Kuna de tierras altas, de Edith Vega-Centeno Chávez

Kuna de tierras altas, de Edith Vega-Centeno Chávez

Kuna de tierras altas, de Edith Vega-Centeno Chávez

Kuna de tierras altas (Hanan Harawi, 2024), primer libro publicado por Edith Vega-Centeno Chávez, consta de cuatro secciones: Willka kuna (relativo a lo sagrado), Kawsaykuna (vidas, vivencias), Sirkakuna (venas) y Munaykuna (abrir los corazones)

El libro está dedicado a todos los miembros de su familia/ayllu: su madre, padre, hija, hermanos y, de manera especial a su mamita María y a todo su ayllu Apaza, “por abrirme los ojos y el corazón”, frase que remarca la  presencia y reconocimiento por la compañía y aprendizaje de las y los hermanxs de tierras altas, sobre todo de María Apaza abuela sabia de 95 años de edad, Altomisayoq, autoridad espiritual, de la nación Quero.

El poemario se inicia con un epígrafe de Borges: “El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho,/ es un río que me arrebata,/pero yo soy el río;/ es un tigre que me destroza,/ pero yo soy el tigre;/es un fuego que me consume,/pero yo soy el fuego.”

Este epígrafe orienta mi lectura, que en esta ocasión se dedica a la primera sección titulada “Willkakuna”. En el primer poema, el yo poético es el tiempo que nos habita y que habita todo ser, porque el tiempo es memoria y olvido: “Ahí donde se encienden el sol y la luna./ Ahí donde las miradas perdidas buscan los olvidos.” 

Si bien lo inmaterial, hecho tiempo, nos arraiga, la piedra en su materialidad y memoria, también nos habita, como nos habita el río, un gato pardo, el fuego. En “Poema de piedra”, el sujeto colectivo nocanchiq,  yo plural, cuestiona la destrucción de esa memoria y de los cuerpos  territorios en nombre del progreso: “alimentarán a nuestros hijos de cemento, de hambre y de sed/ reverdecerán nuestros pastos con resinas obscenas/ invernaderos de cristal harán las veces de matrices de la tierra/ y sin embargo tú, le llamarás progreso.”

En esta misma sección, el poema “Haywarikuy (La ofrenda) constituye un homenaje al maestro Tito La Rosa, curandero por medio de la música y un homenaje a la intima conexión entre el poema y la cadencia musical. El maestro  dibuja con notas musicales y desde el silencio ese íntimo vínculo: “Un sonido emerge como una flor desde la oscuridad del silencio”, ambas tienen un poder curativo.

La enunciante se nutre de las montañas, del runasimi, aprende las amorosas enseñanzas de la abuela María Apaza, a quien dedica el poema titulado “De tierras altas”. La abuela quechua, cose, la abuela enseña, la abuela cura. Con ella aprende el lenguaje de la tierra. La abuela es también “Mama Simona”,  apu tutelar femenino de Cusco, ubicado cerca al Santuario de Sacsayhuamán, a medio camino del distrito de Ccorca. La conexión del sujeto poético con la Madre tierra es ajena al canon dominante. Esa conexión le permite dialogar con los árboles, con la lluvia, con las rocas: “He llegado entonces hasta la montaña, /sin cita previa me ha abierto sus faldas./ He penetrado en sus profundas cavidades húmedas”. El encuentro con Mamá Simona es un reencuentro consigo misma, se ve en ella.

El yo poético “noqa” individual se transforma en plural, incorpora a quienes disfrutamos sentir en nuestros cuerpos el viento, el fuego del sol, a quienes amamos escalar las montañas, conocer e internarnos en las lagunas. Estos seres y nuestros actos al relacionarnos con ellos, en un vínculo  cuerpo territorio, nos recuerdan quienes somos y de dónde venimos. Y así,  se reafirma la individualidad, la urgencia de ser Noqan kani (ser yo), atravesados rotundamente por un episteme otro. Ahí donde  se encienden el sol y la luna. 

y “las miradas perdidas buscan los olvidos”: “El agua nos recuerda quienes somos/ la montaña nos recuerda quienes somos/ el viento nos recuerda quienes somos/ la laguna nos recuerda quienes somos,/ el fuego nos calienta la piel hasta reventarnos la cara / y mostrarnos en sus llamas quienes somos.”

Vega-Centeno Chávez, Edith. Kuna de tierras altas. Hanan Harawi, 2024.


Edith Vega-Centeno Chávez (Cusco/Lima 1973) Nació en Lima por casualidad, creció en un Cusco de días lluviosos y cielos azules donde la infancia hacía grandes concesiones y se abría por entre ecos de coches bombas y olor a tierra mojada. Estudió Ciencias de la Comunicación y Publicidad como revancha o para sacarle partido, de alguna manera, a la creatividad enjaulada en tantos años en un colegio de filosofía medieval. Su compañera de camino es una hija de 22 años a la que ya tiene que mirar frente a frente y que le recuerda que la vida es hermosa, aun en esos días en que los nubarrones rosas achinan la visión. Escribir y leer son para ella dos intentos de ser feliz.

Acerca de Carolina Ortiz

0 Compartir

Textos que pueden interesarte

Añade un comentario