Yo que siempre estuve aquí, de Grecia Cáceres

Yo que siempre estuve aquí, de Grecia Cáceres

Yo que siempre estuve aquí de Grecia Cáceres

La Residencial San Felipe, construida en la década del sesenta significó una nueva manera de habitar la ciudad, representa un símbolo del país moderno y una nueva forma de vivienda colectiva para las clases medias trabajadoras de la época. No solo fue pensada como habitación sino también como forma de convivencia: educación, recreación, centro comercial, una manera de vivir una experiencia distinta en un terreno que antiguamente fue el hipódromo de Lima. La voz poética habla desde el piso11 torre 2C de la resi, pues allí está el imaginario de su infancia. Y es que Yo que siempre estuve aquí es un poemario que se enuncia desde una voz infantil, aunque de vez en cuando aparezca una voz en off que describa a esa niña gordita de 4 kilos nacida en la clínica San Felipe.

El poemario -dedicado a la madre Cristina Figueroa- se abre con el nacimiento de una bebé. “San Felipe (clínica), 19.01.1968” se titula el primer poema. El guiño autobiográfico es evidente, puesto que la poeta también nació ese mismo año. La memoria la lleva a repasar ese periodo, su paso por una infancia que tenía aura, el deseo de un país distinto bajo el “Gobierno revolucionario de las FF.AA.”. No es en vano que el poemario esté precedido de un epígrafe que toma parte del discurso de Juan Velasco Alvarado, quien tomara el poder el 3 de octubre del año 68, año de enormes acontecimientos en el mundo, no todos felices, por cierto. Entre ellos están la masacre de Tlatelolco en México, las revueltas de mayo del 68 en Francia, el asesinato de Martin Luther King. Un año carmeado dirían hoy mis estudiantes.

En el Perú se hicieron efectivas las reformas: la nacionalización de la International Petroleum Company, la reforma agraria (que también afectó al abuelo de la poeta: “el abuelo se queja siempre que le quitaron su mina/
de oro/
¿cómo habrá sido esa mina?/ las niñas se quedaban pensando /¿hubieran sido ricas como otras niñas del colegio?” (“La pierna del general Juan Velasco Alvarado”, 50). Cambios en la educación, la corrección de inequidades históricas: decretar el quechua como lengua oficial,  poner el acento en los pueblos indígenas. Reformas que son revertidas con el golpe de Morales Bermúdez el año 75, más acorde a las políticas de la Guerra Fría, gobiernos aliados a los Estados Unidos y la paranoia del Comunismo.

La muerte del “chino” Velasco en el año 77 advierte el fin porque, además, el padre trabaja con militares, el yo poético conoce de primera mano la sensiblidad del momento:

¿y de verdad le van a cortar la pierna?

¿cómo se enteran de esas cosas los niños?

pobre chino Velasco

esa noche no podrá dormir

la pierna entumecida

pensando en cómo era posible

que a ese precio le salvaran la vida

(“La pierna del general Velasco”, 51)

Este poemario es, por un lado, documento, y digo documento porque rememora experiencias del yo reconocibles para muchos de nosotrxs, y, por otro, es una memoria que plantea sus propios recuerdos privados, sociales y políticos de la infancia, una época que coincidió con el inicio y el fin del proyecto reformista de Velasco Alvarado. Los aspectos que el yo poético evoca están bien delimitados, el fin de la infancia es “la amputación”, como la pierna del general. Y, como todo acto de memoria, la suya está tensionada por el velo traslúcido de la nostalgia. Lo que se recuerda y lo que se olvida, lo que duele y lo que alegra, si bien es íntimo y doméstico, también es político. La mirada de la niña (tamizada por la adulta hoy) puede observar que si bien son “admitidas al banquete (de sus amigos con dinero)/ pero bien al borde de la mesa” (“Del otro lado de la residencial”, 20 ).

La poesía permite ese regreso edénico al origen. Los días felices de una familia de clase media en Lima, con sus propias nostalgias: la migración de sus abuelos, la tristeza de la abuela en una ciudad gris, que no es el cielo de Recuay, la alegría de las niñas en una ciudad que parece vivir un clima utópico, pero las niñas son la nueva generación que ya no pueden reflejarse en las tías y parientes del club Recuay en Lima, donde los migrantes iban a reencontrarse con sus paisanos y a recordar la tierra que tuvieron que dejar. La poeta y su hermana son la “nueva generación” nacida en Lima, para decirlo con el yo poético:

éramos frutos alterados del árbol decorado de cintas de colores

nos faltaba la lengua

el oído

el cantito

pero hablan francés

decían las tías viejas

como para consolarse

(“La fiesta de Recuay”, 44)

Ese francés de consuelo la va a servir para su vida de hoy en París. En ese momento, la niña no lo sabe, pero siente la diferencia generacional y cultural. La herencia de los abuelos y la familia extendida que se pierde en ellas, en ella y su hermana, lo que para ella es San Felipe, para sus tíos es Recuay: “mi Recuay/
sería
con el tiempo/
la residencial San Felipe” (“La fiesta de Recuay”, 44). San Felipe es corazón, el lugar a donde se vuelve. Su paraíso arquitectónico. En ese paraíso están también los libros, el futuro de la poeta y novelista que “¿está esperando Trilce?” mientras el padre lee la poesía de García Lorca, de Salaverry, la madre trae a Neruda, se oye a Chabuca Granda, a Lucha Reyes. De esta última se evoca su sepelio en 1973: “tu voz existe/
inútil es decir que te he olvidado” (“Lucha Reyes”, 37).

Sin embargo, hay que aceptarlo. La vida es cambio y mudanza. El padre muere, el chino Velasco muere, la infancia acaba. La migración en nuestros países es casi siempre obligada por la inestablidad política y económica de nuestros territorios, de nuestros países expuestos al caudillaje y al pillaje. 

pero siempre llega el día

último e irrepetible

aquel del que no hay regreso

abandonar la isla feliz y salvaje de la infancia

(“Viaje/mudanza”, 71)

Pero la poesía pudo, hizo lo posible. Las palabras se quedaron con la viajera, se las llevó consigo para evocar al padre, para volver a la madre, para hacer memoria y comunidad.

Lima, 20 de setiembre 2024.

Cáceres, Grecia. Yo que siempre estuve aquí. Borrador editores, 2024.


Grecia Cáceres es poeta y narradora peruana.Ha publicado las novelas La espera posible (1998), La vida violeta (2003), Fin d’après-midi (2003), La colección (2012), Mar afuera (2017) y El jardín en el desierto (2024) así como dos libros de poesía De las causas y los principios: venenos/embelesos (1992) y En brazos de la carne (2006). Dirige el departamento América Latina del IESA Arts & Culture. Vive en París.

Acerca de Victoria Guerrero Peirano

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