Grietas emocionales que desgarran la cotidianidad. Comentarios a la obra La edad del desconsuelo de Jane Smiley
En La edad del desconsuelo (Smiley, J., 2019, Editorial Sexto Piso), Jane Smiley explora las complejidades de la mente humana y la fragilidad emocional dentro de un matrimonio. Aunque, en un primer momento, la obra podría parecer centrada en la sospecha de infidelidad, en realidad se trata de un viaje íntimo de autodescubrimiento, donde el protagonista, Dave, enfrenta el derrumbe inminente de su relación y el profundo desasosiego que ello despierta en su interior.
La historia transcurre en la rutina diaria de una pareja que, además de compartir su oficio como dentistas, se ocupa de criar a sus tres hijas (Lizzie, Stephanie y Leah). Todo parece ir sin contratiempos hasta que, en un punto crucial del relato, Dana, la esposa, pronuncia una frase que marca un antes y un después: “Nunca más volveré a ser feliz”. Esta confesión, que llega como un golpe inesperado, no solo revela la desolación de Dana, sino que también siembra en Dave una inquietud que lo devora por dentro. Desde ese instante, se ve atrapado en un espiral de dudas, enfrentando preguntas que lo llevan a cuestionar su propia vida, su matrimonio y quién es en realidad.
Dana, sumida en la monotonía de una vida que aparenta ser impecable, expone las fisuras que también empiezan a emerger en el mundo interior de su esposo. Su confesión no solo desvela un profundo malestar, sino que personifica el vacío existencial que, según Kierkegaard, acompaña la vida moderna: esa angustia que nace de la confrontación con la aparente futilidad del deseo y la rutina. La declaración de Dana pone al descubierto una paradoja fundamental: en medio del confort y las certezas adquiridas, surge el abismo del sinsentido, ese vértigo del que hablaba Nietzsche al señalar la fragilidad de los valores que, por años, hemos dado por sentados. Es como si, al expresar su desdicha, Dana rompiera el hechizo de la aparente armonía, desvelando que la felicidad, tan ansiada y perseguida, puede ser tan efímera como una ilusión.
Este momento de revelación recuerda las reflexiones de Virginia Woolf, quien afirmaba que “la vida es un constante estado de pérdida”, sugiriendo que la plenitud nunca es un destino alcanzable. Dana se convierte así en un símbolo de esa inquietud que todos llevamos dentro: la sensación de que, bajo la superficie pulida de la vida cotidiana, laten deseos insatisfechos y sueños que se disuelven como arena entre los dedos. En esta misma línea, la autora refleja un sentimiento presente en muchas vidas contemporáneas. El personaje que Dave representa podría considerarse un espejo de lo que muchas personas enfrentan al llegar a la llamada “edad del desconsuelo”. Como expresa una cita reveladora:
Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo. Otros llegan antes. Casi nadie llega mucho después. No creo que sea por los años en sí, ni por la desintegración del cuerpo. La mayoría de nuestros cuerpos están mejor cuidados y más atractivos que nunca. Es por lo que sabemos, ahora que —a nuestro pesar— hemos dejado de pensar en ello. No es sólo que sepamos que el amor se acaba, que nos roban a los hijos, que nuestros padres mueren sintiendo que sus vidas no han valido la pena. No es sólo eso, a estas alturas tenemos muchos amigos y conocidos que han muerto; todos en cualquier caso, tendremos que enfrentarnos a ello, antes o después. Es más bien que las barreras entre nuestras propias circunstancias y las del resto del mundo se han derrumbado a pesar de todo, a pesar de toda la educación recibida.
La autora se sumerge en los abismos de la psique de su protagonista, quien intenta sostener la fachada de una estabilidad familiar mientras, en su interior, todo se desmorona. A través de esta lucha, emergen crisis existenciales profundas, reflejando lo que Jean-Paul Sartre describió como “la condena de ser libre”: ese enfrentamiento con el vacío que surge al tener que reinventarse constantemente ante la pérdida de las certezas que antes parecían inquebrantables. En la historia de Dave, la disolución del amor no solo representa la ruptura de un vínculo, sino también el colapso de las bases que sustentaban su identidad y sentido de vida. La travesía de Dave, lejos de ser un simple desconsuelo personal, encarna la eterna búsqueda humana de significado. Esta confrontación con el dolor evoca la reflexión de Albert Camus sobre el absurdo: ese choque entre el deseo de encontrar sentido y la indiferencia del universo. La descomposición emocional que experimenta el protagonista no es tanto un final, sino un punto de inflexión, donde la crisis revela la necesidad de reconstruir un sentido propio en medio del caos.
La edad del desconsuelo se presenta como un testimonio de cómo la aparente normalidad puede convertirse en el escenario de un drama devastador. En este entorno cargado de tensiones subyacentes, las hijas de Dave adquieren un significado simbólico que trasciende su mera presencia en la trama. Cada una de ellas representa un sentido —la vista, el oído, el tacto—, convirtiéndose en un reflejo sutil de las fisuras invisibles que comienzan a fracturar la mente de su padre. Estas figuras operan como espejos que, de manera inconsciente, revelan las inseguridades y temores más profundos de su progenitor, una idea que ha sido explorada por el psicólogo Carl Jung. La inocencia infantil se contrapone a la desesperación de la vida adulta, recordándonos que, como afirmó el filósofo y educador John Dewey, “la educación no es preparación para la vida; la educación es la vida misma”.
La obra también invita a reflexionar sobre la naturaleza del amor y cómo este puede ser desplazado por el desconsuelo y la decepción. Como dijo el poeta Pablo Neruda, “el amor no se mira, se siente, y aún más cuando está lejos”. Esta concepción del amor nos lleva a cuestionar si, en momentos de crisis, podemos redescubrir el amor en su forma más auténtica, o si, por el contrario, la pérdida de la felicidad conyugal es irreversible. La obra de Smiley se inserta en una tradición literaria que explora la condición humana en tiempos de crisis. El desconsuelo de Dave se convierte en un reflejo de las batallas existenciales que muchos enfrentan en la vida moderna. La constante búsqueda de sentido y la lucha por ser auténtico son temas recurrentes en los escritos de autores como Albert Camus, quien afirmaba que “la lucha misma por llegar a las cimas ya basta para llenar un corazón de hombre”.
Este libro, a pesar de su concisión, deja una marca perdurable en el lector. En lugar de ofrecer respuestas claras, Smiley nos invita a reflexionar sobre las interrogantes que surgen al confrontar nuestra propia finitud: ¿En qué momento de nuestras vidas comenzamos a ser conscientes de que el tiempo avanza de manera inexorable hacia su final? ¿Cuándo comprendemos que la vida que estamos viviendo, con todas sus luces y sombras, es la única que realmente poseemos? La novela se convierte, así, en un espejo donde reflexionamos sobre la inevitabilidad de la pérdida y la desilusión, planteando que, como bien señaló Søren Kierkegaard: “La vida solo puede ser entendida mirando hacia atrás, pero debe ser vivida mirando hacia adelante”.
Smiley, Jane. La edad del desconsuelo. Editorial Sexto Piso, 1987.
Jane Smiley nació en Los Ángeles, California, en 1949. Es autora de una veintena de obras de ficción y ensayo. Recibió el el Premio Pulitzer de narrativa y el Premio Nacional de la Crítica por su novela Heredarás la tierra (1991). Entre otras obras ha publicado La edad del desconsuelo (1987), The Greenlanders (1988) y, en los últimos años, la trilogía formada por Some Luck (2014), Early Warning (2015), y Golden Age (2015). Desde 2001 forma parte de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras.