Madre de Dios, de Andrea Ortiz de Zevallos

Madre de Dios, de Andrea Ortiz de Zevallos

El Duelo de la Amazonía

Sobre Madre de Dios, de Andrea Ortiz de Zevallos

En el corazón de nuestra Amazonía se libra una batalla silenciosa pero devastadora. La minería y tala ilegal, actividades que buscan reducir las riquezas de la selva a su capital económico, han dejado y siguen dejando cicatrices profundas no solo en el paisaje y en las comunidades que dependen de este ecosistema único, sino también en el alma de quien escribe esta novela.

La fuerza de Madre de Dios de Andrea Ortiz de Zevallos no reside en la simple exploración del duelo de la Amazonía, en el lamento por la pérdida de biodiversidad, la contaminación de ríos y suelos, del impacto en las vidas de los pueblos indígenas y locales.

Ahí el duelo narrado no es solo por los árboles talados y los animales desplazados, las tradiciones y culturas que se ven amenazadas, las comunidades que han vivido en armonía con la selva durante generaciones y ahora enfrentan un futuro incierto. En Madre de Dios, la minería ilegal no solo destruye el medio ambiente, no solo trae consigo violencia, explotación y enfermedades, también tiene su eco en el duelo vivido por la que narra. Su esposo fue asesinado en el río y el crimen no tiene aún autores identificados, menos aún juzgados. Ni el cuerpo ni la mente pueden vivir en paz hasta que se haga la verdad.

El viaje de retorno a la Amazonía iniciado por Marcela, una documentalista en profundo duelo tras el asesinato de su esposo por la mafia de mineros ilegales es un viaje más emocional que físico que intenta ir a contra sentido de las normas impuestas a la fuerza por los ilegales y respresentantes  corruptos del poder que los protegen: al igual que el río que actúa en la novela como el hilo conductor hipnótico hacía las profundidades del bosque y de nuestra psique, Marcela elige sumergirse en el curso de la vida y de la verdad sin nada más que perder. Ya lo ha perdido todo.

La novela está construida en base a dos líneas narrativas: la primera cuenta el duelo personal de Martina, la otra narra su retorno a la selva para investigar las circunstancias del homicidio de su esposo Esteban y funciona como eco thriller.

Hay un antes y un después en la vida de Marcela, que resuenan constantemente en los de la Amazonía dolida.

A medida que progresa la historia, los dolores de Marcela y de la Amazonía se van reflejando mutuamente, sin quejas ni lágrimas, de forma casi quirúrgica, como listas de síntomas objetivos que podrían figurar en un expediente médico y donde afloran las pulsiones de muerte en ella:

  • Una cierta distorsión de la percepción visual y auditiva: Marcela ve su techo más grande y brillante de lo que es y tiene una sensibilidad excesiva frente a cualquier ruido un poco fuerte.
  • Una irritabilidad hacía la familia.
  • Terror de abrir la maleta donde estaba la cámara que registró el atentado de su marido.
  • Una ira contra los objetos electrodomésticos que tienen “la osadía de sobrevivir a su esposo” (tira el descorchador porque se negó a ser enterrado con Esteban).
  • Una mente que se organiza en dos lados: “en un lado que sabe y otro lado que no sabe (p.35)
  • Una memoria que se queda en blanco ante preguntas simples cómo “¿en qué número de departamento vives?” (p.39), hasta ponerla en graves problemas al momento de entrevistar a un alto gerente del gobierno regional involucrado en el lavado de madera.
  • Una nueva atracción hacía la mentira: “Antes nunca mentía”.

Estos trastornos tienen su eco en la vista aérea del bosque: “Otra antología del crimen”. “Desde el avión, la minería se ve como un tejido de pus con parcelas amarillentas y canales cobrizos de ríos infectados por mercurio, sedimentaciones, restos de aceite, de lubricantes, relaves” (p.92). Ahí funciona mejor que nunca la forma del listado:

“El dragado ( del verbo to drag en inglés que significa arrastrar), el dragado trastorna el curso del río.

El dragado desperdiga toneladas de sedimentos ricos en metales pesados

El dragado enturbia y quita oxígeno al agua.

El dragado restringe la capacidad del cauce y aumenta el riesgo de inundaciones.

El dragado disminuye la tasa de fotosíntesis en las plantas sumergidas y en el fitoplancton.

El dragado empobrece la base de la cadena alimenticia del ecosistema acuático.

El dragado obstruye los intersticios entre las gravas y los troncos sumergidos que son refugio para pequeños peces e invertebrados.

El dragado suprime agujeros donde se reproducen y alimentan peces acuáticos, moluscos y crustáceos.

El dragado impide el desove de los peces

(…) El dragado recrudece violencia” (p.94)

Y se entiende que la lista es infinita.

Pero Madre de Dios también es una oda a la resiliencia y al renacer, a las pulsiones de vida que duermen en lo más profundo de nuestra naturaleza humana y de la naturaleza cuyo paradigma es la Amazonía:

En Marcela se manifiesta en varios campos:

  • en el trabajo: “ La primera vida urgente por rearmar fue mi vida laboral, lanzándose casi a ciegas en la edición digital  de reportajes audiovisuales en un diario importante de Lima.
  • en el sexo: Ver a la muerte de cerca le obliga a jalar con fuerza hacia el otro lado y eso dispara una segregación de adrelina que manda… “el sexo se impone como una forma de satisfacer esa pulsión de vida” (p.76)
  • en la atención aguda a sus sueños cuyas estructuras e imágenes le servían antes para los guiones de sus películas pero ahora actúan como guías espirituales para su búsqueda de la verdad :  “El silencio es el rumor de fondo”, una de las frases claves del libro con la cual despierta una mañana, actúa como lema casi chamánico en la investigación de Martina. Encuentra su otra cara en el “eshawa” de Sara, la mujer nativa ese eja que le revelara la verdad: “Una especie de espíritu, que a la vez se parece al inconsciente freudiano, porque muestra información a través de los sueños y funciona como móvil de las acciones humanas” (p. 131) “ algo así como la sombra de Peter Pan”. (o de Jung?)

En simetría, se expresan las pulsiones de vida  del bosque en la novela a través de frases contundentes como las de Marcela:

  • “El bosque es el mismo”.
  • “Madre de Dios es todo menos la región de una virgen. La Madre de Dios peruana copuló, gimió e hizo brotar de su vientre esa deidad preciosa que es el bosque potente, disímil y pródigo donde murió Esteban” (p.88)

Y también en  los largos monólogos de Luz, la monja activista de la Iglesia del Cristo Verde (una rama disidente de la Iglesia de la Teoría de la liberación de Gustavo Gutiérrez que inventa la autora) que se permite cuestionar la legitimidad de la visita del papa Francisco a Madre de Dios en el 2018, que ni siquiera se dignó a navegar en el río: “¿No crees que (el papa) podría tener una visión menos superficial si de verdad entrara a la selva? ¿No se daría cuenta de que esta Madre de Dios es la madre que Dios tiene en sí?. (p.121)

“Jesús, cuando de verdad quería hablar con Dios, iba al desierto, a la naturaleza”.

Y en medio de esa dicotomía que organiza la novela entre pulsiones de muerte y de vida, está el papel del río, personaje esencial y silencioso. Como en la geografía de los infiernos de la mitología griega donde el río Styx tiene el rol de conducir las almas de los muertos hacía el lugar que les corresponde guiados por Carón, el río Madre de Dios (que da su nombre a la novela y no es azar), conduce marcela hacia la verdad de su propia alma y hacia la resolución del crimen.

  • El río es el amor verdadero: “Mi romance inicial fue con la selva. Con el río realmente”, empieza revelando Marcela (p.24)
  • El río es la fuerza verdadera: “El río apaga la mente con una fuerza implacable, a la vez que agudiza la capacidad de mirar y oler y oír, al punto en que el pensamiento se vuelve ridículo. Ese día supe que leer en el río era perderme de lo mejor que ofrece el río (…) La novela se cayó de las manos. Y no porque fuese mala. Era un asunto de masa, de potencia de la materia” (p.26). “El río apaga la mente de una forma distinta a como el duelo la pone en jaque” (p.37).
  • El río es hipnótico, el único capaz de unir los dos lados, los opuestos, muerte y vida, las dimensiones del tiempo y el espacio. El río es uno. “El río es el mismo”.

Sin espoilear, el final muy cinematográfico, simbólico y onírico, sale desde la parte inferior de la pantalla mental de la protagonista y no diré hacia dónde va. La Amazonía peruana, que no solo es un tesoro natural, sino también un símbolo de resistencia y resiliencia, se encargará.

Para concluir, diría que Madre de Dios es una novela profundamente panteista que ilustra la famosa propuesta de Spinoza: “Deus sive natura”, Dios, es decir la naturaleza.

Ortiz de Zevallos, Andrea. Madre de Dios. Tusquets Ediciones, 2024.


Andrea Ortiz de Zevallos es escritora y activista peruana, dirige la ONG Despensa Amazónica dedicada a  la promoción de la protección del Amazonas. Es autora del libro de cuentos La Mudanza imposible. Madre de Dios es su primera novela.

Acerca de Sophie Canal

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