«Una novela delicada pero que oculta una realidad agresiva hacia muchas mujeres: el imponer la maternidad como una manera de sentirse realizada.»
No voy a mentir, no sé cómo enfrentarme a esta reseña y es que La figurante, de A.B. Yehoshua me ha creado sentimientos contradictorios. En cierto sentido me he sentido engañada (es un decir no os lo toméis a la tremenda) por el planteamiento que se derivaba de la sinopsis, pues se queda corto y omite la carga de fondo que subyace en la novela.
Afronté el libro pensando que trataba del reencuentro de Noga con la ciudad de Jerusalén, de la que salió hace algunos años, tras divorciarse de su marido. La protagonista, una mujer de cuarenta y dos años, es arpista de profesión y trabaja en una orquesta holandesa donde lleva una vida plácida. Repentinamente es requerida por su hermano Honi para que regrese a su ciudad natal para cuidar del piso de su madre durante tres meses. Ese es el tiempo que la mujer pasará en una residencia de Tel-Aviv antes de decidir si regresa a su casa o se queda en la capital de Israel. Ese es el deseo de su hijo muy preocupado por el bienestar de su madre, sobre todo desde que falleció su padre, unos meses atrás.
Ese reencuentro con una ciudad cambiada, ocupada por integristas religiosos (judíos) junto con el trabajo de figurante en películas y otras obras, que Noga decide coger durante esos meses, era un material suficiente para escribir la novela. De hecho iba por buen camino mientras la narración se mantuvo en esos términos. Está escrita con gusto y da cabida a momentos muy cómicos, como los que la protagonista vive con los niños de sus vecinos ortodoxos, que a pesar de tener prohibido ver la tele se las apañan para colarse en casa de la madre de Noga cada dos por tres. También resulta agradable compartir los momentos que Noga vive con otros figurantes, observar cómo ruedan películas, cómo abordan esos micropapeles o asistir a la trastienda de estos procesos artísticos, que suelen permanecer ocultos para el público.
La sensualidad de la arpista se evidencia en varios momentos de la narración, que podrían haber llevado al personaje por un camino diferente al que toma el timón de la novela. Y es que hay algo que se oculta en la sinopsis y que es el meollo esencial de la novela: la maternidad, o mejor dicho, el hecho de no querer ser madre. Esto es lo que me ha disgustado de la novela, pues de alguna forma parece culpabilizarse constantemente a la protagonista (si bien de una forma muy delicada) del hecho de no haber querido ser madre. Su marido, Urías, la abandonó por ese motivo y se casó con otra mujer, parecida físicamente a ella y con la que sí pudo tener hijos. Luego fue a mostrárselos a sus antiguos suegros, con la evidente intención de demostrar que él no tenía la culpa de que no hubieran tenido niños. No obstante, Urías no duda en reaparecer cuando se entera de que Noga ha regresado a Jerusalén para reprochar lo que pasó (o no entre ellos) y exigirle el hijo que nunca tuvieron.
Noga es muy consciente de su decisión, del hecho de no querer tener hijos, pero todo lo que la rodea en esta novela parece conducirla de a cambiar de postura. Según iba leyendo el libro me preguntaba si alguien escribiría una novela en términos similares culpando a un hombre de cuarenta años de no querer ser padre, reprochándole su determinación. Creo que no. La maternidad es cosa de mujeres y el hecho de negarse a cumplir con el “destino” que una trae impuesto de serie, parece suscitar en el ambiente de la novela un afeamiento soterrado, un constante repiqueteo que le recuerda lo que todos esperaban de ella.
Es cierto que la postura de la familia es suave, pero no por ello deja de tejer una maraña de reproches que la golpea una y otra vez. Parece que se nos quiera hacer ver que Noga es figurante en su propia vida por el mero hecho de no querer tener hijos. ¿Son tus hijos los que te hacen persona, los que te dan protagonismo? Sinceramente (y como madre que soy) creo que no. Yo soy yo con o sin hijos, soy mujer no por el hecho de tenerlos, sino por como nací y como me siento y el hecho de no querer traer otra vida al mundo no me hace mejor ni peor persona.
Pero es que además me parece que hay alguna que otra trampa en la trama de la novela para conducirnos a condenar a Noga, y es que a la mitad de la novela aparece un aborto practicado en el pasado, al que no se había hecho referencia antes. ¿Qué se pretende con eso?, ¿afear su conducta? La maternidad como obligación vital teje un lazo obsesivo alrededor de la protagonista y pretende un cambio radical en Noga hasta el final, que no voy a desvelar (no soy tan mala persona). Solo diré que me parece carente de verosimilitud, en cuanto que una mujer (aún sin mucha cultura) sabe qué es lo que suele suceder durante el periodo en que una cree estar incursa en la menopausia y ahí lo dejo. La única excusa que puedo dar al desconocimiento que Noga parece tener de su cuerpo, es que ha sido creada por un hombre de ochenta años, pero es algo tan básico que cualquier mujer de su alrededor podría haberle aclarado.
Nos encontramos con una novela correctamente escrita, aunque repite algunos conceptos hasta la saciedad, con unos personajes interesantes, que de alguna forma cojean a la hora de ser reales. Una novela delicada pero que oculta una realidad agresiva hacia muchas mujeres: el imponer la maternidad como una manera de sentirse realizada.
Yehoshua, Avraham B. La figurante. Duomo ediciones, 2015.
Avraham B. Yehoshua (Jerusalén, 1936) es un novelista israelí, autor de nueve novelas, dos libros de cuentos y un ensayo. Todos han sido traducidos al español. Está comprometido con el proceso de paz entre Israel y Palestina. Vive en Jerusalén.