susurra El silencio de la estrella: no se trata de sanar, reparar o reconciliar, sino de aprender a vivir con la herida, la herida abierta, y de elegir distinto. De ese “tratar de entender constante” que nos dejó Julia Wong en su hermosa lectura sobre esta urgente novela.
Bibliografía
Barrig, Maruja. “Liderazgo femenino y violencia en el Perú de los 90.” Debates En Sociología, (18), 89–112.
Félip Vidal, Christiane. El silencio de la estrella. Lima: Animal de Invierno, 2015.
Guiné, Anouk. “Encrucijada de guerra en mujeres peruanas Augusta La Torre y el Movimiento Femenino Popular.” Género y conflicto armado en el Perú. La Havre: La plaza editores & Groupe de Recherche Identités et Cultures – Gric (19-32).
Kristeva, Julia. Poderes de la perversión: Ensayo sobre Louis Ferdinand Céline. Madrid: Siglo XXI de España Editores, 2004.
Merino Obregón, Rubén. “Expresiones de lo íntimo y condiciones de lo público. Una lectura de Los rendidos.” Los Rendidos sobre el don de perdonar. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2015.
Wong, Julia. “El silencio de la estrella, de Christiane Félip.” Las Críticas. Crítica literaria hecha por mujeres, 2017.
Silva Santisteban, Rocío. “Mujeres, memoria y violencia: testimonios ante la CVR de dos participantes del conflicto armado peruano.” En Dando cuenta. Estudios sobre el testimonio de la violencia política en el Perú (1980-2000). Lima: Fondo Editorial de la PUCP, 2016.
Christiane Félip-Vidal escritora francoperuana, ha publicado los relatos Descuentos (2004), el bestiario refranero Soltando gallos(2008) y la novela El canto de los ahogados (2012). Publicó en colaboración con Cucha del Águila la antología de minificciones Basta, 100 mujeres contra la violencia de género (2012), su novela El silencio de la estrella (2017) ha sido traducida al francés. Vive en Lima.