“La guerra en tiempo heterogéneo”, releyendo el capítulo 4
El capítulo 4 del libro de Carmen McEvoy Guerreros civilizadores, tiene un interés particular porque hurga en la historia “íntima” de la guerra: cómo se “vive” la guerra, contada por los soldados chilenos enviados al frente pero también el recuento que de la guerra construyen la prensa y las instituciones chilenas que se unen a los “esfuerzos” patrióticos (partes de guerra, sermones en el púlpito de las iglesias, textos en las escuelas, etc.), configurando posteriormente un “recuerdo” del conflicto armado.
Ese recuerdo se traduce en un logos, un razonamiento que busca y encuentra un sentido “civilizador” en la guerra que Chile emprende contra la “barbarie” en la que viven los pueblos del Perú y que servirá para legitimar la invasión y, posteriormente, la anexión de territorios de los países vecinos.
La lectura de este capítulo sirve de punto de partida para pensar ese discurso nacional presentado como “recuerdo” de “gestas” patrióticas en la Guerra del Pacífico, elaborado o acogido por los Estados nacionales, chileno y también peruano.
La Historia como recuerdo encubridor
Freud decía que los recuerdos solían ser encubridores. En un artículo que lleva este título, “los recuerdos encubridores”1 se refiere sobre todo a la memoria de los primeros años de nuestras vidas, donde el “olvido” es el dato relevante. El olvido y no el recuerdo, porque eso que llamamos “recuerdo” no es sino un resto, un algo que queda cuando apartamos del recuento que hacemos de nuestro pasado los hechos que podrían desequilibrar el relato de lo que somos en tiempo presente.
Para Federico García Serrano2, recuerdos cotidianos como un paseo por el parque, una tarde de sol pueden ser también aquellos donde “los elementos de la escena recordados no hacen sino encubrir los detalles significativos de una escena, inconscientemente omitidos por alguna razón que los convierte en verdaderamente significativos”.
Esta acechanza sobre nuestro Yo lo convierte en evento perturbador. Y es así como lo que “recordamos” actúa en realidad como una coartada.
Apartándonos de Freud y entrando a la Historia de las naciones y de los pueblos, se evidencia, primero, que el relato de las guerras suele ser la historia épica, la que produce el Estado y se reproduce en las escuelas, las iglesias, los cuarteles, en las oficinas públicas, en los parques.
Y esa épica es una historia llena de olvidos.
La Historia está plagada de relatos encubridores.
Lo que intenta Carmen Mc Evoy en su libro Los guerreros civilizadores es romper no solo con una pesada tradición historicista, sino con el discurso épico de los Estados, en este caso del Estado chileno y también del peruano. Un acercamiento a la historia como epopeya simplifica el relato de los “usos de la guerra”, advierte Mc Evoy. En cambio, la historia íntima de la guerra, digamos así, la de soldados y viudas, oficiales y camaradas de armas, permite echar una mirada no solo sobre la “urdimbre” del frente interno, como bien señala la autora, sino sobre esa experiencia humana, la de soldados en el desierto de Atacama, la de soldados vistos en el dilema moral de arrasar y cegar vidas en la sierra del Perú, esos relatos que de tan desgarradores, de tan deshumanizantes, de tan traumáticos para los combatientes e incómodos para los lectores patriotas puede resultar amenazante para la legitimidad histórica de los Estados.
La historia “pequeña” que propone Mc Evoy pasa por desenterrar esa experiencia traumática, que los Estados han retirado convenientemente de los libros escolares.
Lo que propone Mc Evoy es más que un buen propósito, es una empresa académica importante que, por lo demás, tiene cada vez más eco entre historiadores y productores de documentales que hoy intentan rescatar a las personas perdidas doblemente en los conflictos (pérdida de sus cuerpos, enterrados; pérdida del recuento de sus vidas consumidas en las trincheras, en los desfiladeros camino a la sierra, en el calor incandescente de Atacama, olvidados; todo cubierto por el manto cómplice del discurso patriótico de la prensa).
Un documental sobre la batalla de Sedan entre franceses y prusianos en la guerra de 1870, coloca como protagonistas, no al emperador y los reyes, sino a dos combatientes reales: uno, carpintero bávaro, y el otro, oficial del ejército francés, enemigos. Personajes que, a no ser por las cartas que escribieron a sus familias, hubieran permanecido enterrados en el mayor anonimato o a no ser una mención en una nómina de heridos.
El documental “La batalla decisiva de Sedan” (2006) de Jan N. Lorenzen y Hannes Schuler3 describe un libreto asombrosamente similar al descrito por Mc Evoy en el capítulo 4, “La guerra en tiempo heterogéneo”. Y es que los relatos de las guerras se parecen: las multitudes entusiastas gritan “¡hurra!” en la estación de tren en la Gare du Nord (París) o en el puerto de Valparaíso. El enemigo a abatir era una caricatura esbozada por la prensa, un personaje devorado por su propia codicia (Alemania) o barbarie (Perú) en las diatribas callejeras. En ese ambiente emocional fue fácil arrastrar a las masas a la guerra, felices. Pero luego, lo describe McEvoy en el mismo capítulo, viene el momento de las tribulaciones, el desierto de Atacama que quema, que lacera los pies de los soldados chilenos, ahoga y cierra los pulmones, mata. El insomnio en la víspera de la batalla, alistando el filo de la bayoneta.
El soldado que partió a la guerra perdió la ingenuidad. En algunos pocos casos desarrolla una consciencia crítica de la guerra. Volviendo al documental sobre la batalla de Sedan, es el caso del ebanista de Baviera que termina desengañado por la prédica militarista prusiana, tan lejos de la miseria del campo de exterminio.
Hay otros paralelos en el libreto de ambas guerras: el escarmiento del enemigo. Una condición exigida por canciller prusiano, Otto von Bismarck, además de la cuantiosa reparación de guerra, fue el ingreso del ejército confederado alemán a París. Las imágenes fotográficas del ingreso del ejército chileno a Lima no son muy distintas: una ciudad muda, fantasma, recibe al ejército invasor a puerta cerrada; banderas peruanas flamean en lo alto.
El recuento de la guerra que propone Mc Evoy, a ras del suelo, no solo denuncia los horrores de la guerra y sacude la ingenuidad de los relatos épicos, sino que pone en entredicho a los Estados nacionales que construyen las gestas.
La historia pequeña e ingrata
Una mirada a la historia “pequeña” revela cómo los libretos de la guerra se repiten. Pero no estamos obligados a repetir las guerras.
Un acercamiento entre las naciones pasa por el reconocimiento del pasado y esto lo propone también la autora de Guerreros civilizadores. Un acercamiento pasa, en términos freudianos, por volver a los episodios traumáticos de nuestro pasado republicano y descubrir los eventos inconfesables.
En las páginas de Guerreros civilizadores se descubre el horror. Después de la batalla de Tarapacá, “el mayor dolor de los sobrevivientes [chilenos] fue por los que no volvieron”. En Tacna, escribió José Trico, los chilenos no capturaron prisioneros. Los heridos fueron “muertos a culatazos”, como respuesta a lo que el enemigo hizo “previamente con los camaradas”.
Hoy es todavía inconfesable para el Estado chileno la política de tierra arrasada que practicó su ejército en la sierra peruana; como es embarazosa la mirada despectiva que se tenía del indio. El Perú “era civilizado solo en la costa”, escribió un chileno, “ya que en la sierra no se encontraba a nadie que se expresara en castellano. Todos los habitantes de la sierra eran “indios salvajes”, que hablaban únicamente quechua, vestidos de calzón corto de bayeta y en general “muy feos”.
Es una descripción en el texto que interpela al Estado chileno, que construye una empresa civilizadora y militarista, en el norte contra el Perú y Bolivia pero también en el sur. La conquista de la Araucaria se produce inmediatamente después del fin de la guerra del Pacífico. En diez años, Chile duplica su territorio.
Pero además, la mirada del soldado chileno de los “indios salvajes”, que hablaban únicamente quechua, vestidos de calzón corto de bayeta y en general “muy feos”, no nos resulta ajena. Podría ser también la mirada de un oficial del ejército peruano. De un gamonal que se enlista a defender la Patria con “sus” indios.
José María Arguedas nos interpela, una vez más. Escribe en Los Ríos Profundos4 “…hablo de los pongos, de los colonos de hacienda, de su escondida e inmensa fuerza, de la rabia que en la semilla de su corazón arde, fuego que no se apaga. Esos piojosos, diariamente flagelados, obligados a lamer tierra con sus lenguas, hombres despreciados”. Escrito en 1969, 48 horas antes de su suicidio, el 2 de diciembre. Es decir, casi cien años después de la Guerra del Pacífico.
Incomoda leer a Arguedas en este contexto, porque salimos del encuadre de víctimas y victimarios absolutos. Chilenos y peruanos. Y descubrimos una sociedad peruana también desgarrada por sus contradicciones. El texto de Carmen Mc Evoy intenta salir del relato épico de la guerra que es circular y es recitada ante el altar de la Patria. Lo que propone, tengo la impresión, es una lectura no declamada sino leída y razonada, dolida y lacerante. Y un juicio ciudadano.
¿La guerra ha terminado?
Recordar eso que permanece encubierto (los desastres de la guerra) es importante. Romper el círculo de las guerras épicas (y hemos tenido algunas) implica terminar con la amnesia. Aquí rescato el concepto de Roger Bastide, “la sociología del bricolaje”5, también mencionado por Mc Evoy. Dice Bastide para la religión que, para (re)construir una creencia hay que “remodelar” el espacio: es decir, que la topografía es un espacio imaginado (la “Lima Babilonia” de los chilenos, el “Huáscar cautivo”, de los peruanos, etc.).
En otras palabras, nuestros fantasmas existen y ocupan un espacio reconocible. El principal fantasma es la “derrota” que mora en Lima (Parque Reducto, Plaza Bolognesi, por ejemplo), y que perpetúan un duelo que es, en realidad, un estado de melancolía, vale decir, de inmovilismo respecto del pasado.
El texto de Carmen McEvoy pretende sacarnos del círculo de la derrota que se repite y abre otras posibilidades de vincularnos con la Historia. Por ejemplo, con la sociedad de castas de 1879 (recuérdese que los culíes recibieron al ejército chileno como liberador) y también valorar la inmensa reflexión de González Prada de pensar el Perú, sobreponiéndose al relato del Perú épico de finales del siglo XIX que era una narrativa estatal encubridora.
Notas
1. Freud, Sigmund (1917) “Duelo y melancolía”. Edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
2. García Serrano, Federico (2005) “Los recuerdos encubridores (1899): la obra más literaria de Sigmund Freud” (estudio crítico)”. Madrid: Universidad Complutense de Madrid. pp.1-24.
3. Lorenzen, Jan N., Schuler, Hannes (2006) « La bataille décisive de Sedan ». 51min59seg.
4. Gilly, Adolfo (2012) Diálogo con « Los ríos profundos” de José María Arguedas. En: Nueva Sociedad, marzo-abril.
5. Bastide, Roger (1970) Mémoire collective et sociologie du bricolage. En : Revista L’Année sociologique, vol. 21, 1970, pp. 65-108.
McEvoy, Carmen. Guerreros civilizadores. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2016.
Carmen McEvoy (Callao, 1956) es una reconocida historiadora, especialista de la historia política del Perú en la época republicana e inicios del siglo XX. Ha publicado numerosos libros y artículos en revistas. Es docente universitaria e investigadora.