Tequila prayers, de Julia Wong

Tequila prayers, de Julia Wong

Siempre me pregunto, dónde está la clave para entender la manera en que un poeta lanza su flecha al mundo. La clave del temperamento con que estira la cuerda del arco hacia atrás y lanza la flecha buscando el centro de un blanco. ¿Qué es lo que define ese movimiento, en qué radicará su más profunda singularidad?

No tanto en las lecturas, no tanto en las influencias y los diálogos. Mi pregunta es sobre el momento previo a que la palabra sea disparada al mundo, por primera vez y cada vez.

Tequilaprayers

Un mito de nacimiento que dará sitio a una suerte de carta astral de su escritura en la que podrá verse esa sustancia planetaria que le dio origen. Pero que además modelará la punta de la flecha, la marca de la incisión con que el mundo recibirá esa palabra y la sustancia de la que está hecha, nacida vaya a saber en qué momento o suma de momentos, en qué lugar o suma de lugares.

En ese origen de la poesía de Julia Wong encuentro un magma. Una sustancia espesa y prehistórica. Una lengua macerada. Tequila Prayers, al igual que libros anteriores que he leído de Julia, impactan por la suma de imágenes sin concesiones, construidas con una lengua de lodo, capa sobre capa, sobre capa de lodo. Siempre está el peligro de la avalancha latiendo en su poesía y eso la lleva al límite de las posibilidades. El arco de Julia se tensa hasta casi quebrar el aire. La palabra está sometida a fuerzas muy profundas que vienen desde sitios muy primigenios. Contienen la violencia de nuestra especie, una violencia que no logra ser mediada por los moldes que nuestra civilización ha diseñado. No hay familia, pareja, país, estado, maternidad, que apacigüen esa energía animal que gravita sobre todos los actos humanos. O por debajo de ellos.

En la poesía de Julia, las instituciones son edificios por los cuales asoman lobos, dragones, leones, águilas, toda una cohorte de animales que viven de la carroña o de la sangre. Son las fuerzas de la naturaleza, avanzando sobre las construcciones de palabras. En definitiva, es un intento desesperado por ponerle coto a lo que tan rápido digiere. Podríamos pensar que la poesía es finalmente el triunfo, el dique que sosiega toda esa fuerza. Sin embargo… es una poesía que contiene en sí misma la batalla, sangrienta y activa de nuestra cultura enfrentada a su propia destrucción.

La ciénaga es la propia lengua. Me atrevería a decir que la destrucción es la propia lengua. Ella es la que deglute, macera y descompone todo cuerpo cierto, incluída la palabra como cuerpo cierto. Y allí encuentro una de las claves de la poesía de nuestro tiempo en nuestro continente latinoamericano, una cierta escatología de la que nos hacemos cargo.

La poesía de Julia, al igual que Julia, es migrante. Podríamos llamarla alegremente como viajera, pero eso sería pecar de ingenuidad. Porque si bien Julia ha hecho del viaje un procedimiento de vida que le permite conocer y conocerse, me temo que en cada uno de sus gestos hay una migración que late.

¿Qué es lo que Julia recrea en esta permanente partida? Me respondo, que tal vez sea la larga marcha que emprendió hace muchos años atrás su propio padre. No para entenderlo o reproducir sus pasos. Sino como una forma de escribir y borrar un camino. Escribir para borrarlo. Borrarlo para volver a escribirlo.

Y tal vez sea así como Julia señala en uno de sus poemas que “Una mujer nunca deja de ser hija” y entonces pareciera que algo del camino escrito por sus padres, a ella no le cierra.

Escribe:

“La ciudad de mi padre era muy diferente a la de mi madre.

Diferente a la que yo quería para mí.”

¿Y qué quería para ella? Ahí sale el viaje a dar respuesta. Es la migración la que responde.

El viaje en Julia es la provocación de un estado, el resultado de una inquietud o una búsqueda. El viaje bien podría ser síntoma de un cuerpo que no soporta ser narrado por un contexto fijo al que comúnmente llamamos Patria. La migración es en ella, un remedio para algo que se hace insoportable.

el cuerpo migranteY lo que se hace insoportable pareciera ser esa patria, esa narración que ha tejido su telaraña todo alrededor. Si bien la Patria, por definición, es la tierra del padre, aquí se presenta un corrimiento. El padre de Julia no comparte con ella la misma Patria. El nació en China, ella nació en Perú, como su madre. Y entonces cabe la pregunta: ¿qué sucede cuando no podemos ser narrados por la patria del padre y en su lugar nos narra un híbrido?

Más aún: ¿Qué sucede cuando la Patria de la hija no solo no es la del padre sino que además es la tierra que el padre desprecia y donde es despreciado, y que finalmente abandona para irse a su verdadera tierra? ¿Qué sucede cuando nuestra patria de hijos es -a su manera- conflictiva para el padre?

En el origen de este viaje hay un viaje. Un huevo dentro de otro huevo. Julia inicia un viaje cuyo origen no es el viaje de ella. Es solo un punto de un camino que se pierde hacia el pasado. En el origen está el viaje del padre, la lengua milenaria, la cultura y sus ríos de nombres misteriosos, la forma en que el rojo tiñe al dorado los días de fiesta, la forma en que la noche se dice a sí misma los misterios.

A estas alturas del mundo, muchos de nosotros hemos nacido en patrias nuevas, patrias que son para el padre solo sitios donde olvidar, enterrar, violentar el recuerdo de la otra patria, la perdida.

Nacemos o crecemos con esa violencia de la pérdida de una raíz profunda. Nos dicen luego que esta es nuestra tierra, la que nos ha tocado en suerte, pero andaremos la vida entera buscando un sitio donde aflore algún vestigio de aquella raíz antigua que nos definía con su seguridad ancestral de cuál era nuestro lugar en el mundo. Un lugar que ahora hemos perdido.

Julia ataca de lleno ese híbrido:

“Mi madre compraba escapularios del Señor de los Milagros, rezaba

escribía cartas en Chepenano antiguo, algo así como:

Estimado esposo,

Aún le espero, he aprendido a cocinar el arroz como usted me enseñó

En la olla de fierro negra, cuando hierve, le pongo un latón entre el

poto y la hornilla para que seque

Mientras aún está húmedo el arroz tiene un aroma que me hace

recordarlo

Usted me enseñaba los nombres de los ríos en China

Me hubiera gustado que a usted le guste el Perú.”

En la poesía de Julia, esta fricción entre la tierra del padre (la perdida) y la tierra de la madre (la presente, pero no deseada por el padre y por eso tal vez no deseada por la hija y posiblemente, tampoco ya deseada de la misma manera por la madre que es testigo de todo lo que genera su cultura en estos seres amados) entra en combustión y se transforma en una fuerza poderosa a la que Julia, en el primer poema que abre el libro, identifica como origen de un “odio”.

“A veces me pongo a mirar mi odio

Como si fuera el bolsillo escondido de alguna cartera antigua

Una que solía usar cuando miraba alguna paradoja de la luna.

Cargo a mi odio de costado, como si no pesara tanto

Y lo pudiera pasear como a un perro mientras pongo un paso sin

temor delante de otro paso tuerto.”

El padre chino, la madre peruana, Julia nos dice que tiene rasgos chino/ peruanos. En su poesía hay rastros de esta lucha, de la ausencia, de un supuesto triunfo del cual se desconfía… Son rastros que la poesía ha hecho propios. Inscripciones con las que la lengua pelea por borrar o cambiar de sitio las cosas que han sido dadas.

“Soy eso, una rupestre

Una piedra de alquitrán peruano

De aquel carbón con el que se hace anticuchos y luego se tira por allí

A nadie le gustan las mujeres con la piel muy negra o amarilla”

Ante esta certeza de ser un híbrido, de no pertenecer a esta ni a ninguna patria, Julia y su poesía emprenden otra larga marcha detrás de indicios o fragmentos.

Es el cuerpo el que inicia esta migración. El cuerpo migrante es un cuerpo que ha abandonado las ideas de sí y los moldes preestablecidos para abastecerse a sí mismo en cada nueva situación nómade. Es un cuerpo dividido, disgregado, sostenido por hilos narrativos que buscan integrar cada nueva realidad como propia, intentando forzar los límites que proponen las definiciones.

Tequila Prayers podría pensarse como el libro del capítulo mexicano… sin embargo, se asemeja más a una suerte de borramiento de las fronteras en el mundo global. Aparecen en el libro referencias a diferentes ciudades y países: Washington, Grecia, India, Jalisco, Pátzcuaro, China, México, Filipinas, Santorini, Puerto Vallarta…

Una guía de viajes frenética donde el aleteo de una mariposa en Singapur desencadena la furia de la muerte en Jalisco. Donde dos niñas asiáticas se ensucian las manos al pie del Partenon.. Lo fragmentario, el frenesí que propone la conquista de un nuevo territorio y luego la pérdida de esa ilusión de integración se transforman en una suerte de noria en la que se intenta reunir las piezas de un rompecabezas imposible. Alguien viene de otro tiempo a recordar que “se han perdido la suma de las partes”.

Ese movimiento permanente entre el migrar y el arribar a un nuevo mundo, está presente en Tequila Prayers. Y como contrapartida, el viaje hacia el pasado, la indagación sobre esas raíces que están suspendidas en el aire, los amores de los cuales quedan testigos para nombrar lo que fue, o de los que quedan -una vez más- solo restos arqueológicos.

La gran pregunta del libro es sobre lo que permanece, en este caso encarnado por la hija.

La incógnita sobre lo que leyó esa hija en la vida que la madre le ha propuesto, con sus migraciones y sus búsquedas. He allí el misterio universal: pero los hijos son siempre otra escritura que los padres difícilmente, al leer podamos comprender.

La migración de Tequila Prayers tiene algo de plegaria. Hay un indicio de que algo apunta a detenerse para orar. Como si esta fricción que propone el viaje y la búsqueda ya no fuera la que encenderá el fuego. Como si de tanto intentarlo algo se hubiera ido frenando en el camino o el cuerpo se estuviera cansando.

Como si tal vez fuera tiempo de llegar a casa, a alguna de las formas humanas de hogar.

O tal vez ese hogar sea la propia poesía. La que mantiene el fuego encendido y la mesa servida para cada regreso de cada larga marcha haya algo que nos acune, sea nuestra tierra cierta, nuestro lugar de cura, el paréntesis de cordura que necesitamos para seguir viviendo en este loco mundo.

Wong, Julia. Tequila prayers. Paracaídas Soluciones Editoriales, 2017.


Julia Wong es poeta y narradora. Gestora cultural y viajera, ha trabajado para la embajada de Perú y Argentina y recorrido el mundo. Es autora de la novela Mongolia (Animal de invierno, 2015), el poemario Un vaso de leche fría para el rapsoda (Celacanto, 2016) y Tequila Prayers (2017).

Acerca de Alejandra Correa

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