Corazón en trance, de Margarita Saona
Corazón en trance nace de un blog en el que la autora, Margarita Saona, contó bajo la forma de bitácora, su larga “temporada en el infierno” como calificó las experiencias vividas a raíz de un infarto cardíaco ocurrido en 2015 y de un trasplante de corazón dos años después, lo cual supuso, entre tanto, el reemplazo de una válvula mitral por una válvula porcina, 3 operaciones a corazón abierto 3 días seguidos y un largo calvario de controles y hospitalizaciones que la convirtieron en una inquilina asidua de las Unidades de Cuidados Intensivos.
Con sensibilidad, toques de poesía y hasta de humor, la autora habla de la conciencia de nuestra vulnerabilidad al ver que se pierde el control de un cuerpo que, de manera consciente o no, solemos manejar comiendo, caminando, conversando, escribiendo, etc, en un aparente dominio de lo mental sobre lo físico.
Habla del desconcierto provocado por la pérdida de control sobre un cuerpo que actúa súbitamente por su cuenta y toma las riendas de su vida que es en realidad la nuestra y del pánico que invade al constatar que lo único que tenemos realmente nuestro, este cuerpo, nos está traicionando.
Corazón en trance es el testimonio de esta lucha al borde del abismo que libró la autora: lucha física, con ayuda del equipo de médicos y paramédicos que la atendieron, así como lucha mental para procesar los cambios y sus consecuencias en lo personal y en el entorno familiar.
El libro no se limita a la narración cronológica de los hechos, a un simple resumen de su historia clínica.
Es una escritura confesional sobre las estrategias a las que recurrió para sobreponerse al desánimo, vencer los temores, resistir el dolor, pero que va más allá de lo personal, pues la autora desarrolla también una profunda reflexión sobre el sistema de salud selectivo al que tuvo acceso dada su condición socio económica; sobre la ética en cuanto a las soluciones propuestas: injerto proveniente de un animal o de un cuerpo humano; sobre lo relacional, con el impacto que tiene en los pacientes la mirada que los “sanos” llevan sobre ellos; lo moral, con los sentimientos encontrados de quien sabe que goza de la vida porque otro murió. “Sé que no soy una asesina, soy apenas un ser cuya subsistencia depende de la muerte de otro” había escrito Margarita Saona en su poemario anterior Corazón de hojalata en el que ya aparece el tema de la percepción de la identidad de quien vive con un corazón ajeno dentro del mismo cuerpo.
Esta última reflexión sobre el concepto de “extranjeridad” lleva a afirmar y defender lo propio, lo más personal que tenemos, para resistir la agresión del intruso sin embargo salvador que debe hacer cuerpo con el nuestro pero cuestiona nuestra identidad.
En efecto ¿cómo reconocerse en un cuerpo recompuesto con partes de cuerpos ajenos, con artefactos invasivos hasta tal punto que “has olvidado dónde termina tu cuerpo y dónde comienza la máquina”?
El tema del Yo, de la identidad, es el hilo conductor del libro, como los tubos, alambres, pilas, enchufes, chaleco desfibrilador, catéter, fueron los hilos conductores hacia la vida durante los largos meses previos al trasplante.
Para vencer el choque de su dramática experiencia la autora tenía dos armas a su favor: su resistencia física y mental debida a años de entrenamiento en defensa personal que le habían enseñado a “no concentrarse en lo que se ha perdido, sino, más bien, en lo que todavía se tiene y cómo usarlo” y tenía, sobre todo, la palabra.
Para ella, tal como ocurrió con escritoras que pasaron por experiencias similares – Virginia Woolf, Susan Sontag, Siri Ustvedt o acá en Perú, Julia Wong o Julie de Trazegnies -, la escritura se presentó como un medio de sobrevivencia frente a esta desintegración del yo. “La escritura ha sido catarsis y memoria, sanación y provocación” declara la autora.
Sin embargo, desde los primeros análisis y exámenes, Margarita se vio confrontada al uso de un lenguaje médico desconocido respecto no solo a partes de su cuerpo y a la maquinaria necesaria para suplir sus deficiencias, sino también a la dificultad para encontrar las palabras susceptibles de expresar lo que sentía tanto física como emocionalmente, lo cual puso en evidencia la pobreza de nuestro lenguaje que, como lo escribió Virginia Woolf en Estar enfermo: “obstaculiza la descripción de la enfermedad” y “se marchita de inmediato” cuando de hablar del dolor se trate.
Con humor triste, Margarita Saona reflexiona sobre las “palabrejas” que aprendió a la fuerza y que, de manera burlona, dedica a su compañero en un poema titulado El léxico del amante : Fracción de eyección / válvula mitral / catéter / cánula / toracocentesis / pericardio / máquina de / oxigenación por membrana extracorpórea/…. Supongo / que no eran esas las palabras / que imaginaba que necesitarías / para hablar de mi corazón.
Y, como Susan Sontag en su ensayo La enfermedad como metáfora, su reflexión lingüística la lleva a pensar en la manera cómo el lenguaje cotidiano ha desvirtuado el sentido propio de las palabras con el uso de expresiones idiomáticas, metafóricas, que nos alejan de su sentido propio: “De pronto, no es lo mismo oír a alguien decir “se me rompe el corazón” o “me va a dar un infarto”.
Quien dio muestra de ello, en la primera mitad del siglo XX aunque en el campo muy distinto de los dibujos animados, fue el norteamericano Tex Avery, al ilustrar la expresión al pie de la letra dibujando una letra con un pie, y aplicando este “sistema” al actuar de sus personajes con una mandíbula desprendiéndose de la cara y cayendo al suelo de pura sorpresa o reduciendo a un personaje a su solo tronco porque su historia no tiene ni pies ni cabeza.
Si Tex Avery hubiese dedicado un cartoon al tema del corazón con expresiones como “Se me sube el corazón a la garganta”, “Hacer de tripas corazón” o “Con el corazón en la mano” habría seguramente representado al corazón paseándose a sus anchas por todo el cuerpo del Pato Lucas, de Bugs Bunny, de Porky o del imperturbable Droopy, y habría puesto en evidencia que esas expresiones metafóricas reflejan nuestra incapacidad para decir, que no hay palabras exactas ni para el miedo, ni para las emociones, ni para el alivio y que graduar el dolor entre uno y diez es una falacia.
De ahí, los emoticones, los corazones que usamos en los medios digitales, para dar a conocer nuestros sentimientos para el día de la amistad, del amor, como en la San Valentín, nombre que Margarita le atribuyó a su donante anónimo.
“Habría que inventar términos nuevos” escribe Margarita Saona quien “haciendo de tripas corazón” vio en el lenguaje un desafío, un reto más que la ayudara a retomar las riendas de su vida, más aún en el caso del bilingüismo que es el suyo.
Identidad y lenguaje van a la par. Enfrentada a la inmediatez e impacto del término que se le asestó al informarle del diagnóstico, hearth failure, ella declara que aquellas palabras le produjeron tal sentimiento de enajenación que escribió un poema en inglés.
Luego, como producto de su reflexión cotidiana a lo largo de dos años, al ritmo de caídas y de recuperaciones, períodos de esperanza y de desánimo, escribiría también en inglés su blog que, una vez traducido al castellano, le daría vida a Corazón en trance.
Una manera de enlazar lengua de adopción y lengua materna para que funcionen a la par como funcionan ahora a la par su cuerpo y su nuevo corazón.
El hecho de que Margarita Saona nos regale este libro luego de operaciones, injertos, colapsos y resurrecciones, no es producto de ningún milagro, de ninguna intervención divina.
Es producto del avance de la ciencia, del compromiso de un cuerpo médico, del apoyo de familiares y amigos, pero sobre todo, es un canto a la vida, producto de la voluntad férrea de una mujer cuya disciplina, terquedad y fe en la palabra (por más imperfecta que sea), permitieron que cuerpo y mente volvieran a encontrar un equilibrio y reconciliarse en un hermoso ejemplo de resiliencia.
Saona, Margarita. Corazón en trance. Peisa, 2024.
Margarita Saona es escritora, poeta y crítica literaria peruana. Ha publicado Novelas familiares: Figuraciones de la nación en la novela latinoamericana contemporánea (Rosario, 2004) y Memory Matters in Transitional Perú (Londres, 2014), los libros de cuentos Comehoras (Lima, 2008), Objeto perdido (Lima, 2012), y el poemario Corazón de hojalata/Tin Heart (Chicago, 2017).