Patricia de Souza, una intelectual, tierna y valiente
Patricia de Souza, una intelectual, tierna y valiente. Inolvidable. Conocí a Patricia de Souza hace ya unos años, tomando un té en el atardecer de la Plaza de Oriente de Madrid con otras dos novelistas, Cristina Sánchez Andrade, y María José Codes. Sabía entonces poco de ella, pero sí que era peruana, que le interesaba la escritura de las mujeres y que vivía en el sur Francia con su compañero Olivier. Enseguida nos dimos cuenta de su fuerza y de su interés e inquietud por la literatura feminista más avanzada. Intercambiamos libros y, sin decirlo, pronto se estableció una red de pensamiento y afectos literarios. Un clima muy grato, con esa ligereza y esa puntería para la intimidad que se produce con frecuencia entre las mujeres. Era, sin ninguna duda, una de las nuestras. No hacía falta ni mencionarlo. Supimos enseguida que seguiríamos viéndonos, compartiendo lecturas y apoyándonos en nuestros proyectos narrativos e intelectuales. En medio de esa alegría de habernos conocido Patricia nos contó la manera que tenía de ser de las dos orillas, Perú y Francia, Francia y Perú. En ambos universos tenía intereses y pasiones y en ambos amaba la vida, su vida. No parecían asustarle las contradicciones de vivir en extremos tan desparejos. De Perú, su Perú decía: “Siempre que voy, siento que hay un fondo no explorado, una riqueza oculta a nivel cultural, que no es la Marca Perú, que me parece un absurdo, sino una trayectoria humana menos estereotipada y más compleja.” Era impresionante la fuerza que tenía en lo que afirmaba. Y se la veía abierta a introducirnos en su territorio literario con una generosidad esplendorosa. Después de este encuentro nos vimos varias veces. La más feliz, la más libre, fue cuando vino, con Olivier, un fin de semana de invierno a visitar un pueblo de Cantabria donde a veces me escondo. Esos días de paseos por la playa de Oyambre, de mirar las olas y a las vacas, fueron una tregua, un regalo. Pero aquellas conversaciones desordenadas me confirmaron su rigor moral e intelectual. Su rebeldía, su no resignarse. Lo que le preocupaba el futuro de las mujeres y el lenguaje tramposo en el que muchas veces la sociedad nos quiere atrapar. Presumía de esa cualidad de “extranjera sin dote” y defendía la necesidad de trabajar en ser críticas, conscientes y en vivir libremente en nuestro tiempo. Para ella escribir era, así lo dijo, un modo de ordenar algo del caos con el que esta sociedad se empeña a menudo en confundirnos. Me quedo con sus ideas y sus palabras, pero también con su cara radiante de esos días. Esa belleza intensa, esa inteligencia privilegiada, y su ambición de libertad. No solo para ella, para todos, para siempre.
María Tena
Escritora
Fotografía El Comercio