Sacrificios humanos, de María Fernanda Ampuero
María Fernanda Ampuero, de la mano de la editorial Páginas de Espuma, presentó en este 2021 su nuevo libro Sacrificios Humanos. 12 cuentos lo componen y yo comparto en primera persona mi lectura de cada uno de estos sacrificios.
Primer Sacrificio
Biografía
A los 16 años decidí dejar mi ciudad natal al occidente de Venezuela e irme a vivir a Caracas, ese monstruo que en aquella época representaba la cumbre de lo moderno, el centro de la vida en Venezuela. El monstruo me agarró con sus garras y me engulló. Supe lo que era ser inmigrante en mi propio país, supe del desprecio, del miedo, del hambre, del maltrato, me sentí perdida, vulnerable y tuve que crecer. A los 20 estaba en el Asía Central, en Dushambé, cursando el año de preparatoria como parte de una beca para estudiar teatro. Supe del pánico de ser mujer que vestía distinto, de ser mujer en un país con ideas sobre las mujeres un tanto diferentes a las que yo llevaba conmigo. Luego estuve en Moscú y finalmente cinco años en San Petersburgo. Y seguí siendo inmigrante y seguí sintiendo miedo. La vida me llevó a vivir en Lima, Perú, país que adopté con naturalidad como una segunda patria, pero donde también he sentido, lamentablemente, la etiqueta sobre mi frente de extranjera, inmigrante, distinta. Mi caso no es igual al de millones de personas que cada día huyen de sus lugares de nacimiento por terror a una muerte por hambre o por violencia o por olvido.
Sacrificios humanos abre con un relato que tiene como protagonista a una inmigrante. Una inmigrante que podría ser yo, o tú o cualquiera. Aquí encontramos ese primer Sacrificio, ella, la protagonista, una joven mujer, escritora, se ve obligada a marchar de casa, de barrio, de país, porque no tiene algo para darle de comer a su hija, a su familia, porque no hay trabajo, porque no hay opción.
“Nos dolarizamos, nos fuimos a la mierda: que cada familia sacrifique a su mejor cordero”
Y, entonces, entendemos que Sacrificio es llegar a esa otra tierra para tratar de ganar dinero y conformarse con limpiar excrementos en baños públicos, lavar los platos, atender mesas, cuidar, limpiar y bajar la cabeza, hacerse invisible, desaparecer para no morir. Sacrificio es la desaparición del inmigrante, el miedo al vacío, a quedarse sin lugar donde dormir y tener que lanzarse al abismo de la calle. La nada en un país extraño, hostil, puede hacer que la persona inmigrante acepte cualquier cosa que aparente ser un trabajo. El miedo, el hambre, la necesidad puede lograr que un ser humano convierta cualquier propuesta en una posibilidad de salvación. Para el inmigrante de a pie, el que huye y que huye porque no tiene opción y huye sin dinero sin contactos sin papeles, la muerte siempre es una posibilidad. Pero en este primer relato también nos confronta a la locura, al asesino en serie, a la culpa, los símbolos religiosos, el prejuicio, al feminicidio, la violencia, la desaparición de mujeres.
“Pregunté el nombre de los perros y murmuró algo que no escuché, pero no me atreví a preguntar de nuevo. Aprendí muy chica a no importunar al hombre enojado, al hombre bebido, al hombre desconocido, al hombre.”
Como un tornado, Ampuero nos arrastra con la protagonista y vivimos y sufrimos e imaginamos la casa del hombre que la ha contratado para contar su historia, el baño, la furia del “otro hermano”. Sentimos mientras vamos leyendo cómo somos arrastradas a una habitación donde un sinfín de huellas de otras inmigrantes nos gritan que no las olvidemos, que las están sacrificando aquí y en todas partes.
Segundo Sacrificio
Creyentes
Una huelga da inicio al final, a la muerte, a la destrucción, la persecución y una niña lo presagia. Una niña que imagina la muerte, que se enfrenta a la prohibición del llanto, a una abuela egoísta y que encuentra en otra niña la complicidad sellada con un pacto de saliva. En este escenario surgen “Los Creyentes”. Uno alto, otro bajo. Promulgadores de lo bueno que es “ser creyente”. Los seres humanos necesitamos creer en algo, necesitamos la fe. Y la fe siempre ha sido utilizada como esa máscara que algunos “demonios” utilizan para engañar. Desde tiempos inmemoriales la humanidad siempre ha colocado etiquetas abusivas, absurdas, prejuiciosas. Los buenos siempre son de una determinada forma física, son los que se comportan de tal o cual manera y es así que en algunas ocasiones, tras una imagen de aparente belleza, pureza, religiosidad, pueden esconderse demonios.
“Los Creyentes eran hermosos, rubios como el niño Dios, seguro tenían que ser bondadosos con los más pequeños. Mis padres me habían advertido sin parar sobre los hombres de la calle, sobre el vagabundo que se roba a los niños, sobre los que pedían caridad, pero nunca sobre los hombres de ojos casi transparentes de tan azules, de tan verdes. Ellos tenían que ser los buenos.”
La niña protagonista lo afirma, ellos son los que “deberían ser los buenos”. Pero la curiosidad infantil las lleva, a la protagonista y a su recién estrenada amiga, a descubrir lo que Los Creyentes hacen en el cuartucho que le alquilan a la abuela.
En el mundo de afuera, sumido en una guerra de clases, de razas, de prejuicios van acabando poco a poco con unos y con otros. Todos se han ido. La madre, el padre y, María, la empleada, también debe irse tras el asesinato de su marido. La abuela jura y perjura con una cruz en el pecho que cuidará a la hija de su empleada como a su propia nieta y esa promesa es tan vacía como su propio corazón. Los trabajadores que han creado la huelga y que buscan mejoras, justicia, se convierten tal vez, en algo peor que aquello contra lo que luchan. Y dentro de la casa el silencio en el que sucumbe la abuela contrasta con los gritos que salen del cuartucho de los Creyentes.
Tercer sacrificio
Silba
¿Son siempre la historias que cuentan nuestras madres, nuestras tías, nuestras hijas, nuestras mujeres, portadoras de todo aquello que quieren decir?, o, tal vez, es en aquello que no cuentan donde podemos encontrar la verdad. Es en lo que callan, lo que ocultan, lo que no nombran donde se esconde el horror cotidiano, el sacrificio constante.
La mujer en el pasado y en el presente ha sido y es, muchas veces, todavía, sometida constantemente a múltiples autoridades, a la autoridad fiera de una madre iracunda, de una abuela, tía, hermana mayor, a la autoridad férrea de un padre, de un abuelo, de un tío, de un novio o un marido. Sometida al dictamen de lo que debe hacer, pensar, sentir. Sometida a su mismo miedo, a una educación para ser desvalida, vulnerable, sacrificada. En Silba, se plantean las preguntas que no nos atrevemos, al igual que la narradora, a gritar:
“¿Por qué no gritas mamá? ¿Por qué no lo mandas a la puta mierda?. ¿Por qué no dejas de mimetizarte con el sofá, con las cortinas, con el papel tapiz, camaleón estúpido, y no sales de ahí, de donde sea que estés y lo obligas a mirarte a la cara?”
El que Silba, está entre nosotros, está en la jovencita que llora por el chico que la dejó en visto en WhatsApp, está en la muchacha que se cambia de ropa cuando el novio se lo ordena diciéndole que no saldrá con ella así vestida, está en las mujeres que critican, y señalan a otras mujeres por no atender bien al marido, por desear trabajar, estudiar, viajar, vivir. El que Silba es un verdugo que cada día se hace más fuerte, vigente y Ampuero lo sabe, lo escribe y nos lo advierte.
Cuarto Sacrificio
Elegidas
Cuando era niña siempre me preguntaba por qué las otras niñas eran crueles, despreciaban a quienes no tenían las mismas posibilidades a la hora de comprar zapatos, ropa o juguetes. Por qué las niñas y los niños se burlaban de la niña obesa, o de la que tenía una enfermedad en la piel, o de la que estudiaba mucho o de la tímida, la callada o la más ingenua. Al crecer me fui dando cuenta de que los seres humanos somos crueles, violentos con aquellas mujeres que no encajan en lo que las sociedades han determinado como bello o perfecto. Y hablo de mujeres porque son las obligadas a estar delgadas, atléticas, eternamente jóvenes. Son las condenadas a las cirugías, al maquillaje, a los tacos altos, a la moda, al escrutinio constante. El mundo somete una vez más, los cuerpos de las mujeres a otras violencias. Y Ampuero nos introduce en este tema, con doloroso sarcasmo y cierto humor negro.
“Moríamos por saber qué pasaba detrás de esas puertas, aunque instintivamente sabíamos que no habría lugar para nosotras allí, que nuestros defectos se multiplicarían hasta tragarnos, que seríamos una hipérbole de nosotras mismas, espejos de feria andantes: la gordota, la marimacha, la larguirucha, la aplastada, la contrahecha. Así como las chicas guapas juntas potencian su atractivo, solapando con sus virtudes grupales cualquier defecto y se embellecen unas a otras hasta brillar como un solo gran astro, las chicas como nosotras cuando estamos juntas nos transformamos en un espectáculo casi obsceno, exacerbados los defectos como en un show freak: somos más monstruas.”
En el relato se respira ira, rabia y venganza y es inevitable empatizar con estas elegidas que coronan su sueño de ser aceptadas mientras bailan hasta el amanecer del brazo de la muerte.
Quinto Sacrificio
Hermanita
En este relato el cuerpo está presente desde distintos lugares. El cuerpo perfecto, delgado que se le exige a la niña para ser catalogada como la adolescente perfecta, la merecedora de premios y regalos, el orgullo de la familia, aunque detrás de esa perfección se instale la enfermedad, la bulimia, la anorexia, la rabia, la tristeza. Ese es el cuerpo de la Prima.
El cuerpo obeso por el que una niña-adolescente es condenada al maltrato, a la violenta burla, al acoso psicológico, al bullying normalizado: el de la familia, el de la madre y el padre, el de la prima querida, el propio. Ese es el cuerpo de la narradora.
“En la sobremesa, como generales desquiciados frente al mapa de las zonas enemigas, los adultos acorralaban, atacaban y arrasaban con nosotras. Decidieron que yo, morena, patucha, tosca, regordeta, fuera del territorio enemigo, la mácula en la sangre, eso que salió de las porquerías que hizo algún ancestro con los oscuros. Mi prima, en cambio, era la raza limpia, superior, la imagen que querían que tuviera la gente al decir nuestro apellido en alto.”
Está el cuerpo de las raras, las distintas, las catalogadas como “las outsiders de las outsiders.” Esa es Mariela:
“A todas nos llamó la atención esa chica blanquiñosa, flaca, jorobada como un signo de interrogación, con un uniforme que le quedaba pequeño en el pecho y unas medias tan diminutas que parecía que no llevara nada.”
En la Hermanita, la violencia es adolescente, es familia, es jerarquía según los cuerpos y su belleza, y su ropa, y la popularidad y la idea del éxito, aunque encubra dolor, rabia, insatisfacción, tristeza y más violencia.
“Yo todas las noches rezaba por apagarme como ella, adelgazarme como ella, reconvertirme, como ella y al día siguiente, al primer gruñido el estómago, sabía que dios no me había hecho el milagro. Odié al dios que me creó a su imagen y semejanza: me odié a mí misma.”
Y a pesar de esa violencia corporal surge una amistad que se desarrolla en un espacio distinto, la casa de Mariela. Una casa como ella, rota, desvencijada, que va vaciándose, con la piscina repleta de aguas oscuras donde los cuerpos se liberan, se mezclan y conforman un corpus híbrido, extraño, inquietante. Y, entonces, tras un capricho adolescente, todo da un giro, una vuelta de tuerca, se descubre lo que Mariela trata de ocultar y otros cuerpos aparecen en escena, cuerpos hambrientos y sin vida.
“Las niñas gordas se alimentan de decepciones. Las niñas famélicas se alimentan de impotencia. Las niñas solitarias se alimentan de dolor. Las niñas siempre, siempre, siempre, comen abismos.”
Sexto Sacrificio
Sanguijuelas
Quién no recuerda alguna escena de la infancia donde abunden niños extraños con enfermedades raras, desconocidas e inexplicables, niños con alguna dolencia física visible, niños que otros niños catalogan como monstruos y de los cuales se burlan, se aprovechan, se asquean. Pienso que esa mirada infantil, hiperbólica sobre el otro, el extraño, el distinto es producto del miedo a lo que no podemos explicar, a lo que se sale de aquello que nos han enseñado como lo “normal”. Entonces, la violencia de esa mirada y las acciones que los niños toman a partir de la misma, muchas veces acciones violentas, vienen de la mirada de los padres. En Sanguijuelas esa violencia se respira en adultos y en niños, ese deseo de acabar con el otro, de matarlo, de verlo atropellado, de desaparecerlo.
“No quería otra cosa: lo quería matar.
Julito Nos daba asco, Julito era un lastre, Julito era estúpido y feo, Julito se dejaba chupar la sangre por esos bichos repugnantes, Julito era de azúcar y miel de abeja para su mamá.
Yo no.”
Y, al culminar la lectura, una se pregunta quiénes son las sanguijuelas. Y tal vez la respuesta sea cruel, dura y en estos tiempos violentos de 2021 tengamos que reconocer que tal vez, las Sanguijuelas están entre nosotros, que tal vez de alguna u otra manera, en algún momento de la vida, las Sanguijuelas somos todos.
Séptimo Sacrificio
Invasiones
El inicio de este cuento promete algo, es la antesala a una transformación, una premonición de lo que tal vez sucederá con la familia de la narradora:
“El barrio en que mi familia empezó a ser una familia no siempre fue lo que es ahora. Tampoco nosotros”
La familia, base de todas la sociedades, a veces, y con mayor frecuencia de la deseada, es también el origen de todos los males, de todos los traumas, de todas las violencias y monstruos. Ampuero nos muestra el mundo, en “Invasiones”, a través de la mirada hacia el pasado de la narradora. Es la voz de la niña que fue la que nos habla, la que nos va llevando de la mano por el nacimiento de un barrio, de una ciudad, de un universo sobre un estero al que buscaban dominar. Familias enteras construyendo como pueden sobre aquellas aguas, en una lucha ya conocida por dominar a la naturaleza.
“Mi padre nos llegó un día su flamante carro rojo a ver la casa en obras y, aunque el olor a salitre y descomposición del estero lo dominaba todo, para él pronto seríamos nosotros los que dominaríamos al estero. No se preocupen, decía. Ese es el olor del estero moribundo, decía. La ciudad tenía que crecer, decía. No me imaginaba cómo podíamos ser nosotros más fuertes que el estero, una bestia viva de decenas de tentáculos abrazando la ciudad de norte a sur, una masa del río bárbaro donde la gente borracha se ahogaba o se tiraba a los cadáveres de los obreros asesinados por hacer problema.
Pero mi padre insistía. Estaba seguro de que un monstruo de carnes era superior a un monstruo de agua.”
El crecimiento imparable, inclemente y desordenado de las ciudades. La prueba fehaciente de las desigualdades. Las imágenes que nos entrega Ampuero son implacables y nos van invadiendo a un ritmo constante: ratas surgiendo por el váter, iguanas desorientadas y mutiladas intentando alimentarse de la basura, cangrejos aplastados por camiones, garzas pegadas al asfalto convertidas en alimento para perros y gatos. Una lámpara exterminadora que no distingue entre insectos y libélulas o periquitos, o mariquitas. Olores nauseabundos de caca de murciélagos repletas de gusanos y los antiplagas humeando los techos con sus venenos para luego pasar a recoger cerros de murciélagos.
“La infancia fue miedo, veneno, plagas. Ellos y nosotros”
Y en ese “ellos y nosotros” se encierra todo lo terrible, ellos los seres que surgen del estero, ellos los olores, ellos los antiplagas y el veneno, ellos, los otros y nosotros, la familia, los niños, los que contamos la historia.
Luego comienzan a llegar “ellos” a esta nueva ciudad construida sobre un estero por gente de clase media. Y “ellos”, ahora, son familias que llegan en medio de la noche, en silencio. Como pueden se van acomodando en casitas hechas de cartón, de aluminio y trozos de madera vieja y la pobreza, la miseria se instala con ellos.
“Nadie nos lo dijo, pero cuando nos encontrábamos frente a frente, ellos y nosotros, algo de alerta se activaba. Tal vez fuera que nuestros animales iban con collares y los de ellos no. Tal vez eran los pies, los zapatos. Tal vez la mirada, las miradas.
A la hora de las cometas, sin embargo, el grito era uno. Por el cielo gris de la ciudad gris volaban otras cosas aparte de los murciélagos, las moscas, los grillos, los mosquitos y el día se llenaba de aire bueno, de aplausos, de amor por ese trozo de papel de colores al viento.
Ellos y nosotros mirábamos hacia el mismo cielo.”
Pero bajo ese mismo cielo el terror cotidiano se instala. Ampuero nos introduce con maestría en una de las escenas más conmovedoras y fuertes del libro. Y ya no hay vuelta atrás. Queda claro que la humanidad se mueve, crece, se multiplica, goza, ríe, celebra bajo un mismo cielo pero que también, bajo un mismo cielo, se destruye, se tuerce y sale a flote lo más bajo y triste y horrendo de esa humanidad.
Octavo Sacrificio
Pietá
Todos los días las noticias nos arrojan una y otra vez casos de mujeres masacradas por un hombre, mujeres de todas las edades, mujeres que se convierten en un número, en una estadística, en una tendencia que va en alza. Y miro las noticias y veo las caras de algunos de los hombres que la pobre justicia se atreve a capturar. Y siempre me pregunto, ¿Qué hay detrás de cada uno de ellos? ¿Dónde se origina esa violencia? ¿Por qué odian tanto a las mujeres?. De niña viví cerca de esa violencia, cerca del hermano guapo, del hijo querido de mi madre, del muchacho violento que lanzaba cuchillos como amenazas, el que golpeaba mujeres hermosas que incomprensiblemente eran sus novias de turno. Y yo siempre miraba a mi madre cuidarlo, excusarlo, tranquilizarlo. Y entonces entendí que hay otras mujeres que también están enfermas, de una enfermedad extraña que se aloja detrás del amor “maternal”, de la sobreprotección, la justificación, la excusa y la disculpa inverosímil. Este cuento, escrito magistralmente con una belleza filosa como la hoja de un cuchillo asesino, pareciera estar pensado para ser leído en una sola respiración. Ampuero nos coloca en los zapatos de una mujer para quien el protagonista es un “niño Dios” al que ama como a un hijo y a quien a pesar de las cachetadas, los golpes, los insultos y la violencia asesina, limpiará, cuidará, sanará y salvará, sacrificando a su propio hijo.
Noveno Sacrificio
Sacrificios
Ingresamos con los personajes en un gran estacionamiento de un centro comercial. Nos identificamos con la situación, se nos hace cotidiana, cercana, conocida. Quién no se ha perdido en un laberíntico estacionamiento donde los pisos se parecen, las letras y colores nos confunden y las posibilidades de encontrar nuestro auto se agotan cuando la alarma no funciona o tal vez recordamos que no lo dejamos allí o que no vinimos en auto o logramos la ayuda de un vigilante que raudo nos indica dónde lo hemos dejado. Pero, ¿qué puede suceder si ya no queda nadie en el centro comercial, si las puertas, escaleras, señales parecen desaparecer y nos encontramos dando vueltas en el mismo lugar? “Sacrificios”, narrado en su totalidad en diálogos con un ritmo trepidante, angustioso, abre un agujero enorme entre un hombre y una mujer, una pareja de casados que sale de una función de cine y no encuentra su auto. La desesperación, la angustia, la ira dan paso, poco a poco, a un torrente de reclamos, a una verdad develada. ¿Qué queda después del amor? Perdidos en el laberinto de sus vidas se enfrentarán a su propio Minotauro.
Décimo Sacrificio
Edith
Dicen que solo existe aquello que se nombra. Pero a muchas, a demasiadas mujeres desde siempre les han quitado el nombre y han pasado a ser la madre de, la hija de, la mujer de, la hermana de, la empleada de… y, ¿qué sienten ellas?¿Qué sucede cuando la violencia se transforma en rutina? ¿Qué sucede con las niñas que terminan casadas con hombres mayores a quienes no aman y de quienes parirán hijas? ¿Qué sucede con sus cuerpos, con su sexo, con sus deseos, con sus ganas de cariño, de pasión o de sentirse acompañadas? ¿Qué pasa cuando descubren los fuegos artificiales, las explosiones orgásmicas, los ríos calientes del deseo? ¿Qué sucede con esas hijas a quienes sienten y creen no poder proteger?
En este relato el sexo se revela como esa fuerza telúrica capaz de movilizar las profundidades más oscuras del ser humano y arremeter contra todo. Prevalece la contradicción, la monstruosidad de la pedofilia, el abuso, el desamor, la violencia, la muerte.
Decimoprimer Sacrificio
Lorena
Esta podría ser la historia contada en primera persona de cualquiera de las miles de mujeres que cada día se van a dormir con el enemigo. De cualquier jovencita enamorada y enganchada con el “hombre de sus sueños”. De cualquier extranjera casada con su verdugo, que además de despreciarla por mujer, la desprecia por su origen. Ampuero nos coloca una vez más en los zapatos de la víctima. Nos lleva a realizar el viaje con la protagonista. Nos reímos con ella, nos emocionamos, excitamos, alegramos con ella, disfrutamos los primeros momentos de pasión y felicidad. Y con ella, nos horrorizamos con la violencia que, sin aviso, se instala en su cama, en su cocina, en su sala, en la calle, en su vida.
“Cuando una se levanta por la mañana nunca sabe que ese día va a ser el día en el que tu vida se va a la mierda. El día uno de todo lo demás. Si al menos se supiera, si estuviera encerrado en rojo como los días santos, podríamos anticiparnos, alejarnos, protegernos. Los días se suceden a las noches y, en medio de esa danza vieja como el tiempo, en la casa de una mujer se mete la oscuridad.”
Decimosegundo Sacrificio
Freaks
En esta historia vemos la vida a través de los ojos de un niño. Sentimos la violencia que ejerce el mundo, el suyo, esa familia suya, sobre él. Una vez más, ese lugar «seguro» que debería ser “la familia”, se presenta prejuicioso, violento, infame. Nuestro protagonista es un niño con hermanos que lo maltratan, que se burlan, que lo insultan y ese tipo de violencia nos resuena, la conocemos, tal vez la hemos vivido, pero la normalizamos, la sociedad la normaliza. La sociedad ha normalizado que a un niño se le puede llamar marica, que decirle «niña» sea un insulto, que golpearlo escudados en las bromas y los supuestos derechos de ser hermanos mayores, sea gracioso y cotidiano. La sociedad ha normalizado la burla, la humillación, la crítica, el prejuicio para quienes son considerados distintos, raros, freaks.
El niño escucha al padre llamarle bestia a ese otro niño raro, monstruoso, indefenso cubierto de excrementos de chancho en el circo. Nuestro protagonista se siente impotente para ayudar, imposibilitado para defender o salvar a ese otro niño, porque él es demasiado joven, es tan joven como el otro y también es distinto como el otro y se siente raro o lo hacen sentir raro como el otro. Una monstruosidad distinta pero monstruosidad al fin. El narrador es visto o catalogado como raro en su hogar y ve que otro ser humano, indefenso, pequeño, ha sido condenado a ser ese raro inmerso en mierda de cerdo. En este relato basta una frase para ver, oír, sentir a los personajes. En solo unas líneas, Ampuero nos muestra tres generaciones, tres formas de afrontar el horror, tres maneras distintas de violencia verbal, tres formas de indiferencia.
“Escuchar a mamá decir pobrecito y a papá decir qué bestia y a los hermanos puto asco ese monstruo. Insistir que hay que ayudarlo, llamar a la policía, llevárselo de ahí. Gritar. Entender que nadie, ninguno de los adultos que mira con asco al cabezón y se tapa la nariz con la mano, va a hacer nada.”
Y, tal vez, a medida que avanzamos en su lectura, tal vez, nos sorprendamos encontrando en nuestro entorno los equivalentes a estos seres que pueblan el relato: al raro en un circo, al padre prejuicioso inmerso en su periódico, a la madre triste tras su taza de café, a los hermanos violentos con esa reacción desalmada de una adolescencia moderna. Pero, allí también, encontramos esa abuela amorosa, esa abuela cómplice, esa abuela, única salida. Ella también ya es rara, es anciana, es vieja, ella también forma parte de los raros, de los outsiders, de los que deben callar.
Entonces nuestro niño se atreve y junto a ese otro emprende la huida. La persecución se corona con un salto repleto de belleza hacia la libertad.
Sacrificios Humanos, está repleto de imágenes de un terror insólito y urbano. Imágenes de lo más bajo, de la miseria más profunda del ser humano. Esa miseria que nos rodea cada día y de la que preferimos huir volteando la mirada a otra parte.
Ampuero escribe de lo que le duele, de lo que le importa, de lo que la atraviesa. Ampuero escribe de la putrefacción del ser humano, de lo que la horroriza cada día, de lo que la realidad le muestra, de lo que ha vivido y vive, de lo que la propia experiencia le ha dejado. Ampuero escribe porque no puede ni quiere voltear la mirada, porque ella está mirando a la vida de frente.
Ampuero escribe desde su humanidad tal y como cada autor ha escrito a lo largo de la historia. Ella ya lo dijo en alguna entrevista en la que le preguntaban sobre su escritura: «¿De qué esperan que escriba sino es de lo que me duele?».
Ampuero, María Fernanda. Sacrificios humanos. Páginas de espuma, 2021.
María Fernanda Ampuero nació en Guayaquil, Ecuador, en 1976 y estudió literatura. Colabora con numerosos medios internacionales y hasta la fecha ha publicado dos libros de crónicas, Lo que aprendí en la peluquería y Permiso de residencia. En 2016 ganó el premio Cosecha Eñe de relato. Su primer libro de cuentos, Pelea de gallos (2018), le ha situado como una de las voces más importantes de la literatura latinoamericana actual, y ha sido traducido a distintos idiomas.