El informe. Pequeña novela burocrática, de Ezio Neyra

El informe. Pequeña novela burocrática, de Ezio Neyra

El informe, de Ezio Neyra

El informe de Ezio Neyra: el expediente también sueña: anatomía de una fuga institucional

En El informe. Pequeña novela burocrática, Ezio Neyra nos entrega una obra que, bajo la apariencia de una sátira administrativa, y más allá de su evidente resonancia con la situación peruana, se convierte en una exploración profunda y universal del desencanto contemporáneo, la alienación institucional y la fragilidad del individuo frente al aparato estatal. A través de la historia de Felipe Documet, un peruano que regresa de Estados Unidos con la esperanza de reconectarse con su país y su madre enferma, Neyra construye un laberinto narrativo donde el lenguaje, el trámite y la espera se convierten en protagonistas sombríos de una comedia trágica.

La novela se inscribe en una tradición literaria que ha hecho de la burocracia un símbolo del absurdo existencial. Desde El proceso de Kafka hasta Bartleby, el escribiente de Melville, pasando por la desolación funcional de Houellebecq y el extrañamiento metafísico de Camus, El informe dialoga con estos referentes para construir una crítica feroz —y a la vez melancólica— del Estado como máquina de despersonalización.

Felipe Documet: entre el regreso y la disolución

Felipe, el protagonista, encarna el retorno como promesa y como trampa. Tras veinte años de éxito académico en EE.UU., vuelve al Perú con la ilusión de ocupar un cargo en el Ministerio de Cultura. Pero lo que encuentra es un sistema que no lo reconoce, que lo diluye en trámites, protocolos y silencios. Su experiencia recuerda a la de Josef K. en El proceso, atrapado en una lógica institucional que nunca se explica del todo, pero que lo consume por completo (siendo él el documento, así como parece predecirlo su apellido).

La novela no se construye sobre grandes eventos, sino sobre la acumulación de gestos mínimos: la redacción de un informe que nunca se termina, la espera de una firma, la reparación de un baño que no tiene solución, la búsqueda de un documento que nadie sabe dónde está. Esta microfísica del poder burocrático revela una violencia sutil, una forma de tortura administrativa que no necesita golpes para destruir la voluntad.

El informe como objeto fantasma

El título de la novela —El informe— funciona como símbolo de una tarea que se convierte en obsesión, en condena. A falta de ilusiones de grandes cambios en los museos del país, Felipe debe redactar un informe sobre la situación pesquera artesanal del país, pero pronto descubre que no hay datos, que nadie sabe qué debe contener, que el documento es más una ficción que una herramienta. El informe se convierte en un objeto fantasma, como el expediente de El proceso, que existe pero nunca se revela del todo.

Esta lógica recuerda también a Bartleby, el escribiente, cuya negativa a cumplir tareas («Preferiría no hacerlo») desarma el sistema desde dentro. En El informe, sin embargo, no hay resistencia explícita: Felipe no se niega, pero tampoco logra avanzar. Su parálisis es inducida por el sistema, que lo convierte en espectador de su propia inacción. La burocracia, aquí, no necesita castigar: basta con diluir.

Lenguaje, opacidad y la estética del trámite (con sus contracaras onírica, humorística y filial)

Uno de los logros estilísticos más notables de El informe es la construcción de un lenguaje que reproduce la opacidad burocrática sin caer en la parodia fácil. El narrador —en tercera persona, pero con una cercanía casi claustrofóbica a Felipe— describe con precisión los gestos, los silencios, las frases hechas del mundo institucional. Hay una estética del trámite, una poética del formulario, donde cada palabra parece redactada para no decir nada. Esta retórica administrativa, con sus resoluciones, memorandos y cargos rimbombantes, recuerda a los pasajes más densos de Kafka, donde el lenguaje se convierte en obstáculo más que en medio, en una forma de violencia simbólica que diluye al sujeto en siglas y protocolos.

Pero Neyra no se limita a esta textura gris. La novela despliega varias contracaras que desestabilizan la solemnidad del aparato estatal: los sueños narrados en primera persona, los intercambios cómicos del grupo de WhatsApp institucional y los mensajes de la enfermera que cuida a la madre de Felipe. Cada uno de estos registros introduce una fuga simbólica distinta: el inconsciente, la risa y el deber afectivo.

Los sueños, que irrumpen como interludios oníricos, están escritos en un registro íntimo, fragmentado, casi poético. En ellos, Felipe se convierte en pez, en niño, en espectador de escenas absurdas que condensan su ansiedad y su deseo de fuga. Esta voz en primera persona rompe con la lógica del trámite y revela una subjetividad que el lenguaje institucional intenta borrar. Es como si el inconsciente se rebelara contra el formulario, como si el sueño fuera el único espacio donde Felipe puede decir “yo”.

Por otro lado, las conversaciones de WhatsApp del grupo de trabajadores —llamado con ironía “Amigues y rivales”— introducen una dimensión cómica y burlona que desarma la solemnidad del aparato estatal. Los memes, los chistes internos, las frases en jerga limeña, las respuestas pasivo-agresivas y los emojis funcionan como válvulas de escape frente a la rigidez institucional. Este humor no es evasión, sino resistencia: una forma de sobrevivir al absurdo desde la risa. En este sentido, Neyra se acerca a la tradición de la sátira burocrática latinoamericana, pero con una sensibilidad contemporánea, digital, donde el WhatsApp reemplaza al café de oficina como espacio de catarsis.

Y en un registro completamente distinto, los mensajes de WhatsApp que Felipe recibe de la enfermera que cuida a su madre enferma introducen una voz de deber, de cuidado, de urgencia afectiva. Esta mujer, de nombre Gladys, escribe con una mezcla de formalidad y preocupación genuina: le recuerda a Felipe que debe visitar a su madre, que la salud se deteriora, que hay decisiones que no pueden postergarse. Su tono contrasta con el lenguaje administrativo y con el humor institucional: no hay ironía, no hay trámite, solo humanidad. Es la voz del deber filial, la que recuerda que más allá del cargo, del informe y del grupo de WhatsApp, hay una madre que espera.

La coexistencia de estos cuatro registros —el lenguaje administrativo, la voz onírica, el humor digital y el deber afectivo— construye una polifonía que enriquece la novela. El trámite no es solo opacidad, también es escenario de deseo, de risa, de culpa. Felipe no se reduce a su cargo, ni a su informe: sueña, se burla, duda, y es interpelado por la enfermedad de su madre. Y en esa tensión entre el lenguaje que lo nombra y el lenguaje que lo escapa, El informe encuentra su potencia simbólica y su humanidad.

Houellebecq y la desolación funcional: del territorio pesquero al mapa existencial

La figura de Felipe Documet en El informe encuentra un eco inquietante en Jed Martin, protagonista de El mapa y el territorio de Michel Houellebecq. Ambos son profesionales exitosos que, al alcanzar cierto reconocimiento, se enfrentan a una forma de desubicación radical: no saben qué hacer con el prestigio, ni con el cargo, ni con el tiempo. En lugar de plenitud, encuentran una deriva silenciosa, una especie de vacío funcional que los convierte en testigos de su propia irrelevancia.

Jed Martin es un artista que fotografía mapas Michelin y luego retrata figuras del mundo profesional. Su obra, aunque celebrada, se convierte en una meditación sobre la desaparición del trabajo como fuente de sentido. En El informe, Felipe es nombrado director de Pesca Artesanal sin saber nada de pesca, y su tarea —redactar un informe que nadie espera, sobre una realidad que nadie conoce— se convierte en una performance institucional del sinsentido. Ambos personajes encarnan el colapso de la lógica vocacional: el trabajo ya no es expresión del deseo, sino asignación arbitraria.

Houellebecq construye en El mapa y el territorio una estética del deterioro: los espacios son impersonales, las relaciones son funcionales, el lenguaje es plano. Neyra, en cambio, introduce una textura más disonante: a la opacidad burocrática le contrapone sueños, humor y afecto. Pero en ambos casos, el mundo profesional aparece como un escenario de desgaste, donde el individuo no se realiza, sino que se disuelve.

La relación entre mapa y territorio en Houellebecq —esa tensión entre representación y experiencia— encuentra un paralelo en El informe entre el documento y la realidad. El informe que Felipe debe redactar no representa nada: no hay datos, no hay diagnóstico, no hay política pública. Es un mapa sin territorio, una ficción administrativa que se escribe para cumplir con una lógica interna del Estado. Como los mapas de Jed Martin, el informe no sirve para orientarse, sino para exhibir una forma de poder que ya no necesita contenido.

Además, ambos autores comparten una mirada desencantada sobre el Estado. En Houellebecq, el Estado aparece como una estructura que sobrevive por inercia, sin proyecto. En Neyra, el Ministerio de la Producción es una máquina de nombramientos, donde el viceministro “solo está para firmar” y los ministros cambian antes de conocer a sus funcionarios. La política se reduce a trámite, y el trámite a simulacro.

Finalmente, tanto Felipe como Jed son figuras que se enfrentan al envejecimiento, al cuerpo, a la muerte. En El informe, la enfermedad de la madre introduce una dimensión ética que desestabiliza el relato institucional. En El mapa y el territorio, la vejez y la desaparición de Houellebecq como personaje marcan el límite de la representación. En ambos casos, el cuerpo aparece como lo que no puede ser administrado, lo que escapa al mapa, al informe, al sistema.

Camus y el absurdo como forma de vida

La dimensión filosófica de El informe se revela en la relación entre Felipe y el absurdo. Como Meursault en El extranjero, Felipe no se rebela contra el sistema, pero tampoco lo acepta. Su actitud es ambigua, flotante, casi espectral. El informe que debe redactar es su piedra de Sísifo: cada día lo intenta, cada día fracasa, y sin embargo sigue.

Camus decía que el absurdo no está en el hombre ni en el mundo, sino en su confrontación. En El informe, esa confrontación se da en la oficina, en el pasillo, en el archivo. El Estado es el escenario del absurdo, y Felipe es su actor involuntario. La novela no propone una salida, pero sí una mirada: la conciencia del absurdo como forma de resistencia silenciosa.

La burocracia como dispositivo narrativo

Más allá de su contenido, El informe propone una forma narrativa que reproduce la lógica burocrática. El ritmo es lento, repetitivo, casi hipnótico. Los personajes secundarios —funcionarios, secretarias, jefes— no tienen profundidad psicológica, pero sí una función precisa: obstaculizar, desviar, confundir. La novela se convierte así en una máquina narrativa que imita la máquina estatal.

Este dispositivo recuerda a las novelas de Kafka, donde el espacio institucional es un laberinto sin centro. Pero Neyra introduce una dimensión local: la burocracia peruana, con sus particularidades, sus informalidades, sus contradicciones. El Ministerio de Pesquería no es solo un símbolo, sino un espacio concreto, reconocible, que añade una capa de crítica social a la dimensión filosófica.

El cuerpo, la enfermedad y la madre

Un elemento que atraviesa la novela es la enfermedad de la madre de Felipe. Su deterioro físico resuena con la parálisis institucional del país, y añade una dimensión afectiva al relato. Felipe no solo lucha contra el sistema, sino contra el tiempo, contra la muerte, contra la distancia emocional. La madre aparece como figura de lo perdido, de lo que no se puede recuperar ni con trámites ni con informes. Más allá de la Madre Patria que se diluye, es también la Madre Tierra que agoniza y la fantasía del regreso al origen del todo que se desvanece.

Este vínculo recuerda a la relación entre Meursault y su madre en El extranjero, donde la muerte no genera catarsis, sino extrañamiento. En El informe, la madre es también un símbolo de lo que el Estado no puede administrar: el afecto, la memoria, el duelo.

Conclusión: una novela para leer entre trámites

El informe es una novela que exige paciencia, como los trámites que describe. No ofrece giros espectaculares ni revelaciones dramáticas, pero sí una mirada aguda, irónica y profundamente humana sobre el Estado, el individuo y el tiempo. Ezio Neyra ha logrado construir una obra que dialoga con los grandes referentes del absurdo y la alienación, pero que también se inscribe en una tradición latinoamericana de crítica institucional.

Leer El informe es como esperar en una oficina pública: hay que soportar la lentitud, la repetición, la incomodidad. Pero al final, lo que se obtiene no es un documento, sino una conciencia: la de vivir en un mundo donde el trámite ha reemplazado al sentido, y donde escribir —como redactar un informe— soñar y cuidar a la madre (en todos sus sentidos), puede ser un acto de resistencia silenciosa.

Neyra, Ezio. El informe. Pequeña novela burocrática. Pesopluma, 2025.

Foto del autor: El Comercio


Ezio Neyra es escritor, académico y gestor cultural peruano. Ha publicado cuatro novelas entre las que destacan Todas mis muertes (2006) y Pasajero en La Habana (2017).

Acerca de Sophie Canal

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