Mientras huya el cuerpo, de Ricardo Sumalavia

Mientras huya el cuerpo, de Ricardo Sumalavia

Mientras huya el cuerpo: la reinvención de los márgenes entre ficción y no ficción

Cuando comencé a leer Mientras huya el cuerpo de Ricardo Sumalavia, entendí que sería una novela detectivesca, puesto que abre con un relato perfectamente equilibrado en los elementos narrativos propios del género: un policía retirado que vuelve a las pistas, a propósito de un caso de crimen pasional, en el que termina involucrándose más de la cuenta. Mi sorpresa vino más adelante, cuando terminadas las diez primeras páginas, un giro narrativo traslada el relato detectivesco al testimonio personal de un narrador distinto, descrito con una tipografía distinta, en un tiempo y espacio también distintos. 

¿Qué es, entonces, Mientras huya el cuerpo? Es aventurarse a recorrer un camino narrativo tejido por capas ¿Qué nos muestran estas capas? una novela policial, por una parte, y la experiencia de crearla, por otra. 

Sobre el primer punto, nos encontramos con Apolo, personaje principal del cuento que abre la novela. Un ex teniente de policía que trabaja como detective privado, amante de la leche con Cocoa y de los objetos pequeños, sobre todo aquellos que alojan memorias. A petición de la madre de la víctima, Apolo se sumerge en el caso de Rebeca, asesinada por su pareja, Braulio, quien termina suicidándose luego de cometer el crimen. En su intento de investigación, Apolo se inmiscuye en la residencia de ambos, donde por vicisitudes de la vida, termina maniatado. Ese estado de inmovilidad en el centro del departamento, da paso al desarrollo del ambiente psicológico del personaje, mismo ambiente que permeará la obra completa; soliloquios, pensamientos intrusivos, nostalgia, perspicacia y reflexión. Por medio de un ejercicio de introspección, Apolo urde teorías y recuerdos en torno a la difunta pareja, las que terminan siendo un reflejo a la vez de su propia historia. En este lugar, que resulta ser un espacio representativo de violencia y muerte, tópicos principales de la obra, se dedica a observar y analizar la vida a través de aquellos objetos que lo rodean, siendo estos quienes ahora nos cuentan una historia. La Cocoa, las cajitas musicales y las fotografías de antaño, son pequeños tesoros que forman el imaginario vivido de aquellas voces ausentes.

Volvamos a las capas, las de la ficción y la no ficción. Para adentrarnos, es indispensable hablar de Apolinario, figura central del relato que sucede al cuento. Un policía retirado con una visión aguda sobre la muerte, suegro del narrador e influencia principal en la creación de Apolo. Apolinario entiende la vida desde su cruda experiencia sobre la violencia. Apolinario es parco, distante y práctico, una antítesis de Apolo y acaso, un alterego implícito del narrador. ¿Por qué hablo de narrador y no de autor? Por respeto a la meticulosa fineza con que son zurcidos los límites entre realidad y ficción. Pensar que quién narra es el autor, es simplificar una novela compleja en la profundidad con que aborda los márgenes. En esta línea, las remembranzas de su vida construyen una visión de mundo tejida de pasado y nostalgia. La relación Apolo-Apolinario es, por lo tanto, la representación más honesta de esta dicotomía, ya que encarna el paso de la idea al hecho, o más bien, de lo real a lo creado-imaginado.

Sujeto a lo mismo, encontramos la dedicación por retratar los escenarios que fueron fuente de inspiración. Sobre todo, en aquellos pasajes donde se describe, a través de saltos temporales por las diferentes etapas de su vida, la historia del narrador y la forma en que aquellas vivencias se van interconectando con el cuento inicial. La selva peruana de Iquitos, las citas literarias e incluso el caso real del que se tomó para el desarrollo del crimen del cuento, reportado en un noticiero peruano.  El juego de traslación entre ambos escenarios, lo real y lo creado, elevan la obra más allá de la mera novela negra, hacia un espacio de desborde, entendido como el traspaso de los límites textuales, amalgamados entre el cuento, la crónica y la autobiografía, o más bien, las memorias, tanto en el ámbito literario, como también personal, lo que enriquece sobremanera el metarelato en su conjunto.

Me quiero detener especialmente en el retrato de la Lima de antaño, donde el ejercicio de repensar la infancia en busca de sabores, objetos y voces, tributa a la experiencia nostálgica de lectura. Pasear por los antiguos edificios del centro, los amplios corredores, la ciudad vista desde los ojos de un niño asombrado ante la inmensidad del lugar, señalan la profundidad de esa excursión a un pasado que sigue siendo parte de la construcción de un presente dentro de la trama. Es aquí donde la Cocoa y los objetos vuelven a cobrar importancia para comprender los cruces dicotómicos entre la ficción y la no ficción, pues se les da un lugar y un significado dentro del relato experiencial. Ambos espacios van convocando elementos propios del argumento, atando lo personal a lo creado, como un pacto que es tanto tácito, como explícito. Pues aquí, el límite de lo que es entendido como vivencia, se acerca y escabulle profusamente en la subjetividad propia de la ficción.  

El dinamismo con que se instala la lectura entre esta dualidad, se alza aún más con las Sesiones, fragmentos insertados de forma aleatoria a lo largo de la novela, que aportan una nueva dimensión a la obra, contándonos una historia distinta, la del secuestro de dos mujeres, narrado por su propio victimario. Y volvemos al concepto de la muerte, esta vez desde la ausencia. La nula voz de las secuestradas dentro del fragmento, subraya la idea de que la muerte puede ocurrir mucho antes de que se produzca físicamente. Asimismo, la figura masculina simbolizando la opresión a través de los signos de violencia: el secuestro, el aborto forzado, la eliminación de su identidad al cambiarle el nombre por “Gusanita”, la infantilización y la agresión física, sexual y psicológica, concluyen en uno de los escenarios más escabrosos de la obra, donde la violencia de género se representa como otro eslabón de la cadena de subyugación que define el imaginario social de la trama misma.

De esta forma, los espacios, las ausencias, la muerte, la violencia, la nostalgia, las voces y, sobre todo, los difusos márgenes entre realidad y ficción, constituyen la base de una novela que exige una lectura activa y atenta, donde el lector pasa a ser un Apolo más en busca de las pistas que conecten los relatos. Las piezas que Ricardo Sumalavia nos proporciona en forma de personajes, objetos, lugares y añoranzas. Una novela brillante, que eleva el género policial y reinventa el metarelato.

Sumalavia, Ricardo. Mientras huya el cuerpo. Seix Barral, 2023.


Ricardo Sumalavia (1968) es escritor, crítico literario y académico peruano. Doctor en Letras por la Universidad de Burdeos, ha publicado novelas y libros de relatos, entre ellos Que la tierra te sea leve (2008), Historia de un brazo (2019) y No somos nosotros (2022). Su obra ha sido traducida a varios idiomas y se caracteriza por explorar lo fantástico, lo fragmentario y las atmósferas oníricas. Sumalavia ha ejercido la docencia en universidades de Perú y Francia, y actualmente es profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde dirige la Maestría en Escritura Creativa.

Acerca de Catalina Gonzáles

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