Adentro la batalla
Si el poder transformador de la poesía actúa sobre el mundo remodelando nuestra visión del mismo a través de su prisma refractario, dicho poder opera también sobre la palabra cuando esta pasa a formar parte de la dimensión de lo poético. De ello da buena cuenta el título del último poemario de Grecia Cáceres, pues si la palabra “batalla” denota belicosidad, aquí esta significación se matiza para apelar a una dimensión espiritual que viene dada por su acompañante en el sintagma: ese “adentro” que, por ser parte de un título de poemario, de inmediato nos conduce hacia lo anímico, produciendo la mutación hacia una batalla que será búsqueda, camino, construcción… Con todo, el sintagma contiene la marca del poemario en su lacónica potencia: la intensidad. Así es, la batalla en la que Grecia Cáceres nos sumerge en la nueva entrega de su quehacer poético, aparecida en 2018, es una experiencia literaria que califico, para comenzar estas líneas de forma rotunda, con las dos palabras que César Vallejo privilegió para el hecho poético: intensidad y altura.
Tras más de una década sin publicar poesía en volumen (los poemarios anteriores son De las causas y los principios, Lima, Editorial Centauro, 1992, y En brazos de la carne, Boston, Asaltoalcielo editores, 2005), década en la que han aparecido varias novelas (La vida violeta, Lima, Estruendomudo, 2007, La colección, Lima, Altazor, 2012, y recientemente Mar afuera Lima, UCV, 2017), Grecia Cáceres regresa al verso que, sin duda, está en la raíz más profunda de toda su escritura. Y lo hace, para comenzar el libro, con una cita con la que da la mano a la figura tutelar que ha marcado su trayectoria, la gran poeta peruana Blanca Varela, remitiéndonos con ello a la tradición del viaje iniciático del alma conducida por un maestro –en este caso maestra–. Pronto veremos que Adentro la batalla tiene hondas raíces en la tradición literaria española, y remisiones a la tradición cultural andina, pero detengámonos por un momento en los versos que conforman la cita de Varela con la que se abre el libro, fundamentales en tanto que anunciadores de la clave esencial que recorre el poemario entero:
Un poema
como una gran batalla
me arroja en esta arena
sin más enemigo que yo
yo
y el gran aire de las palabras.
La cita, que proviene del poema Ejercicios, nos sitúa ante el combate espiritual que Grecia Cáceres acomete en su poemario a modo de búsqueda metafísica cuyo instrumento es la palabra, la palabra poética, con la que construye la metáfora del castillo interior que apela a la mística y la ascética y a su concepción de la poesía como encarnación; la poesía de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León…, en suma, la gran tradición poética española a la que sin duda este libro rinde homenaje. Partiendo de la concepción que los místicos y ascetas dieron a la palabra como instrumento de acceso a lo espiritual, la creación del castillo tendrá en los poemas de Grecia Cáceres accesos a su interior: su puerta, sus ventanas, sus corredores, sus estancias, hasta llegar a su torre, en la que, lógicamente, estará la poeta. Un conjunto arquitectónico que se materializa en “pasajes pasadizos puertas / corredores / muros / arcos / peldaños / balcones” y que, en definitiva, metaforiza al propio poemario y su búsqueda existencial. Inspirada esta batalla interior en aquella que desde la antigua edificación medieval se libraba con el enemigo, el lector recorre sus espacios de la mano de la autora como quien penetra en un mundo para desentrañarlo y pararse en cada uno de sus rincones, en cada ventana que permite otear horizontes, en cada corredor que nos introduce siempre en un nuevo lugar de meditación, o en cada puerta que nos da entrada y salida y nos aboca a descubrirnos en “el gran aire de las palabras” (qué gran verso de Blanca Varela) que recorre todos esos espacios:
Un castillo de incienso
humo oloroso a cieno
secretos corredores
silencio en las estancias
y de pronto la estampida.
Situado el lector en ese castillo, abrimos cada página para acceder a lo que lo rodea, la naturaleza, los pueblos, las lindes, los confines, lo infinito… De forma que de inmediato el lector verá esas dos partes de este metafísico espacio arquitectónico bien diferenciadas y, al tiempo, entrelazadas: la del castillo interior y la de los extramuros. Estos últimos están conformados por el campo, la naturaleza, es decir, por aquello que queda fuera del control de la poeta, pero también por otro espacio que quedó en los extramuros vitales de la escritora, el otro gran tema del poemario: América, allende el mar. La apertura de los poemas de dentro hacia fuera es el detonante de la amplificación espacial que atraviesa el lector en búsqueda de iluminaciones, desde las diferentes partes del castillo hacia la contemplación de “cielo abierto y horizonte”, que dice el primer poema, en el que Grecia Cáceres explicita la decisión de “coger la pluma” y “desdibujar el tiempo”. Efectivamente, el tiempo se diluye en el acto de la lectura, pero también en el de la escritura, con saltos a la memoria de “lo no advenido” o “lo desbaratado a costa de uno mismo”, y saltos al pasado de la humanidad toda, a sus elementos originarios. Por ello, esta búsqueda se construye a lo largo del poemario como descenso a todo lo primigenio, para desde esas profundidades ascender en busca de los sentidos.
Lo primigenio está hecho en estos poemas de muchas sustancias, siendo una de ellas, sin duda la más destacada, la lengua del origen, como rezan estos versos: “Todo asciende / como el canto más puro / en la más tierna lengua / hasta la cumbre”. Así, vemos aparecer en uno de los poemas “miles de hojas llenas de símbolos etruscos / escritas de mi mano / alguna vez”, versos que sugieren la idea de la escritura que enlaza todos los tiempos. O el bellísimo poema dedicado a la lengua de los incas, o lengua de los hombres, la lengua originaria llamada Runa Simi, “una lengua de miel / que me acaricia / desde antes de la cuna”, porque –sigue– “antes del español / estaba el runa simi”, “una lengua hecha / de piedra pulida por las aguas / repetidas por el imperio”.
Es desde esta lengua originaria que la búsqueda dirigida hacia lo elemental nos conduce a esa otra sustancia primigenia que recorre el libro, tan nerudiana, tan latinoamericana al fin, la de la naturaleza (“volver a la líquida boca de los bosques”, leemos), que permite la buscada caída en el silencio y en las visiones de lo efímero (como “peces brillando un instante / antes de desaparecer”). Así, los elementos de la naturaleza tendrán un gran protagonismo, poetizados en sus formas más invasoras y dinámicas: musgo, enredaderas, piedra viva, aguas agitadas, animales, árboles, ríos, volcanes… Una naturaleza que, desde dicha esencia, rebasa a la palabra como el instrumento que representa la realidad pero que inevitablemente guarda una distancia con la misma en este verso central: “Nada de lo que la letra develó / se ve desde aquí”. Y digo central porque en él la batalla por acceder al mundo a través de la palabra tiene la esperada e inevitable caída, pues la palabra se desvela siempre insuficiente al toparse con el muro infranqueable: lo inefable. Por ello, los siguientes versos:
A la luz temblorosa
camino leo como canto espero
la letra inútil
que ahora lee
mi lector imprudente
Yo misma
en el castillo
busco
la traza de su cera
indescifrable.
Esta idea es vertebral en el libro, que efectivamente transcurre como batalla frente a lo inefable. Y hay versos muy precisos que metaforizan dicha búsqueda mediante la escritura vinculando la mano que escribe y busca con la superficie primigenia en la que el ser humano comenzó a ensayar sus primeras escrituras, en su anhelo sempiterno de representar el mundo: “La mano tiembla / buscando intersticios / fallas / en la textura de la roca”.
Lo primigenio nos conduce también a los orígenes de la autora, a su tierra natal –el Perú de incas y españoles– así como a la reflexión sobre la ciudad de Cáceres, con que se apellida Grecia, que la conducirá a la apelación a sus antepasados españoles, y al mismo tiempo a la conexión con “el blasón andino de plumas de colores”, así como a la reflexión sobre los destinos de quienes fueron migrantes, de Europa a América, de América a Europa (como es el caso de la autora, residente en París). No faltará tampoco el poema dedicado a su ciudad natal, Lima y sus históricas murallas, la ciudad en la que –nos dice, lacónica– “no estaré más”. Como no falta tampoco la reflexión sobre América y Europa en los términos dicotómicos entre lo primigenio y las ciudades de piedra, que recorren buena parte de la literatura latinoamericana: “América está lejos / aquí / lejos del mar y sus poderes / reina la piedra”.
Esta incursión en las raíces identitarias, en el Perú, en la ciudad de Lima, en el mestizaje o en la heterogeneidad, ya había sido anunciada por la autora al comienzo del volumen, pues a los versos de Blanca Varela se unen dos citas más. La primera es del Inca Garcilaso de la Vega, la archiconocida: “Aunque en Indias si dicen sois un mestizo lo toman por menosprecio, me lo llamo yo a boca llena”, con la que la autora encomia el orgullo identitario que tiene en el Inca su más sólido paradigma en el imaginario cultural colectivo del Perú y en esta proclama su más rotunda expresión. La segunda es de César Moro: “Y el paisaje que brota de tu presencia cuando la ciudad no era no podía ser sino el reflejo inútil de tu presencia de hecatombe”, cita con la que Grecia Cáceres vincula su obra con la tradición poética peruana contemporánea que hizo de Lima y su hecatombe uno de sus grandes tópicos. Con todo, lo originario y sustancial tiene en las raíces de la tierra natal, en su historia y en su literatura, una de las vertientes medulares del poemario.
Por otra parte, la intensidad de su modo de “ver” el mundo se materializa en las palabras escogidas con un notable cuidado estético, en la forma de verso libre exento de puntación que obliga al lector a la más activa participación para la construcción de sentidos, y que provoca el gozo del arte poética en estado puro. En los poemas de Grecia Cáceres parecemos deslizarnos por cada palabra, cada línea, cada página en la que el poema ilumina el blanco sobre el que reposa, con un manejo excelso de la musicalidad. Un ejemplo:
En el Ande
el aire
como daga diamantina
hiende las grandes intenciones
Y en tanto que la forma de dar sentido a estos temas es la poesía, el propio acto de escribir será también motivo de poetización en reflexión a la postre metaliteraria, de forma explícita en un poema que es un arte poética, en el que la poesía aparece como fuerza arrolladora, como la de la naturaleza antes aludida:
La poesía nos come
nos abarca
aparece ligera como arrulla el ave
se enreda en la neblina en los turbios instantes….
[…]
mantiene alerta
retiene el cabo y la vela abierta
nos dice que somos poca cosa
pero que mucho es poco
un beso
dos palabras
hálito repetido
voz alta
murmurando
el silencio
poesía nos come
nos abarca…
Para concluir, quiero enfocar estos versos: “El ave hace de su trino / el hilo de seda / del que pende / el jardín entero”. El motivo es recurrente en el poemario, cuando vemos reaparecer en otro poema “un hilo de voz / como de ave”. Y la idea expresada en los primeros versos creo que contiene en buena medida uno de los sentidos sustanciales del libro: el hecho de que el todo está en lo mínimo, como el jardín entero emana del hilo de seda que es el trino del ave, es decir, la voz poética; la idea, en suma, de que para intentar acceder al significado del mundo hay que partir de lo mínimo, la propia voz, el propio yo. Otro de los grandes versos del poemario así lo ratifica: “En el centro del castillo inviolado espejea el mundo”.
El poema último es el broche que redondea los sentidos de la batalla que se da adentro de este castillo. Invirtiendo la caverna de Platón, las sombras quedarán afuera del mismo: “En el otro mundo / fuera de aquí / se fabrican sombras”, que son las que forman parte del cotidiano vivir exterior que la autora enumera (“allí desfila la ley y la corona / los laureles y los premios / nombramientos y salarios…”); un mundo exterior que transcurre en el tiempo mientras se produce la batalla interior (“del castillo / tiemblan sus cimientos”) en lo más profundo del ser: los cimientos “hundidos / entre la lava y las raíces de los árboles / gigantes”. La “torre enhiesta” sobrevivirá a todo finalmente, en sus debilidades y en sus fortalezas (la torre “de papel de piedra de silencio”), porque desde ella la vista alcanza a divisar “los caminos que han de recorrer / pies desnudos / peregrinos y poetas”.
Ante tal final solo queda agradecer a Grecia Cáceres esta entrega poética, que lo es en forma de libro, pero que ante todo es rotunda entrega personal hecha de palabras. Un bellísimo libro de poesía que, finalmente, remueve los cimientos del lector para que explore, adentro, su más íntima batalla.
Cáceres, Grecia. Adentro la batalla. Ilustraciones de Luz Letts. Ediciones La cama sol, París, 2018.
Grecia Cáceres es poeta y escritora peruana. Es una de las primeras voces poéticas de la llamada generación del 90 en el Perú. Ha publicado tres libros de poesía De las causas y los principios: venenos/embelesos (1992), En brazos de la carne (2006) y Adentro la batalla (2018). Vive en París.