Druida, de Marosa di Giorgio

Druida, de Marosa di Giorgio

Definir la poética de Marosa di Giorgio es intentar esconder un pueblo entero dentro de una habitación pequeña. La poeta va desde lo agrario, criptozoológico y fantástico hasta el erotismo más salvaje, donde no hay distinción entre individuos por pertenecer a especies distintas. En sus poemas, seres de diversos colores y texturas copulan; se alimentan y destruyen el uno al otro para devenir una multiplicidad de voces y sensaciones capaces de convertirse en lo más insólito. Sin embargo, se pueden señalar recursos poéticos y elementos  recurrentes que atraviesan su obra, entre ellos está el tema de la familia; sobre todo la fijación por la madre, la naturaleza y los animales. Dentro de estos recursos literarios, encontramos también el misticismo a modo de base donde se edifican dichos textos.

Marosa di Giorgio nació en El Salto, Uruguay, e hizo la parte más importante de su vida, esa parte que posteriormente estaría constantemente atravesando su obra (niñez y adolescencia), en la granja familiar, por ello no es motivo de sorpresa el vínculo inherente que posee la autora con la flora y la fauna, específicamente esta fauna de granja en la que los animales más insignificantes al ojo humano devienen ángeles elevándose en un ritual celestial y etéreo alrededor de la espectadora que, dicho por ella misma en una entrevista referida por Esteban Moore: “yo, era un testigo, las cosas pasaban, yo las miraba en profundidad. Con atención extrema y dolorosa (…) las cosas siguen saliendo, vuelven, se van, vuelven, ¿por qué los voy a desechar?” De la contemplación de los sucesos cotidianos se desprendían como esporas los poemas que ensamblan la obra que nos ha dejado, no se limita con esto a una simple observación, por el contrario, nombra otra vez las cosas, les da connotaciones circunstanciales, un ave no solo es un ave sino todo un universo, un individuo que constantemente se va transformando conforme la situación y con él, transforma a su vez su mundo circundante.

Antes de señalar dichos elementos místicos, es necesario anotar qué se entiende como misticismo, dónde se pueden encontrar según la definición que será suscrita en este texto, los ya mencionados elementos. Para ello, se tomará como punto de partida que según el diccionario filosófico marxista de M. Rosental y P. Iudin el misticismo sería lo siguiente:

Concepción religiosa e idealista del mundo. El origen del misticismo se halla vinculado a los ritos secretos (misterios) de las sociedades religiosas del Oriente y Occidente antiguos. El principal objetivo de dichos ritos es el de la comunicación del hombre con Dios o con algún otro ser misterioso, la creencia en lo sobrenatural. Se pretende llegar a la comunicación con Dios por medio de la visión, del éxtasis y de la revelación.1

Es decir, se puede asociar al misticismo como el acercamiento más que a Dios a una divinidad, a la sustancia de dicha divinidad. Más allá de doctrinas y religiones a la que se somete el individuo, sería más bien un estado de consciencia que se consigue a través de la contemplación micro y macroscósmica de la naturaleza, se agregaría también lo siguiente:

El místico es el hombre que mira hacia el interior, aquel cuya cárcel da al infinito. Su cuerpo esta inmóvil, su voz callada, sus ojos cerrados. Aparentemente, está retirado del mundo. Pero preguntadle si le apetece contestaros, os dirá que los retirados sois vosotros, que tenéis los ojos para no ver y los oídos para no oír, que el mundo de las apariencias extravía y os ciega y que para alcanzar las únicas realidades que existen, es preciso que os liberéis.2

Precisamente en Druida, tercer poemario de Los papeles salvajes, libro donde se reúne gran parte de la obra de Di Giorgio, se observan varios de estos signos donde se pueden distinguir no solo el misticismo sino también el ocultismo y una especie de secta que la autora implanta o concibe a través de la contemplación y el punto de fuga de la comodidad de su hogar al caos de los huertos y de los animales de granja, imperceptible por así decirlo a la mirada fatua o desapercibida. No solo en Druida se observan estas cualidades de encierro al infinito como afirma Aimé Michel, sino en todos los textos compilados en Los papeles salvajes. Se puede percibir que la voz poética/narradora se encuentra encerrada entre todos esos elementos que la rodean; la casa, los vecinos, la madre, el padre, los mensajeros y los animales, que irrumpen en la atmósfera di Giorgiana para engranarse en una orquesta absurda o un banquete apasionado y salvaje, pero ese encierro suscita una creación de universos en cada metro cuadrado donde ella circunda, como si viajara sin viajar dentro de los cuerpos de su entorno hasta humanizarlos, animizarlos, hacer que se muevan con ella, la vigilen y finalmente la afecten hasta el punto de inflexión donde entra en un estado desesperado de catarsis:

Yo conocí bien aquel tronco, aquella madera caída detrás de la casa. Una ardilla la había visitado durante todo el invierno; yo recordaba su cola espesa y dorada –todo ella era una enorme flor espesa y dorada– (…) Aún esperé que aconteciese algo inaudito, que el sol se parara; pero, no, dentro de un minuto, ya, cuatro o cinco planetas iban a prenderse del cielo (…) Me acerqué a mi padre y a mi madre; tuve intenciones de rezar y llorar; pero, ellos levantaban las manos airadas al cielo, levantaban los puños airados, decían oraciones feroces.3

Ninguno de estos sucesos resulta banal para la espectadora y narradora omnisciente. El simple recorrido de una ardilla detrás de su casa puede hacer descender toda una galaxia decidida a implantarse en los jardines de la granja. Se observa también el miedo al describirlos, pero no hasta llegar al caos o la huida; se podría hablar de un miedo voyeur como quien observa un incendio hasta el final afectado, pero se queda hasta que la casa no sea más que cenizas.

El misticismo que atraviesa la poética di Giorgiana, está plagado por elementos religiosos, específicamente por elementos católicos, no solo por la figura de Dios, sino por la forma en que plantea las creencias del universo y la cercanía con las figuras de devoción. Los santos y ángeles tomando formas de animales y de utensilios caseros:

Y cayó la noche y se encendió la mesa y se encendió la cena, como un incendio, como una nube, como un ángel. Las botellas parecían ángeles; todas tenían coronas y alas e iban a levantar el vuelo.4

La normalidad con la que afronta el vuelo de los utensilios o animales tomando formas de personas o imágenes celestiales, así como también que ella misma a ratos se convierta en virgen María:

Soy la virgen. Me doy cuenta. En la noche me paro junto a las columnas y a las fuentes. O salgo a la carretera, donde los conductores me miran extasiados o huyen como locos. Soy la virgen. El ángel me hablaba entre jazmines y en varios planos. Me dijo algo rarísimo; no entendí bien.5

Este escuchar los ángeles/animales/parientes que dialogan con ella es otra característica propia del misticismo, en este caso el misticismo di Giorgiano.

El silencio es también un punto de detalle para connotar la ya mencionada característica mística en Druida, del silencio nacen estas voces imaginarias y guardadas dentro de la cabeza de una autora con una imaginación y erotismo que a ratos resulta espeluznante, este tipo de erotismo puede ser remitido o trae el recuerdo de las místicas de América, la poesía hecha por monjas como Sor Juana Inés de la Cruz y la misma Gertrudis de San Ildefonso en Ecuador, la capacidad de darle una figura terrenal a Dios para que las bendiga y las llene inclusive de ese amor carnal que a veces no es consumado, en el caso de las monjas por el celibato y en el de la autora uruguaya por las reprimendas familiares debido a su mirada infantil de las cosas o por estar simplemente perdida en ella y en los feroces acontecimientos agrarios que la dejaban absorta. En La llama doble: Amor y erotismo, el novel mexicano Octavio Paz anota lo siguiente:

Nuestra poesía mística está impregnada de erotismo y nuestra poesía amorosa de religiosidad. En esto nos apartamos de la tradición grecorromana y nos parecemos a los musulmanes y a los hindúes. Se ha intentado varias veces explicar esta enigmática afinidad entre mística y erotismo, pero no se ha logrado, a mi juicio, elucidarla del todo. Añado de paso, una observación que podría quizá ayudar un poco a esclarecer el fenómeno. El acto en que culmina la experiencia erótica, el orgasmo, es indecible. Es una sensación que pasa de la extrema tensión al más completo abandono y de la concentración fija al olvido de sí; reunión de los opuestos, durante un segundo: la afirmación del yo y su disolución, la subida y la caída, el allá y el aquí, el tiempo y el no-tiempo. La experiencia mística es igualmente indecible: instantánea fusión de los opuestos, la tensión y la distención, la afirmación y la negación, el estar fuera de sí y el reunirse con uno mismo en el seno de una naturaleza reconciliada.6

Nuestras místicas religiosas y poetas místicas están fuertemente arraigadas al erotismo, como si fueran una misma significancia. Según lo escrito por Paz, se debe al hecho mismo divino de la carne con la naturaleza celestial de la consumación del acto amatorio. La compenetración con la naturaleza que se observa en Druida, hasta el punto de entregarse a lo tántrico a una sexualidad más onírica pero sin alejarse de lo erótico y el amor macabro, nos remite otra vez a las tendencias ocultistas de la autora, en concordancia con la cita anterior de La llama doble: “Te pareces al doncel que custodia los ríos (…) haz nacer en mi entraña un pequeño cadáver, un niño inmóvil igual a ti”7.

Otra particularidad de los textos de la autora uruguaya serían estas connotaciones sinestésicas, no solo con la idea prima de sentir el sabor de los colores, sino más bien una mezcla de los sentidos donde se besa la sangre amarilla que bien puede ser el mismo sol dentro del cuerpo de una avellana, que la penetra y la deja en estado de gestación hasta que ella da a luz un huevo enorme de donde emergen cientos de conejos de sabores diferentes: “Yo me abalancé a besarle los menudos hombros, el pelo rojo como la miel. Ella: –Vengo del cielo. Me había ido con un ángel.”8

En los personajes que hacen su aparición inesperada en Los papeles salvajes de Marosa di Giorgio, no hay distinción, todos pueden enamorarse de dioses, ángeles animales y seres divinos en general. Más adelante se anota lo siguiente: “Aquí en un costado del jardín, sobre las fresias y los nardos rugen las almas; y es como si cien abejas crepitasen en el aire. Podría acercarme a sentir el delicioso escalofrío; pero, no. Ahora, dejo caer mi manto negro porque no quiero parecer un monstruo; pero, mi vestido fulge demasiado”9.

Sin duda alguna darle una sola significancia a la poética de Marosa di Giorgio es una tarea riesgosa, ella misma en toda su obra a pesar de quedarse siempre en la misma línea con una voz propia fuerte, no pudo nunca definirse. Sin duda alguna esta autora era una mística tomando como referencia otra vez a Aimé Michel, di Giorgio tenía una visión háptica de su entorno, una visión auditiva y táctil de sí misma en relación con los demás que no hicieron más que llenarla de leyendas y acontecimientos feroces con el simple hecho de cruzar la sala despacio. No por simple coincidencia una de sus obras lleva por nombre Rosa Mística que alude no solo a varias de las formas que adopta la virgen María para aparecerse a sus fieles a lo largo y ancho del mundo sino también se puede decir la alusión de su naturaleza misma, sin duda alguna cuando dice Rosa mística, di Giorgio piensa en sí misma y en todas las formas que adopta; la Marosa rosa, Marosa mariposa, Marosa virgen María, Marosa; conejo árbol o ardilla. El misticismo también es el reflejo de sí en lo divino y natural y es de ese reflejo mismo desde donde escribió la autora.

Notas

  1. M. Rosental y P. Iudin, D.iccionario Filosófico Marxista  (Bogotá: Editorial Universales, 1994), p. 96.
  2. Aimé Michel. El misticismo: el hombre interior y lo inefable,  (Barcelona: Plaza y Janes editores,1975), p. 21.
  3. Marosa di Giorgio, “Druida” en Los papeles salvajes (Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2013), p. 61.
  4. Ibid. p. 64.
  5. Marosa di Giorgio, La flor de lis (Buenos Aires: El cuenco de plata, 2004), p. 8.
  6. Octavio Paz, La llama doble: Amor y Erotismo (Barcelona: Seix Barral, 1993), p. 110.
  7. Di Giorgio, “Druida” Op. Cit., p. 65.
  8. Ibid., p. 66.
  9. Ibid., p. 87.

Fotografía: www.casalitterae.cl

Di Giorgio, Marisa. “Druida” en Los papeles salvajes. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2013.


Marosa di Giorgio (1932-2004). Poeta uruguaya, autora de una veintena de libros. En 1982 recibió el Premio Fraternidad, otorgado por la filial uruguaya de B’nai B’rith.

Acerca de Yuliana Ortiz

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