Me gustan los atardeceres tristes, de Carmen Ollé

Me gustan los atardeceres tristes, de Carmen Ollé

Me gustan los atardeceres tristes, de Carmen Ollé

¿Cómo abordar un libro donde desde el principio la autora declara haberlo escrito sin rumbo?

El libro anterior, Destino: vagabunda nos habría podido dar un avant-goût (un anticipo) del actual, dado que ambos juntan recuerdos, referencias literarias, artículos, testimonios, ensayos, fragmentos de la obra de la propia autora, así como reflexiones sobre su evolución literaria, en un entramado híbrido muy a la Carmen Ollé.

Pero la originalidad de Me gustan los atardeceres tristes es que se ciñe a un solo tema, la muerte y que,luego de abrir la narración con la muerte de una niña, se extiende a No una sino muchas muertes, recordando a Enrique Congrains, muertes de personas conocidas y desconocidas, reales y literarias.

¿Sin rumbo, entonces? Quizás si entendemos como rumbo la construcción previa del discurso literario.

Pero escribir memorias es contar sin la tendencia de la mente a funcionar en piloto automático, con asociaciones de ideas, con aparente discontinuidad y fragmentación, cuando en realidad el hilo sigue su curso y se ramifica en una construcción muy parecida a la de una tela de araña.

¿Cómo teje su tela la araña?  Primero libera desde su abdomen un hilo pegajoso a partir del cual, desde este centro, teje hilos radiales hacia afuera.

Y luego de sujetar la tela a un objeto, una esquina o una rama, esta insólita arquitecta elabora una espiral de contorno para unir los hilos radiales.

Y va y viene, soltando más y más hilos que, por más alejados que estén del centro, siguen todos unidos a él y entre sí.

Y así funciona Me gustan los atardeceres tristes.

La muerte es aquel centro pegajoso que Carmen Ollé no soltará en ningún momento ampliándolo con artículos, recuerdos, correos personales, escenarios geográficos o históricos, fragmentos de obras suyas y ajenas, con los que dialoga, reflexiona, en esta estrecha relación entre lo personal y lo literario que, para Carmen, viene a ser lo mismo.

Y ella, como la araña, hilvana, va tejiendo su hilo narrativo pasando de vivencias personales a muertes reales y literarias, en un recorrido polifónico artísticamente necrológico, que la lleva a reflexionar:

sobre personas a las que conoció y que murieron antes de tiempo (en su mayoría mujeres), sea por enfermedad(su amiga la escritora Pilar Dughi), sea por suicidio (una ex amiga de colegio, Ada Debernardis; Beto el hijo de una alumna suya), sea por accidente:  el ahogamiento de Pamela de 15 años que se convierte en el alfa de la narración, pues con ella empieza el libro y hacia ella regresa siempre.
Reflexiona también sobre un desconocido -un joven chino que se suicida al ser rechazado por sus padres- de cuya muerte se entera por el periódico.
Y reflexiona sobre muertes relacionadas con la literatura: las de protagonistas sujetos de biografía (caso de «Dora Bruder» de Patrick Modiano), las de personajes de ficción (Zilphia del cuento «Miss Zilphia Gant» de William Faulkner, «Señorita Farris» de Alice Munro, Mina de Drácula de Bram Stoker), o las de autoras y autores  (Silvia Plath, Emily Dickinson, Irene Nemirovski, Romain Gary, Sarah Kane) etc

Muertes que según dice “fustigan su memoria” y marcan el rumbo de sus reflexiones.

Volviendo a nuestra tela de araña, el punto de partida es la muerte por ahogamiento de Pamela, una adolescente de 15 años, conocida por la autora, muerte que va pegada al recuerdo de Pilar Dughi, para luego pegarse a lo literario en una multiplicidad de hilos radiales que cuentan otras muertes.

Y de esos hilos radiales, parten los hilos de espiral que colocan las muertes en sus contextos tanto geográficos como históricos.

La muerte accidental de Pamela ahogada en la playa la Chira lleva a una espiral de playas, tanto la de la Herradura adonde su madre la llevaba con sus hermanos en verano, como las playas de espacios literarios: la de Pucusana, la de Punta Negra, la de Punta Sal en el norte, con sus respectivos autores: Mariella Sala, Carlos Calderón Fajardo, Julio Ramón Ribeyro, Pilar Dughi, todas asociadas a contextos sociales, pues no es lo mismo la playa de Agua dulce que la del Club Regatas.

Desde las primeras líneas, al mencionar el ahogamiento de Pamela, Carmen Ollé pregunta ¿Qué significa la muerte? Y, sobre todo, en qué consiste el acto de morir?      

Interpela la necesidad de entender la muerte, de domesticar esas muertes ocurridas en la soledad buscando el detalle que permitiría acercarse lo más posible a quienes fallecieron: Lo peor es olvidarse de los detalles, por ejemplo el timbre de la voz, la marca de una colonia. Y hablando de su amiga de colegio Ada, dice “tal vez si hago 1 esfuerzo consiga evocar la sensación que oírla me provocaba”.

A falta de detalle, queda imaginar lo desconocido, lo que sintieron, el clima de aquel día, tal como lo hace Patrick Modiano en su novela tanto biográfica como autobiográfica Dora Bruder, al investigar sobre Dora, una adolescente judía de 15 años, desaparecida en 1941, en una Francia ocupada por los nazis. Y de la misma manera que Modiano se pregunta por el tiempo el día de la fuga de Dora, Carmen Ollé declaraYo misma me he preguntado sobre el tiempo que hizo el día en que Pamela se ahogó.

También se planteó la pregunta la escritora Irene Nemirovsky, también judía, también muerta en deportación como Dora, al imaginar en su novela Nieve en otoño, la muerte por ahogamiento en el río Sena de su vieja niñera.  

Entrar en detalles concretiza los momentos previos e incluso el instante mismo de la muerte y facilita entrar en conexión y empatía con las personas mencionadas.

En Me gustan los atardeceres tristes, Carmen Ollé humaniza la muerte, le resta dramatismo incorporando anécdotas al punto de que aparezca como un suceso más.

Por haberlo experimentado, sabe del vacío de la pérdida, de los recuerdos que nos confrontan a nosotros mismos y a cómo reaccionamos frente a la enfermedad y pérdida de seres cercanos.

Inherente al tema central, y habiendo ya fallecido los progenitores, la autora aborda también el tema álgido de las relaciones padres / hijos en sus correos con Pilar Dughi y al hacer el recuento de la corta infancia de Pamela.

Pero por más que su reflexión enfoque sucesos personales, familiares, amorosos reales o soñados (estosúltimos siempre fallidos), termina desembocando inevitablemente en la literatura.

Son muchas las muertes propias de la literatura romántica, mayormente por suicidio. Basta con mencionar a Emma Bovary, Ana Karenina, etc), así como lasmuertes posteriores de autores: Sylvia Plath, Romain Gary, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Hemingway, Virginia Woolf; y las muertes precoces de seres geniales desarraigados y marginales como Modigliani o Arthur Rimbaud que ejerce sobre Carmen una fascinación especial al punto de concluir el libro con el bellísimo poema “Le dormeur du val” (El durmiente del valle).

En ese fluir constante entre muertes reales y muertes literarias aparece el tema del mal. ¿Qué es el mal para nosotros? pregunta Carmen.

El mal, inspiración de obras literarias en siglos pasados, especialmente el XIX, con La piel de Zapa de Balzac, El retrato de Dorián Grey de Wilde, el Fausto de Goethe, pierde en el siglo XX su carácter mítico y cobra cuerpo con los totalitarismos y el nazismo.

La referencia al libro de Modiano y el paralelismo entre Pamela y Dora lleva a Carmen Ollé a recordar a escritores víctimas de la ocupación nazi:

la escritora Irene Nemirovsky que, igual que Dora Bruder muere en campo de concentración;
Walter Benjamín que se suicida camino al exilio
así como a los que sobrevivieron a un holocausto grabado en su piel: entre otros Joseph Roth e Imré Kertesz escritor húngaro, preso en Auschwitz.

En Destino: vagabunda Carmen confiesa que de joven tenía mucho miedo a morir.

No sé si logró exorcizar su miedo con Me gustan los atardeceres tristes, pero su manera no convencional de hablar de la muerte, como si, misma Alicia en un mundo sin maravillas, quisiera pasar del otro lado del espejo para acercarse a tantos fallecidos, es una manera de devolverles vida porque mientras se hable de los muertos, no mueren del todo.

Marguerite Yourcenar dijo: Uno solo muere cuando está solo.

Por ello, al recordarlos y juntarlos en este libro lleno de sensibilidad y agudeza literaria, Carmen Ollé les da una segunda vida a Pilar Dughi, a Pamela, a Ada, a Beto, a Dora Bruder, a Irene Nemirovsky y a tantos otros.

Ollé, Carmen. Me gustan los atardeceres tristes. Peisa, 2025.


Carmen Ollé, narradora y poeta, autora de una obra rica y potente, es una de las voces narrativas y poéticas más importantes del Perú.

Acerca de Christiane Félip-Vidal

 

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