Cruzar el charco

Cruzar el charco

Cruzar el charco

Por Sophie Canal

Para Julia, con amor, porque de manera mucho más honesta que yo viviste y moriste en el intento de cruzar un charco.

Se ha escrito bastante sobre cruzar el charco. Hasta la expresión se ha vuelto concepto. Sobre aquel vaivén terrorífico que pretende reunir mundos irreconciliables. Mientras el vaivén sexual casi siempre termina por el gozo, aunque se relacione igual con la muerte, el vaivén espacial parece que solo tiene que ver con pulsiones tanáticas. Aniquila todo y a todos. La parte A tiene que morir para que exista la parte B. Y al revés, y para siempre. El apátrida de largo aliento lo sabe mejor que nadie. Los países nunca se unen. Siempre habrá que cruzar un charco. Y el intermedio es una suerte de purgatorio o limbo donde se sufre aún más. Me lo repetías, siempre. Que sea desde el asiento de un avión o desde la cabina de un barco de plátano, quien pretende regresar a su país de origen no solo viaja en el espacio sino también en el tiempo y debe asumir el castigo de los dioses por haber violado un tabú o una ley cardinal de la naturaleza. Irse es no volver. En ese bardo aparece el miedo a perder y el miedo a reencontrar. Los vientos se ponen feroces y amenazan la embarcación con caerse a un vacío que no tiene nada de vacío, a un océano lleno de confusiones, monstruos y distorsiones. Pelea de apegos. Uno siempre piensa que nunca volverá en A cuando se va en B y viceversa. Y muere en el intento. Tú moriste mil veces en el intento. 

En el siguiente bardo, las imágenes enloquecen. ¿Nacerá un cuadro al ver entrelazarse dos masas azules y naranjas? Luego de haber gozado como chanchos, los dos amantes tocarán una antigua puerta y entrarán al dominio de los “laissés pour compte” de la Argentina ancestral. Bailarán un tango lento y meloso en las zonas oscuras del alma y del inconsciente del cuadro. No es nada casual que dos amantes peruanos bailen tango luego de haber hecho el amor bajo el pincel de un pintor chino. Lo harán como lo hicieron en la otra cara del mundo del artista. Al final todo es lo mismo. Eso es lo que te mataba y te revivía. Lo mismo en lo diferente o lo diferente en lo mismo. Con pequeñas variaciones de colores incomprensibles que amenazan lo esencial.   

Uno pinta y escribe para decir lo que no se puede decir. Es decir. Enseñar la sombra que amenaza. Vivir del otro lado es provocar la sombra. Llamar a la bestia. Y peor aun cuando lo hace desde un lugar más salvaje. Hay un animal tapado en cada uno de los cuadros del apátrida, que está dispuesto a matar si no le hacemos caso. Hacer visible al animal es un reto. Mirarlo es otro.

Ni una mirada. Paseas por tu tierra y eres invisible en el país de las tinieblas. En la Argentina, en la China, en Portugal te paran y te preguntan si eres peruana. Dices que sí con encanto y sin que te hagan caso. Te contratan para el trabajo más irreal. Servir de modelo a un pintor mongoles buscando imágenes improbables, aunque llores en alemán por dentro. Tienes cita en aquella dirección. Te escogen como icono de una realidad que no es pero que, al final de todo, sí tiene sentido. No eres del todo peruana, pero vives en este país desde hace muchísimo tiempo. El pintor no lo sabe, pero es un poco brujo y sacerdote. Vas a la cita y aunque seas demasiada china y blanca de piel, te prestas al juego. Algo de colores debe haber. Te encantan las coincidencias. Algo sacarás de ahí. Crees más en la pesca milagrosa que en cualquier religión. Algo nacerá de allí. Pero a veces no nace nada. Lo más difícil es desarrollar criterio en el camino de la fe. Creer es un acto de corazón que ciega las partes que hicieron nacer la filosofía de las luces. Y desprecias las extravagancias emocionales a la hora de sacar cuentas. Pasar del lado B al lado A es peligroso para la salud de las cifras. Se debilitan las estatuas griegas.  Da cáncer. Al caerse la naturaleza se expande, empiezan a invadir las malas hierbas y el castillo se inmoviliza por 100 años. Lo que te advirtió tu padre. Pero no lo supiste escuchar.

Fue lo que pasó, al entrelazarse en Chepén dos cuerpos chinos en la tela de un cuadro portugués, paró el tiempo en Berlín. Las tiendas cerraron, los perros ladraron sin control, los fantasmas dejaron de penar. El pasado dejó su lugar. Se volvió presente de golpe y nació una hija mejicana con razón, que no tuvo suficiente tiempo para enseñarte como cruzar el charco sin morirte en el intento.

0 Compartir

Textos que pueden interesarte

Añade un comentario